Bosch terminó su segundo relato completo de la historia antes de las siete en punto y preguntó a Randolph y Osani si podía ir con ellos hasta el Parker Center para recuperar su coche. En el viaje de regreso, los hombres de la UIT no discutieron acerca de la investigación. Randolph puso la KFWB a la hora en punto y escucharon la versión de los medios de los hechos de Beachwood Canyon, así como la última hora sobre la búsqueda de Raynard Waits.
Había un tercer informe sobre las crecientes secuelas políticas de la fuga. Si las elecciones necesitaban un tema, Bosch y compañía sin duda lo habían proporcionado. Todos, desde los candidatos a concejalías hasta el oponente de Rick O'Shea, valoraban de manera crítica la forma en que el Departamento de Policía de Los Angeles y la oficina del fiscal del distrito habían manejado la fatal expedición. O'Shea buscaba distanciarse de la catástrofe potencialmente letal para su candidatura al emitir una declaración que lo caracterizaba como un simple observador en el viaje, un observador que no tomó decisiones relativas a la seguridad y el transporte del prisionero. Dijo que confió en el departamento para todo ello. La noticia concluía con una mención a la valentía de O'Shea al contribuir a salvar a una detective de policía herida, ayudando a ponerla a salvo mientras el fugitivo armado estaba suelto en el cañón boscoso.
Randolph, habiendo oído suficiente, apagó la radio.
– Ese tipo, O'Shea -dijo Bosch-, lo tiene claro. Va a ser un gran fiscal del distrito.
– Sin duda -dijo Randolph.
Bosch les dio las buenas noches a los hombres de la UIT en el garaje de detrás del Parker Center y luego caminó hasta un aparcamiento de pago cercano para recuperar su vehículo. Estaba agotado por los acontecimientos del día, pero todavía quedaba casi una hora de luz. Se dirigió de nuevo a la autovía hacia Beachwood Canyon. Por el camino conectó su teléfono móvil sin batería al cargador y llamó a Rachel Walling. Ella ya estaba en su casa.
– Tardaré un rato -dijo-. Voy a volver a Beachwood.
– ¿Por qué?
– Porque es mi caso y están trabajando allí arriba.
– Sí. Deberías estar allí.
No respondió. Sólo escuchó el silencio que siguió. Era tranquilizador.
– Llegaré a casa en cuanto pueda -dijo finalmente.
Bosch cerró el teléfono al salir de la autovía en Gower y al cabo de unos minutos estaba ascendiendo por Beachwood Drive. Cerca de la cima giró en una curva justo cuando un par de furgonetas enfilaban la bajada. Las reconoció como una furgoneta fúnebre seguida por la furgoneta de la policía científica con la escalera encima. Sintió un espacio abierto en su pecho. Sabía que venían de la exhumación. Marie Gesto iba en esa primera furgoneta.
Al llegar al aparcamiento vio a Marcia y Jackson, los dos detectives asignados a hacerse cargo de la exhumación, quitándose los monos que habían llevado encima de la ropa y arrojándolos en el maletero abierto de su coche. Habían concluido la jornada. Bosch aparcó al lado de ellos y salió.
– Harry, ¿cómo está Kiz? -preguntó Marcia de inmediato.
– Dicen que se pondrá bien.
– Gracias a Dios.
– Vaya desastre, ¿eh? -dijo Jackson.
Bosch se limitó a asentir.
– ¿Qué habéis encontrado?
– La hemos encontrado a ella -dijo Marcia-. O debería decir que hemos encontrado un cuerpo. Va a ser una identificación dental. Tienes registros dentales, ¿no?
– En el archivo de encima de mi mesa.
– Los cogeremos y lo enviaremos a Mission.
La oficina del forense estaba en Mission Road. Un forense con experiencia en análisis dentales compararía una radiografía de la dentadura de Gesto con las piezas sacadas del cadáver exhumado en el lugar al que Waits los había conducido esa mañana.
Marcia cerró el maletero y él y su compañero miraron a Bosch.
– ¿Estás bien? -preguntó Jackson.
– Ha sido un día largo -dijo Bosch.
