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Bosch pulsó el botón de pausa en el mando a distancia.

– Ahí -le dijo a Rachel señalando la pantalla con el mando-. Es lo que quería que vieras. Mira esa cara. Pura y perfecta rabia. Por eso pensaba que era él.

Walling no respondió. Bosch la miró y parecía que ella hubiera visto antes el rostro de pura y perfecta rabia. Parecía casi intimidada. Bosch se preguntó si lo había visto en alguno de los asesinos a los que se había enfrentado o en algún otro.

Harry se volvió hacia la televisión y pulsó de nuevo el botón de avance rápido.

– Ahora saltamos casi diez años, a cuando lo llevé a comisaría en abril pasado. Franks ya no estaba y se ocupó del caso otro tipo del bufete de Dobbs. Metió la pata y no volvió al juez cuando expiró la primera orden de alejamiento. Así que lo intenté otra vez. Él se sorprendió al verme. Lo cogí un día que salía de comer en Kate Mantilini. Probablemente pensaba que había desaparecido de su vida hacía tiempo.

Bosch detuvo el botón de avance rápido y reprodujo la cinta. En la pantalla, Garland parecía más viejo y más gordo. Su cara se había ensanchado y ahora llevaba el pelo muy corto y empezaban a verse las entradas. Lucía camisa blanca y corbata. Las entrevistas grabadas lo habían seguido desde el final de la adolescencia a bien entrado en la edad adulta.

En esta ocasión, Garland aparecía sentado en una sala de interrogatorio diferente. Ésta era del Parker Center.

«Si no estoy detenido, soy libre para irme -dijo-. ¿Soy libre para irme?»

«Esperaba que contestara unas cuantas preguntas antes», replicó Bosch.

«Respondí a todas sus preguntas hace años. Esto es una vendetta, Bosch. No se rendirá. No me dejará en paz. ¿Puedo irme ahora o no?»

«¿Dónde escondió el cadáver?»

Garland negó con la cabeza.

«Dios mío, esto es increíble. ¿Cuándo terminará?»

«No terminará nunca, Garland. No hasta que la encuentre y no hasta que le encarcele.»

«¡Esto es una puta locura! Está loco, Bosch. ¿Qué puedo hacer para que me crea? ¿Qué puedo…?»

«Puede decirme dónde está y entonces le creeré.»

«Bueno, ésa es la única cosa que no puedo decirle, porque yo no…»

Bosch de repente apagó la tele con el mando a distancia. Por primera vez se dio cuenta de lo ciego que había estado, yendo tras Garland tan implacablemente como un perro que persigue a un coche. No era consciente del tráfico, no era consciente de que justo delante de él, en el expediente, estaba la pista del asesino real. Mirar la cinta con Walling había acumulado humillación sobre humillación. Había pensado que al mostrarle la cinta, ella vería por qué se había centrado en Garland. Ella lo entendería y lo absolvería del error. Pero ahora, al contemplarlo a través del prisma de la inminente confesión de Waits, ni siquiera él mismo podía absolverse.

Rachel se inclinó hacia él y le tocó la espalda, trazando su columna vertebral con sus dedos suaves.

– Nos pasa a todos -dijo ella.

Bosch asintió. «A mí no», pensó.

– Supongo que cuando esto termine tendré que ir a buscarlo y pedirle disculpas -dijo.

– Que se joda. Sigue siendo un capullo. Yo no me molestaría.

Bosch sonrió. Ella estaba tratando de ponérselo fácil.

– ¿Tú crees?

Ella tiró de la cinturilla elástica de los calzoncillos de Bosch y la soltó en su espalda.

– Creo que tengo al menos otra hora antes de empezar a pensar en irme a casa.

Bosch se volvió a mirarla y sonrió.

10

A la mañana siguiente, Bosch y Rider caminaron desde el registro civil al edificio de los tribunales y, a pesar de la espera del ascensor, llegaron a la oficina del fiscal con veinte minutos de adelanto. O'Shea y Olivas estaban listos. Todo el mundo ocupó los mismos asientos que el día anterior. Bosch se fijó en que ya no estaban los carteles apoyados contra la pared. Probablemente les habían dado un buen uso en algún sitio, quizá los habían enviado al salón público donde estaba previsto esa noche el foro de los candidatos.

