– O'Shea.
– Soy Bosch. No creo que sea una buena idea llamar a los medios.
O'Shea esperó un momento antes de responder.
– Están a una distancia de seguridad. Están en el aire.
– ¿Y quién va a estar esperándonos al final de Beachwood?
– Nadie, Bosch. He sido muy preciso con ellos. Pueden seguirnos desde el aire, pero nadie en tierra va a comprometer la operación. No ha de preocuparse. Están trabajando conmigo. Saben cómo establecer una relación.
– Claro. -Bosch cerró el teléfono y se lo guardó otra vez en el bolsillo.
– Necesita calmarse, detective -dijo Waits.
– Y, Waits, usted necesita estar callado.
– Sólo trataba de ser útil.
– Entonces cierre la boca.
El coche se quedó en silencio. Bosch decidió que su rabia por el helicóptero de seguimiento de los medios y todo lo demás era una distracción que no necesitaba. Trató de sacárselo de la cabeza y concentrarse en lo que tenía por delante.
Beachwood Canyon era un barrio tranquilo en las pendientes de las montañas de Santa Mónica, entre Hollywood y Los Feliz. No poseía el encanto rústico y boscoso de Laurel Canyon hacia el oeste, pero sus habitantes lo preferían porque era más tranquilo, seguro y autocontenido. A diferencia de la mayoría de los pasos del cañón de más al oeste, Beachwood llegaba a un punto sin salida en la cima. No era una ruta para ir al otro lado de las montañas y, en consecuencia, el tráfico en Beachwood Drive no estaba formado por gente que pasaba, sino por gente que pertenecía. Eso daba una sensación de auténtico barrio.
Al ascender, vieron el letrero de Hollywood en lo alto del monte Lee a través del parabrisas. Lo habían colocado más de ochenta años antes para anunciar la urbanización de Hollywoodland en la cima de Beachwood. El cartel finalmente se abrevió y ahora explicaba un estado de ánimo más que otra cosa. La única indicación oficial que quedaba de Hollywoodland era la puerta de piedra tipo fortaleza a medio camino de Beachwood Drive.
La puerta, con su histórica placa conmemorativa de la urbanización, conducía a una pequeña rotonda con tiendas, un mercado vecinal y la persistente oficina inmobiliaria de Hollywoodland. Más lejos, donde la calle alcanzaba la cima, estaba el Sunset Ranch, el punto de partida de más de ochenta kilómetros de senderos ecuestres que se extendían a lo largo de las montañas y se adentraban en Griffith Park. Allí era donde Marie Gesto cambiaba trabajo sin cualificar por tiempo de montar a caballo. Allí era donde la sombría caravana de investigadores, expertos en recuperación de cadáveres y un asesino esposado se detuvo finalmente.
El aparcamiento del Sunset Ranch era simplemente un descampado situado en la pendiente que había debajo del rancho en sí. Habían volcado y esparcido gravilla. Los visitantes del rancho tenían que aparcar ahí y subir a pie hasta los establos. El aparcamiento estaba aislado y rodeado de un bosque denso. No se divisaba desde el rancho y con eso había contado Waits cuando había vigilado y raptado a Marie Gesto.
Bosch aguardó con impaciencia en el coche hasta que Olivas desactivó el mecanismo de cierre de las puertas de atrás. Entonces se levantó y miró el helicóptero que volaba en círculos. Tuvo que esforzarse para contener la rabia. Cerró la puerta del coche y se aseguró de que quedaba bloqueada. El plan era dejar a Waits encerrado en el vehículo hasta que todos se convencieran de que no había ningún riesgo en la zona. Bosch caminó directamente hacia O'Shea, que estaba bajando de su coche.
– Llame a su contacto del Canal Cuatro y pídale que suban el helicóptero otros treinta metros. El ruido es una distracción que no podemos…
– Ya lo he hecho, Bosch. Mire, sé que no le gusta la presencia de los medios, pero vivimos en una sociedad abierta y el público tiene derecho a saber lo que está pasando aquí.
– Especialmente cuando puede ayudarle en su elección, ¿no?
O'Shea le habló con impaciencia.
– En una campaña de lo que se trata es de concienciar a los votantes. Disculpe, tenemos que encontrar un cadáver.
