– ¿Cuándo puso la lata de combustible de mechero delante de la tienda?
– Oh, eso fue cuando me iba. La saqué, la limpié y la dejé allí.
– ¿El señor Fitzpatrick pidió ayuda en algún momento?
Waits hizo una pausa para sopesar la cuestión.
– Bueno, es difícil de decir. Estaba gritando algo, pero no estoy seguro de que pidiera ayuda. A mí me sonó como un animal. Una vez, de niño, le pillé la cola a mi perro con la puerta. Me recordó a eso.
– ¿En qué estaba pensando cuando se dirigía a casa?
– Estaba pensando «De puta madre. ¡Por fin lo he hecho!». Y sabía que iba a salir impune. Me sentí invencible, la verdad.
– ¿Qué edad tenía?
– Tenía… Tenía, veinte, coño, y lo hice.
– ¿Pensó alguna vez en el hombre que mató, al que quemó vivo?
– No, en realidad no. Sólo estaba allí. Para que yo me lo llevara. Como el resto de los que vinieron después. Era como si estuvieran allí para mí.
Rider pasó otros cuarenta minutos interrogándolo, aclarando detalles menores que, no obstante, coincidían con el contenido de los informes de la investigación. Finalmente, a las 11:15 pareció relajar su postura y retirarse de su lugar en la mesa. Se volvió a mirar a Bosch y luego a O'Shea.
– Creo que tengo suficiente por el momento -dijo-. Quizá deberíamos tomar un pequeño descanso en este punto.
Rider apagó la grabadora y los tres investigadores y O'Shea salieron al pasillo para departir. Swann se quedó en la sala de interrogatorios con su cliente.
– ¿Qué le parece? -le dijo O'Shea a Rider.
Ella asintió con la cabeza.
– Estoy satisfecha. Creo que no hay ninguna duda de que lo hizo él. Ha resuelto el misterio de cómo pudo alcanzarlo. No creo que nos esté contando todo, pero conoce los suficientes detalles. O bien lo hizo él o estaba allí delante.
O'Shea miró a Bosch.
– ¿Deberíamos continuar?
Bosch reflexionó un momento. Estaba preparado. Mientras observaba a Rider interrogando a Waits, su rabia y asco habían ido en aumento. El hombre de la sala de interrogatorios mostraba un desprecio tan insensible por su víctima que Bosch lo reconoció como el perfil clásico del psicópata. Igual que antes, temía lo que averiguaría a continuación de labios de aquel hombre, pero estaba preparado para oírlo.
– Adelante -dijo.
Todos volvieron a la sala de interrogatorios, y Swann inmediatamente propuso hacer una pausa para comer.
– Mi cliente tiene hambre.
– Hay que alimentar al perro -añadió Waits con una sonrisa.
Bosch negó con la cabeza, asumiendo el control de la sala.
– Todavía no -dijo-. Comerá cuando comamos todos.
Ocupó el asiento situado directamente enfrente de Waits y volvió a encender la grabadora. Rider y O'Shea ocuparon las posiciones contiguas y Olivas se sentó una vez más junto a la puerta. Bosch había recuperado el expediente Gesto que le había dado a Olivas, pero lo tenía cerrado delante de él en la mesa.
– Ahora vamos a pasar al caso de Marie Gesto -dijo.
– Ah, la dulce Marie -dijo Waits. Miró a Bosch con un brillo en los ojos.
– El compromiso de su abogado sugiere que usted sabe lo que le ocurrió a Marie Gesto cuando desapareció en 1993. ¿Es cierto?
Waits arrugó el entrecejo y asintió.
– Sí, me temo que sí-dijo con fingida sinceridad.
– ¿Conoce el paradero actual de Marie Gesto o la localización de sus restos?
– Sí.
Ahí estaba el momento que Bosch había esperado durante trece años.
– Está muerta, ¿no?
Waits lo miró y asintió.
– ¿Es eso un sí? -preguntó Bosch para la cinta.
– Es un sí. Está muerta.
– ¿Dónde está?
Waits estalló en una amplia sonrisa, la sonrisa de un hombre que no tenía un solo átomo de arrepentimiento o culpa en su ADN.
– Está aquí mismo, detective -dijo-. Está aquí mismo conmigo. Como todos los demás. Aquí mismo conmigo.
