– Entonces no tenemos nada más que decirnos.
– Sí. Yo tengo algo que decir. Inténtelo lo mejor que pueda con esta mentira y veremos quién termina en pie al final.
Se volvió y se alejó, ladrando una orden a sus hombres. Quería un teléfono con una línea segura. Bosch se preguntó quién sería el destinatario de su primera llamada, T. Rex Garland o el jefe de policía.
Bosch tomó una decisión rápida. Llamaría a Keisha Russell y le daría rienda suelta. Le diría que podía investigar esas contribuciones de campaña que Garland había canalizado a O'Shea. Metió la mano en el bolsillo y entonces recordó que su teléfono todavía estaba en el garaje. Caminó en esa dirección y se detuvo ante la cinta amarilla tendida en la puerta abierta de detrás de la furgoneta blanca, ahora completamente abierta.
Cal Cafarelli estaba en el garaje, dirigiendo el análisis forense de la escena. Se había bajado la mascarilla con filtro al cuello. Bosch vio en su cara que había estado en la macabra escena del final del túnel. Y nunca volvería a ser la misma. Le pidió que se acercara con un gesto.
– ¿Cómo va, Cal?
– Va todo lo bien que se puede esperar después de ver algo como eso.
– Sí, lo sé.
– Vamos a quedarnos aquí hasta bien entrada la noche. ¿Qué puedo hacer por ti, Harry?
– ¿Has encontrado un teléfono móvil ahí dentro? Perdí mi móvil cuando empezó todo.
Cafarelli señaló al suelo cerca del neumático delantero de la furgoneta.
– ¿Es ése de allí?
Bosch miró y vio su teléfono en el suelo. La luz roja de los mensajes estaba parpadeando. Se fijó en que alguien había trazado un círculo con tiza en torno a él sobre el cemento. Mala señal. Bosch no quería que su teléfono fuera inventariado como prueba. Podría no recuperarlo nunca.
– ¿Puedo recuperarlo? Lo necesito.
– Lo siento, Harry. Todavía no. Este sitio no ha sido fotografiado. Estamos empezando por el túnel e iremos saliendo. Tardaremos un rato.
– Entonces, ¿por qué no me lo das y lo uso aquí mismo y luego os lo devuelvo para que hagáis fotos? Parece que tengo mensajes.
– Vamos, Harry.
Sabía que su propuesta quebrantaba unas cuatro reglas del manejo de pruebas.
– Vale, dime cuándo podré recuperarlo. Con un poco de suerte antes de que se apague la batería.
– Claro, Harry.
Se volvió de espaldas al garaje y vio a Rachel Walling pasando por debajo de la cinta amarilla que delineaba el perímetro de la escena del crimen. Había un coche patrulla federal allí y un hombre con traje y gafas de sol esperándola. Aparentemente había llamado para pedir que la pasaran a recoger.
Bosch trotó hacia la cinta llamándola. Ella se detuvo y le esperó.
– Harry -dijo ella-, ¿estás bien?
– Ahora sí. ¿Y tú, Rachel?
– Estoy bien. ¿Qué ha pasado contigo?
Señaló su ropa mojada con la mano.
– Tenía que darme un manguerazo. Apestaba. Necesitaré una ducha de dos horas. ¿Te vas?
– Sí, han terminado conmigo por el momento.
Bosch señaló con la cabeza hacia el hombre con gafas de sol que estaba tres metros detrás de ella.
– ¿Tienes problemas? -preguntó en voz baja.
– Todavía no lo sé. Debería estar bien. Acabaste con el malo y salvaste a la chica. ¿Cómo puede eso ser algo malo?
– Acabamos con el malo y salvamos a la chica -la corrigió Bosch-. Pero en todas las instituciones y burocracias hay gente que puede encontrar una forma de convertir algo bueno en mierda.
Ella lo miró a los ojos y asintió.
– Lo sé -dijo.
Su mirada lo dejó helado y supo que había algo diferente entre ellos.
– ¿Estás enfadada conmigo, Rachel?
– ¿Enfadada? No.
– Entonces, ¿qué?
– Entonces nada. He de irme.
– ¿Me llamarás entonces?
– Cuando pueda. Adiós, Harry.
Walling dio dos pasos hacia el coche que la esperaba, pero finalmente se detuvo y se volvió hacia él.
