Литмир - Электронная Библиотека
A
A

35

Bosch registró el seto con la mirada, buscando un resquicio por el que colarse. No parecía haber ninguno en la parte delantera. Cuando se acercaron, le indicó a Rachel que siguiera el seto hacia la derecha mientras él se dirigía hacia la izquierda. Se fijó en que ella llevaba el arma al costado.

El seto tenía al menos tres metros de altura y era tan espeso que Bosch no veía la luz de la piscina o la casa a través de él. Sin embargo, al avanzar junto a él, oyó el sonido de chapoteo y voces, una de las cuales reconoció que pertenecía a Abel Pratt. Las voces estaban cerca.

– Por favor, no sé nadar. ¡No hago pie!

– Entonces ¿para qué tienes una piscina? Chapotea.

– ¡Por favor! No voy a… ¿Por qué iba a contarle…?

– Eres abogado y a los abogados os gusta jugar a varias bandas.

– Por favor.

– Te estoy diciendo que sólo con que sospeche que me la estás jugando, la próxima vez no será una piscina. Será el puto océano Pacífico. ¿Lo entiendes?

Bosch llegó a una zona donde estaba la bomba del filtro de la piscina y el climatizador sobre una placa de hormigón. Había asimismo una pequeña abertura en el seto para que pasara un empleado de mantenimiento. Bosch se coló por el resquicio y accedió al suelo de baldosas que rodeaba una gran piscina ovalada. Estaba seis metros detrás de Pratt, que se hallaba de pie junto al seto, mirando a un hombre en el agua. Pratt sostenía una larga pértiga azul con una extensión curvada. Era para llevar a nadadores en apuros hasta el lado de la piscina, pero Pratt la sostenía justo fuera del alcance del hombre. Éste trataba de agarrarla desesperadamente, pero cada vez Pratt la alejaba de un tirón.

Era difícil identificar al hombre en el agua como Maury Swann. Las luces estaban apagadas y la piscina estaba a oscuras. Swann no llevaba gafas y el pelo parecía haber resbalado de su cuero cabelludo a la parte de atrás de su cabeza como víctima de un corrimiento de tierra. En su calva brillante había una tira de cinta adhesiva para mantener el peluquín en su sitio.

El sonido del filtro de la piscina daba cobertura a Bosch. Se acercó sin que repararan en él hasta colocarse a un par de metros de Pratt antes de hablar.

– ¿Qué está pasando, jefe?

Pratt rápidamente bajó la pértiga para que Swann pudiera agarrar el gancho.

– ¡Agárrate, Maury! -gritó Pratt-. Estás a salvo.

Swann se agarró y Pratt empezó a tirar de él hacia el borde de la piscina.

– Te tengo, Maury -dijo Pratt-. No te preocupes.

– No ha de molestarse con el número del salvavidas -dijo Bosch-. Lo he oído todo.

Pratt hizo una pausa y miró a Swann en el agua. Estaba a un metro del borde.

– En ese caso… -dijo Pratt.

Soltó la pértiga y llevó su mano derecha a la parte de atrás del cinturón.

– ¡No!

Era Walling. Había encontrado su propia forma de atravesar el seto. Estaba en el otro lado de la piscina, apuntando a Pratt con su arma.

Pratt se quedó petrificado y pareció tomar una decisión sobre si desenfundar o no. Bosch se colocó tras él y le arrancó la pistola de sus pantalones.

– ¡Harry! -gritó Rachel-. Yo lo tengo a él. Coge al abogado.

Swann se estaba hundiendo. La pértiga azul estaba hundiéndose con él. Bosch fue rápidamente al borde de la piscina y la agarró. Tiró de Swann hasta la superficie. El abogado empezó a toser y a escupir agua. Se agarró con tuerza a la pértiga y Bosch lo condujo hasta el lado poco profundo. Rachel se acercó a Pratt y le ordenó que pusiera las muñecas detrás de la cabeza.

Maury Swann estaba desnudo. Subió los escalones del lado menos hondo tapándose las pelotas arrugadas con una mano y tratando de colocarse bien el tupé con la otra. Rindiéndose con el peluquín, se lo arrancó del todo y lo tiró a las baldosas, donde aterrizó con un paf. Fue directamente a una pila de ropa que había junto a un banco y empezó a vestirse mientras seguía empapado.

