Entonces se produjeron disparos y Olivas cayó de espaldas por la escalera hacia él. Bosch levantó las manos para tratar de amortiguar el impacto. En el suelo, con Olivas encima de él, oyó más disparos y luego los gritos.
Los gritos. Lo había olvidado por el subidón de adrenalina y el pánico. Waits se había acercado al borde del terraplén y les había disparado. Y había gritado. Había llamado a O'Shea cobarde por correr. Pero había dicho algo más que eso.
«Corre, cobarde. ¿Qué pinta tiene ahora tu chanchullo?»
Bosch había olvidado la pulla en la conmoción, la confusión del tiroteo, la fuga y el intento de salvar a Kiz Rider. En la carga de miedo que conllevaron aquellos momentos.
– ¿Qué significaba eso? ¿Qué estaba diciendo Waits al hablar de chanchullo?
– ¿Qué pasa? -preguntó Randolph.
– Nada. Sólo trataba de concentrarme en lo que ocurrió en los momentos en que no hay cinta.
– Parecía que había recordado algo.
– Acabo de recordar lo cerca que estuve de que me mataran como a Olivas y Doolan. Olivas aterrizó encima de mí. Terminó siendo mi escudo.
Randolph asintió con la cabeza.
Bosch quería salir de ahí. Quería coger ese hallazgo «¿qué pinta tiene ahora tu chanchullo?» y trabajarlo. Quería reducirlo a polvo y analizarlo bajo el microscopio.
– Teniente, ¿me necesitan para algo más ahora mismo?
– No ahora mismo.
– Entonces me voy. Llámenme si me necesitan.
– Llámeme cuando recuerde lo que no puede recordar.
Miró a Bosch con ironía. Éste aparró su mirada.
– Bien.
Bosch salió de la oficina de la UIT y accedió a la zona de los ascensores. Tendría que haber salido del edificio entonces, pero en cambió pulsó el botón de subir.
21
Recordar lo que Waits les había gritado cambiaba las cosas. Para Bosch significaba que había algo en marcha en Beachwood Canyon, y era algo de lo cual no tenía ni la menor pista. Su primera idea fue retirarse y considerarlo todo antes de hacer un movimiento. Pero la cita con la UIT le había dado un motivo para estar en el Parker Center y planeaba sacar el máximo provecho antes de irse.
Entró en la sala 503, las oficinas de la unidad de Casos Abiertos, y se dirigió hacia la zona donde se hallaba su escritorio. La sala de la brigada estaba casi vacía. Echó un vistazo al puesto de trabajo que compartían Marcia y Jackson y vio que habían salido. Puesto que tenía que pasar por delante de la puerta abierta del despacho de Pratt para ir a su propio lugar de trabajo, Bosch decidió ir de frente. Asomó la cabeza y vio a su jefe arrellanado en su escritorio. Estaba comiendo pasas de una cajita roja. Se mostró sorprendido de ver a Bosch.
– Harry, ¿qué estás haciendo aquí? -preguntó.
– La UIT me ha llamado para ver el vídeo que el tipo de O'Shea grabó en la expedición de Beachwood.
– ¿Tiene el tiroteo grabado?
– No del todo. Asegura que la cámara estaba apagada.
Pratt enarcó las cejas.
– ¿Randolph no le cree?
– Es difícil. El tipo se guardó la cinta hasta esta mañana y parece que puede estar alterada. Randolph va a pedir a los técnicos que la examinen. En cualquier caso, escuche, pensaba que mientras estaba aquí podía llevarme unos cuantos expedientes y material a Archivos para que no se queden por aquí. Kiz también tiene algunos expedientes fuera y pasará un tiempo hasta que pueda volver a ellos.
– Probablemente es buena idea.
Bosch asintió.
– Eh -dijo Pratt con la boca llena de pasas-. Acabo de tener noticias de Tim y Rick. Acaban de salir de Mission ahora mismo. La autopsia ha sido esta mañana y tienen la identificación: Marie Gesto. Lo han confirmado por la dentadura.
Bosch asintió de nuevo mientras consideraba lo definitivo de la noticia. La búsqueda de Gesto había concluido.
– Supongo que ya está, pues.
– Decían que tú ibas a hacer la notificación. Que querías hacerlo.