Su sonrisa se convirtió en carcajada, y Bosch casi se abalanzó sobre él. Pero Rider le puso una mano en la pierna bajo la mesa y Bosch se calmó de inmediato.
– Espere un segundo -dijo O'Shea-. Salgamos otra vez, y esta vez quiero que nos acompañe, Maury.
12
O'Shea se abalanzó hacia el pasillo en primer lugar y consiguió pasear adelante y atrás dos veces antes de que todos salieran de la sala de interrogatorios. Entonces ordenó a los ayudantes que entraran en la sala y no perdieran de vista a Waits. La puerta quedó cerrada.
– ¿Qué coño es esto, Maury? -espetó O'Shea-. No vamos a pasar el tiempo ahí dentro abonando el terreno para una defensa por demencia. Esto es una confesión, no una maniobra de la defensa.
Swann levantó las palmas de las manos en un gesto de qué puedo hacer.
– El tipo obviamente tiene sus cosas -dijo.
– Mentira. Es un asesino de sangre fría y está ahí haciéndose el Hannibal Lecter. Esto no es una película, Maury. Es real. ¿Has oído lo que ha dicho de Fitzpatrick? Estaba más preocupado por una pequeña quemadura en la mano que por el hombre al que le escupió llamas en la cara. Así que te diré el qué: vuelve ahí dentro y pasa cinco minutos con tu cliente. Ponlo firme o dejamos esto y que cada uno corra sus riesgos.
Bosch estaba asintiendo de manera inconsciente. Le gustaba la rabia en la voz de O'Shea. También le gustaba cómo iba yendo.
– Veré qué puedo hacer -dijo Swann.
Volvió a la sala de interrogatorios y los ayudantes salieron para dar confidencialidad al abogado y su cliente. O'Shea continuó paseando mientras se calmaba.
– Lo siento -dijo a nadie en particular-, pero no voy a dejarles que controlen esto.
– Ya lo están haciendo -dijo Bosch-. Al menos Waits.
O'Shea lo miró, listo para una batalla.
– ¿Qué está diciendo?
– Quiero decir que todos estamos aquí por él. La conclusión es que estamos metidos en un esfuerzo para salvar su vida, a petición suya.
O'Shea negó con la cabeza enfáticamente.
– No voy a volver a ir y venir sobre este asunto con usted otra vez, Bosch. La decisión está tomada. En este punto, si no está en el barco, el ascensor está en el pasillo de la izquierda. Me ocuparé de su parte del interrogatorio. O lo hará Freddy.
Bosch esperó un poco antes de responder.
– No he dicho que no estuviera en el barco. Gesto es mi caso y me ocuparé hasta el final.
– Me gusta oírlo -dijo O'Shea con pleno sarcasmo-. Lástima que no estuviera tan atento en el noventa y tres.
Se estiró y llamó bruscamente a la puerta de la sala de interrogatorios. Bosch miró a la espalda del fiscal con la rabia brotando desde algún lugar muy profundo. Swann abrió la puerta casi inmediatamente.
– Estamos listos para continuar -dijo al retirarse para dejarlos pasar.
Después de que cada uno recuperara sus asientos y la grabadora se volviera a encender, Bosch se sacudió la rabia que sentía contra O'Shea y clavó de nuevo la mirada en Waits. Repitió la pregunta.
– ¿Dónde está?
Waits sonrió levemente, como si estuviera tentado de dinamitarlo todo otra vez, pero finalmente la sonrisa se transformó en una mueca al responder.
– En las colinas.
– ¿En qué sitio de las colinas?
– Cerca de los establos. Allí es donde la rapté, justo cuando estaba bajando del coche.
– ¿Está enterrada?
– Sí, está enterrada.
– ¿Dónde está enterrada exactamente?
– Tendría que enseñárselo. Es un sitio que conozco, pero que no puedo describir… Tendría que enseñárselo.
– Trate de describirlo.
– Es un sitio en el bosque, cerca de donde ella aparcó. Al entrar en el bosque hay un sendero y luego te separas del camino. Es bastante lejos del camino. Pueden ir a mirar y pueden encontrarla enseguida o no encontrarla nunca. Hay un montón de terreno allí. Recuerde que buscaron en ese lugar, pero nunca la encontraron.
– ¿Y trece años después cree que puede conducirnos a ese sitio?
– No han pasado trece años.