Al sentarse, Bosch vio el expediente del caso Gesto en el escritorio de O'Shea. Lo cogió sin preguntar e inmediatamente lo abrió por el registro cronológico. Revisó los 51 hasta que encontró la página del 29 de septiembre de 1993. Miró la anotación de la que le había hablado Olivas la tarde anterior. Era, como se la habían leído a Bosch, la última entrada del día. Bosch sintió otra vez un profundo pinchazo de arrepentimiento.

– Detective Bosch, todos cometemos errores -dijo O'Shea-. Sólo pasemos adelante y hagámoslo lo mejor que podamos hoy.

Bosch levantó la cabeza para mirarlo y finalmente asintió. Cerró el libro y lo puso otra vez en la mesa. O'Shea continuó.

– Me han comunicado que Maury Swann se encuentra en la sala de interrogatorios con el señor Waits y está listo para empezar. He estado pensando en esto y quiero abordar los casos de uno en uno y por orden. Empezamos con Fitzpatrick, y cuando estemos satisfechos con la confesión, pasamos al caso Gesto, y cuando estemos satisfechos con eso, pasamos al siguiente y así sucesivamente.

Todo el mundo asintió con la cabeza, salvo Bosch.

– Yo no voy a estar satisfecho hasta que tengamos sus restos -dijo.

Esta vez fue O'Shea quien asintió. Cogió un documento del escritorio.

– Lo entiendo. Si puede localizar a la víctima en base a las declaraciones de Waits, entonces bien. Si la cuestión es que él nos conduzca al cadáver, tengo una orden de liberación preparada para llevarla al juez. Diría que si alcanzamos un punto en que tengamos que sacar a este tipo de prisión, entonces la seguridad debería ser extraordinaria. Habrá mucho en juego con esto y no podernos cometer errores.

O'Shea se tomó el tiempo de mirar de detective a detective para asegurarse de que todos comprendían la gravedad de la situación. Iba a jugarse su campaña y su vida política en la seguridad de Raynard Waits.

– Estaremos preparados para lo que sea -dijo Olivas.

La expresión de preocupación en el rostro de O'Shea no cambió.

– Va a contar con una presencia uniformada, ¿no? -preguntó.

– No pensaba que fuera necesario, los uniformes atraen la atención -dijo Olivas-. Podemos ocuparnos nosotros. Pero si lo prefiere, la tendremos.

– Creo que sería bueno tenerla, sí.

– No hay problema, pues. O bien conseguiremos que venga un coche de la metropolitana con nosotros o una pareja de ayudantes del sheriff de la prisión.

O'Shea dio su aprobación.

– Entonces, ¿estamos listos para empezar?

– Hay una cosa -dijo Bosch-. No sabemos a ciencia cierta quién está esperándonos en la sala de interrogatorios, pero estamos casi seguros de que no se llama Raynard Waits.

Una expresión de sorpresa apareció en el rostro de O'Shea e inmediatamente se hizo contagiosa. La boca de Olivas se abrió un par de centímetros y el detective se inclinó hacia delante.

– Lo identificamos con las huellas -protestó Olivas-. En el caso anterior.

Bosch asintió.

– Sí, el anterior. Como sabe, cuando lo detuvieron trece años atrás, primero dio el nombre de Robert Saxon junto con la fecha de nacimiento del 3 de noviembre de 1975. Es el mismo nombre que usó luego ese mismo año cuando llamó para hablar de Gesto, sólo que dio la fecha de nacimiento del 3 de noviembre de 1971. Pero cuando lo detuvieron y comprobaron sus huellas en el ordenador, coincidió con la huella del carné de conducir de Raynard Waits, con una fecha de nacimiento del 3 de noviembre de 1971. Así que tenemos el mismo día y mes pero diferentes años. En cualquier caso, cuando se le confrontó con la huella dactilar, él aceptó ser Raynard Waits, diciendo que había dado un nombre y un año falsos porque esperaba ser tomado por un menor. Todo esto está en el expediente.

– Pero ¿adónde nos lleva? -dijo O'Shea con impaciencia.

– Déjeme terminar. Le dieron la condicional, porque era su primer delito. En el informe biográfico de la condicional decía que nació y se educó en Los Angeles. Bueno, pues acabamos de venir del registro civil y no hay ningún registro de que Raynard Waits naciera en Los Angeles en esa fecha o en ninguna otra. Hay muchos Robert Saxon nacidos en Los Angeles, pero ninguno el 3 de noviembre de cualquiera de los años mencionados en los archivos.

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