– Bueno, ¿qué está pasando aquí, Maury? -preguntó Bosch.

– Nada que le concierna.

Bosch asintió.

– Ya lo pillo. Un tipo viene aquí para echarlo a la piscina y ver cómo se hunde, quizá hacer que parezca un suicidio o un accidente, y usted no quiere que nadie se preocupe al respecto.

– Era un desacuerdo, nada más. Me estaba asustando, no ahogándome.

– ¿Eso significa que usted y él tenían un acuerdo antes de tener este desacuerdo?

– No voy a responder a eso.

– ¿Por qué le estaba asustando?

– No voy a responder a ninguna de sus preguntas.

– Entonces quizá debería irme y dejar que ustedes dos terminen con su desacuerdo. Quizá sería lo mejor que se puede hacer aquí.

– Haga lo que quiera.

– ¿Sabe lo que pienso? Creo que con su cliente Raynard Waits muerto, sólo hay una persona que puede relacionar al detective Pratt con los Garland. Creo que su socio estaba deshaciéndose de ese vínculo porque se estaba asustando. Estaría en el fondo de esa piscina si no hubiéramos llegado aquí.

– Puede hacer y pensar lo que quiera. Pero lo que le estoy diciendo es que teníamos un desacuerdo. El pasó cuando me estaba dando mi baño nocturno y divergimos respecto a una cuestión.

– Pensaba que no sabía nadar, Maury. ¿No es lo que ha dicho?

– He terminado de hablar con usted, detective. Ahora puede irse de mi propiedad.

– Todavía no, Maury. ¿Por qué no termina de vestirse y se une a nosotros en el lado profundo?

Bosch dejó al abogado allí, tratando de meter las piernas mojadas en unos pantalones de seda. En el otro extremo de la piscina, Pratt estaba esposado y sentado en un banco de cemento.

– No voy a decir nada hasta que hable con un abogado -dijo.

– Bueno, allí hay uno que se está vistiendo -dijo Bosch-. Quizá pueda contratarlo.

– No voy a hablar; Bosch -repitió Pratt.

– Buena decisión -dijo Swann desde el otro extremo-. Regla número uno: no hablar nunca con los polis.

Bosch miró a Rachel y casi se le escapó la risa.

– ¿Puedes creerlo? Hace dos minutos estaba intentando ahogar a este tipo y ahora él le está dando consejo legal gratis.

– Consejo legal sensato -dijo Swann.

Swann caminó hasta donde estaban esperando los demás. Bosch se fijó en que la ropa se le pegaba al cuerpo mojado.

– No estaba intentando ahogarlo -dijo Pratt-, estaba intentando ayudarle. Pero es lo único que voy a decir.

Bosch miró a Swann.

– Súbase la cremallera, Maury, y siéntese aquí.

Bosch señaló un lugar en el banco, al lado de Pratt.

– No, no creo que quiera -replicó Swann.

Se encaminó hacia la casa, pero Bosch dio dos pasos y lo cortó. Lo redirigió al banco.

– Siéntese -dijo-. Está detenido.

– ¿Por qué? -repuso Swann con indignación.

– Doble homicidio. Los dos están detenidos.

Swann se rio como si estuviera tratando con un niño. Ahora que se había vestido estaba recuperando parte de su fanfarronería.

– ¿Y qué homicidios son ésos?

– Detective Fred Olivas y ayudante del sheriff Derek Doolan.

Ahora Swann negó con la cabeza, con la sonrisa intacta en el rostro.

– Supongo que esos cargos entran dentro de la ley de muertes en la comisión de un delito, porque hay amplias pruebas de que nosotros no apretamos el gatillo que disparó las balas que mataron a Olivas y Doolan.

– Siempre es bueno tratar con un abogado. Detesto tener que explicar la ley constantemente.

– Es una pena que necesite que le expliquen la ley a usted, detective Bosch. La ley de muertes en la comisión de un delito se aplica cuando alguien fallece durante la comisión de un delito grave. Si se franquea ese umbral, entonces los conspiradores en la empresa criminal pueden ser acusados de homicidio.

Bosch asintió con la cabeza.

– Eso lo tengo -dijo-. Y le tengo a usted.

– Entonces sea tan amable de decir qué umbral criminal es el que he franqueado.

71
{"b":"125968","o":1}