O'Shea se alejó de él abruptamente y se acercó a Olivas, que estaba velando junto al coche en el que se hallaba Waits. Bosch se fijó en que el ayudante del sheriff también estaba custodiando la parte de atrás del coche, escopeta en mano.
Rider se acercó a Bosch.
– Harry, ¿estás bien?
– Nunca he estado mejor. Pero cúbrete las espaldas con esta gente.
Seguía observando a O'Shea y Olivas, que estaban departiendo sobre algo. El sonido del rotor del helicóptero impidió que Bosch oyera la conversación.
Rider le puso una mano en el brazo en un gesto de calma.
– Venga, olvidémonos de la política y terminemos con este asunto -dijo Rider-. Hay algo más importante que todo eso. Encontremos a Marie y llevémosla a casa. Eso es lo importante.
Bosch observó la mano de Rider en su brazo, se dio cuenta de que tenía razón y asintió con la cabeza.
– Vale.
Al cabo de unos minutos, O'Shea y Olivas reunieron a todos salvo a Waits en un círculo en el aparcamiento de gravilla. Además de los abogados, investigadores y el ayudante del sheriff, había dos expertos en recuperación de cadáveres de la oficina del forense, junto con una arqueóloga forense llamada Kathy Kohl y un técnico forense del Departamento de Policía de Los Angeles, así como el videógrafo de la oficina del fiscal. Bosch había trabajado con casi todos ellos antes.
O'Shea esperó hasta que el videógrafo empezó a grabar antes de dirigirse a las tropas.
– Muy bien, estamos aquí para cumplir con el penoso deber de encontrar y recuperar los restos de Marie Gesto -dijo sombríamente-. Raynard Waits, el hombre que está en el coche, va a conducirnos al lugar donde dice que la ha enterrado. Nuestra principal preocupación aquí es la custodia del sospechoso y la seguridad de ustedes en todo momento. Tengan cuidado y estén alerta. Cuatro de nosotros estamos armados. El señor Waits permanecerá esposado y bajo la mirada vigilante del ayudante del sheriff Doolan con la escopeta. El señor Waits encabezará la marcha y nosotros vigilaremos cada uno de sus movimientos. Quiero que el videógrafo y la técnica de la sonda de gas nos acompañen y que el resto espere aquí. Cuando confirmemos la presencia del cadáver, volveremos hasta que podamos asegurar la custodia del señor Waits y luego todos ustedes volverán a la ubicación, la cual, por supuesto, será manejada como la escena del crimen que es. ¿Alguna pregunta hasta ahora?
Maury Swann levantó la mano.
– Yo no me quedo aquí -dijo-. Voy a estar con mi cliente en todo momento.
– Está bien, señor Swann -dijo O'Shea-, pero no creo que esté vestido para eso.
Era cierto. Inexplicablemente, Swann había llevado un traje a la exhumación de un cadáver. Todos los demás estaban ataviados para la labor. Bosch llevaba vaqueros, botas de montar y una vieja camiseta de la academia con las mangas cortadas. Rider lucía un atuendo similar. Olivas iba en vaqueros, camiseta y un impermeable de nailon con las siglas del departamento en la espalda. El resto de la tropa iba vestida del mismo modo.
– No me importa -dijo Swann-. Si me destrozo los zapatos, lo descontaré como gasto. Pero me quedo con mi cliente. No es negociable.
– Bien -dijo O'Shea-. Únicamente no se acerque demasiado ni se meta por medio.
– No hay problema.
– Muy bien, en marcha.
Olivas y el ayudante del sheriff fueron a sacar a Waits del coche. Bosch notó que el ruido del helicóptero que volaba en círculos era cada vez más fuerte a medida que el equipo de las noticias descendía para buscar un mejor ángulo y una imagen más próxima con la cámara.
Después de que ayudaran a Waits a salir del coche, Olivas verificó el cierre de las esposas y condujo al criminal al descampado. El agente del sheriff permaneció dos metros por detrás en todo momento con la escopeta levantada y preparada. Olivas no soltó en ningún momento el bíceps izquierdo de Waits. Se detuvieron cuando alcanzaron al resto del grupo.