– Y por lo que he oído, podría ser más largo -dijo Marcia-. Hasta que cojan a este tipo.
Bosch asintió con la cabeza. Sabía que querían saber cómo podía haber ocurrido. Dos polis muertos y otro en la UCI. Pero él estaba cansado de contar la historia.
– Escuchad -dijo-. No sé cuánto tiempo me voy a quedar colgado con esto. Voy a tratar de quedar libre mañana, pero obviamente no va a depender de mí. En cualquier caso, si conseguís la identificación, me gustaría que me dejarais hacer la llamada a los padres. Llevo trece años hablando con ellos. Querrán saberlo por mí. Quiero ser yo quien se lo diga.
– Concedido, Harry -dijo Marcia.
– Nunca me he quejado por no tener que hacer una notificación -agregó Jackson.
Hablaron unos momentos más y Bosch levantó la mirada y contempló la luz agonizante del día. En el bosque, el camino ya estaba sumido en sombras profundas. Preguntó si tenían una linterna en el coche que pudieran prestarle.
– Os la devolveré mañana -prometió, aunque todos sabían que probablemente no volvería al día siguiente.
– Harry, la escalera ya no está en el bosque -dijo Marcia-. Se la ha llevado la policía científica.
Bosch se encogió de hombros y miró sus botas manchadas de barro y sus pantalones.
– Puedo ensuciarme un poco -dijo.
Marcia sonrió al abrir el maletero para sacar la Maglite.
– ¿Quieres que nos quedemos? -preguntó al darle a Bosch la pesada linterna-. Si te metes ahí y te rompes un tobillo, estarás solo con los coyotes toda la noche.
– No me pasará nada. De todos modos llevo el móvil. Y, además, me gustan los coyotes.
– Ten cuidado.
Bosch se quedó de pie mientras los dos detectives se metían en el coche y se alejaban. Miró una vez más el cielo y enfiló el camino por el que los había llevado Waits esa mañana. Tardó cinco minutos en llegar al terraplén donde se había producido el tiroteo. Encendió la linterna y durante unos momentos enfocó la zona con el haz de luz. El lugar había sido pisoteado por los investigadores de la UIT y los técnicos forenses. No quedaba nada por ver. Finalmente, se deslizó por la pendiente usando la misma raíz que había usado para trepar esa mañana. Al cabo de otros dos minutos llegó al final del descampado, ahora delimitado por cinta policial amarilla atada de árbol a árbol en los bordes. En el centro había un agujero rectangular de no más de metro veinte de hondo.
Bosch se metió bajo la cinta y entró en el terreno sagrado de los muertos ocultos.
Tercera parte. Suelo sagrado
19
Por la mañana Bosch estaba preparando café para Rachel y para él cuando recibió la llamada. Era su jefe, Abel Pratt.
– Harry, no has de venir. Acabo de recibir la noticia.
Bosch medio lo esperaba.
– ¿De quién?
– De la sexta planta. La UIT no lo ha cerrado y, como la cuestión está tan caliente con los medios, quieren que te mantengas al margen un par de días hasta que vean cómo va a ir esto.
Bosch no dijo nada. En la sexta planta estaba la administración del departamento. Pratt se estaba refiriendo al colectivo de cabezas pensantes que se quedaba paralizado cuando un caso impactaba con fuerza en la televisión o en el terreno político, y ése lo había hecho en ambos. Bosch no estaba sorprendido por la llamada, sólo decepcionado. Cuanto más cambiaban las cosas, más permanecían iguales.
– ¿Viste las noticias anoche? -preguntó Pratt.
– No, no veo las noticias.
– Quizá deberías empezar. Ahora tenemos a Irvin Irving en todos los canales criticando este desastre, y se ha concentrado en ti específicamente. Anoche dio un discurso en el lado sur diciendo que contratarte de nuevo era un ejemplo de la ineptitud del jefe y de la corrupción moral del departamento. No sé qué le hiciste al tipo, pero la tiene tomada contigo. «Corrupción moral»; no se anda con chiquitas.
– Sí, pronto me estará culpando por sus hemorroides. ¿La sexta planta me está marginando por culpa suya o de la UIT?