– Era O'Shea el que estaba hablando contigo al lado del coche, ¿no?
– Sí.
– Ten cuidado, Harry. Si dejas que las emociones te gobiernen como hoy, O'Shea te va a hacer sufrir.
Bosch sonrió levemente.
– Sabes lo que dicen del sufrimiento, ¿no?
– No, ¿qué?
– Dicen que el sufrimiento no es más que la debilidad que abandona el cuerpo.
Ella negó con la cabeza.
– Estás como una cabra. No lo pongas a prueba si puedes evitarlo. Adiós, Harry.
– Nos vemos, Rachel.
Observó mientras el hombre de las gafas de sol sostenía la cinta para que ella pasara por debajo. Walling se metió en el asiento del pasajero y el hombre de las gafas de sol arrancó. Bosch sabía que algo había cambiado en la forma en que ella lo veía. La opinión que Rachel tenía de él había cambiado por sus acciones en el garaje y el hecho de que se metiera en el túnel. Bosch lo aceptó y supuso que quizá no volvería a verla. Decidió que eso sería una cosa más de las que culparía a Rick O'Shea.
Se volvió hacia la escena, donde Randolph y Osani estaban de pie esperándolo. Randolph estaba apartando su teléfono móvil.
– Otra vez vosotros dos -dijo Bosch.
– Va a ser una sensación de déjà vu otra vez -dijo Randolph.
– Algo así.
– Detective, vamos a tener que ir al Parker Center y llevar a cabo un interrogatorio más formal en esta ocasión.
Bosch asintió. Sabía de qué iba. En esta ocasión no se trataba de disparar a los árboles del bosque. Había matado a alguien, así que esta vez sería diferente. Necesitarían establecer con certeza cada detalle.
– Estoy preparado -dijo.
31
Bosch estaba sentado en una sala de interrogatorios en la Unidad de Investigación de Tiroteos, en el Parker Center. Randolph le había permitido ducharse en el vestuario del sótano y se había puesto unos tejanos y una sudadera de los West Coast Choppers, ropa que guardaba en una taquilla para las veces que estaba en el centro e inesperadamente necesitaba pasar desapercibido. En el camino de salida de los vestuarios había tirado su traje destrozado en una papelera. Ya sólo le quedaban dos.
La grabadora estaba encendida sobre la mesa y, de dos hojas de papel separadas, Osani le leyó sus derechos constitucionales así como la declaración de derechos de los agentes de policía. La doble capa de protección estaba concebida para salvaguardar al individuo y al agente de policía de un asalto desleal del gobierno, sin embargo, Bosch sabía que, cuando llegaba la hora, en una de esas pequeñas salas ningún trozo de papel le serviría de mucha protección. Tendría que, valerse por sí mismo. Dijo que entendía sus derechos y accedió a ser interrogado.
Randolph se ocupó a partir de ahí. A petición suya, Bosch recontó una vez más la historia de la muerte de Robert Foxworth, alias Raynard Waits, empezando con el hallazgo hecho durante la revisión de los archivos del caso Fitzpatrick y terminando con las dos balas que había disparado en el pecho de Foxworth. Randolph formuló pocas preguntas hasta que Bosch terminó su relato. A continuación se interesó por numerosos detalles relacionados con los movimientos que Bosch había hecho en el garaje y luego en el túnel. Más de una vez le preguntó a Bosch por qué no escuchó las palabras de advertencia de la agente del FBI Rachel Walling.
Esta pregunta no sólo le dijo a Bosch que Rachel había sido interrogada por la UIT, sino también que ella no había dicho cosas particularmente favorables a su caso. Harry se sintió decepcionado, pero trató de mantener sus pensamientos y sentimientos respecto a Rachel fuera de la sala de interrogatorios. Para Randolph repitió como un mantra la frase que creía que en última instancia le salvaría, al margen de lo que Randolph o Rachel o el que fuera pensara de sus actos y procedimientos.
– Era una situación de vida o muerte. Una mujer estaba en peligro y nos habían disparado. Sentía que no podía esperar refuerzos ni a nadie más. Hice lo que tenía que hacer. Utilicé la máxima precaución posible y recurrí a la fuerza mortal sólo cuando fue necesario.