– Sí, pero probablemente esperaré hasta esta noche, cuando Dan Gesto vuelva de trabajar. Será mejor que los dos padres estén juntos.
– Como quieras manejarlo. Mantendremos esto oculto de momento. Llamaré al forense y le diré que no lo hago público hasta mañana.
– Gracias. ¿Tim o Rick dijeron si tenían la causa de la muerte?
– Parece estrangulación manual. El hioides estaba fracturado.
Se tocó la parte delantera del cuello por si acaso Bosch no recordaba dónde estaba situado el frágil hueso hioides. Bosch sólo había trabajado alrededor de un centenar de casos de estrangulamiento, pero no se molestó en decir nada.
– Lo siento, Harry. Ya sé que éste te toca de cerca. Cuando empezaste a sacar el expediente cada par de meses, supe que significaba algo para ti.
Bosch asintió más para sí mismo que para Pratt. Fue a su escritorio, pensando en la confirmación de la identificación del cadáver, y recordó cómo trece años antes había estado convencido de que nunca encontrarían a Marie Gesto. Siempre resultaba extraño el devenir de los acontecimientos. Empezó a recoger todas las carpetas relacionadas con la investigación Waits. Marcia y Jackson tenían el expediente del homicidio de Gesto, pero eso no le importaba a Bosch porque él disponía de su propia copia en el coche.
Se acercó al escritorio de su compañera para recoger las carpetas de Rider sobre Daniel Fitzpatrick, el prestamista de Hollywood al que Waits había asesinado durante los disturbios de 1992, y reparó en dos cajas de plástico en el suelo. Abrió una y vio que contenía los registros de empeño recuperados de la tienda arrasada por el fuego. Bosch recordó que Rider los había mencionado. El olor a moho de los documentos que habían estado húmedos le impactó y enseguida cerró la tapa de la caja. Decidió que también se los llevaría, aunque eso supondría hacer dos viajes por delante de la puerta abierta de Pratt para meter todo en su coche, y eso le daría al jefe dos oportunidades para despertar su curiosidad acerca de lo que Bosch pretendía realmente.
Bosch estaba considerando dejar las cajas, pero tuvo suerte. Pratt salió de su oficina y lo miró.
– No sé quién decidió que las pasas son un buen aperitivo -dijo-. Todavía tengo hambre. ¿Quieres algo de abajo, Harry? ¿Un donut?
– No, gracias. Voy a llevarme este material y me voy.
Bosch se fijó en que Pratt sostenía una de las guías normalmente apiladas en su escritorio. Decía Indias occidentales en la tapa.
– ¿Investigando? -preguntó.
– Sí, comprobando cosas. ¿Has oído hablar de un lugar llamado Nevis?
– No.
Bosch había oído nombrar pocos de los sitios a los que se refería Pratt durante sus investigaciones.
– Aquí dice que puedes comprar un viejo molino de azúcar con tres hectáreas de terreno por menos de cuatrocientos mil. Mierda, sacaría más que eso sólo de mi casa.
Probablemente era cierto. Bosch no había estado nunca en la casa de Pratt, pero sabía que tenía una propiedad en Sun Valley que era lo bastante grande para mantener un par de caballos. Vivía allí desde hacía casi veinte años y estaba asentado en una mina de oro en valor inmobiliario. Aunque había un problema. Unas semanas antes, Rider había escuchado desde su escritorio una conversación telefónica de Pratt en la que planteaba cuestiones sobre custodia de niños y propiedad común. Habló a Bosch de la llamada y ambos supusieron que Pratt estaba hablando con un abogado de divorcios.
– ¿Quiere refinar azúcar? -preguntó Bosch.
– No, Harry, sólo es para lo que se usaba en un tiempo la propiedad. Ahora la compras, la arreglas y montas una casa rural.
Bosch se limitó a asentir. Pratt se estaba trasladando a un mundo que él no conocía nada y que le importaba aún menos.
– En fin -dijo Pratt, sintiendo que no tenía audiencia-. Nos veremos. Y, por cierto, está muy bien que te hayas vestido para la UIT. La mayoría de los tipos suspendidos de empleo se habrían presentado en tejanos y camiseta, con más pinta de sospechoso que de poli.