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Ella se quedó un buen rato en silencio antes de responder.

– ¿Dónde estás ahora mismo?

– Todavía estoy en el DSIF.

– Ve a buscar un donut o algo. Llegaré en cuanto pueda.

– ¿Estás segura?

– No, pero es lo que vamos a hacer.

Rachel colgó el teléfono. Bosch cerró el suyo y miró a su alrededor. En lugar de un donut fue a buscar un dispensador de periódicos y sacó la edición matinal del Times. Se sentó en el macetero que recorría la fachada del edificio del DSIF y hojeó los artículos del periódico sobre Raynard Waits y la investigación de Beachwood Canyon.

No había artículo sobre el rapto en Hollywood Boulevard, porque eso había ocurrido por la noche, mucho después de la hora de cierre. La historia de Waits había pasado de la primera página a la sección estatal y local, pero la cobertura seguía siendo amplia. Había tres artículos en total. El informe más destacado era la búsqueda a escala nacional del asesino en serie fugado, hasta el momento infructuosa. La mayor parte de la información ya era obsoleta por los acontecimientos de la noche. Ya no había búsqueda a escala nacional. Waits continuaba en la ciudad.

El artículo se hallaba en el interior de la sección y estaba enmarcado por dos despieces laterales. Uno era una puesta al día de la investigación que proporcionaba algunos detalles de lo ocurrido durante el tiroteo y la fuga, y el otro era una actualización política. Este último artículo estaba firmado por Keisha Russell, y Bosch lo examinó rápidamente para ver si algo de lo que habían discutido sobre la financiación de la campaña de Rick O'Shea se había colado al periódico. Afortunadamente no había nada, y sintió que su confianza en ella se incrementaba.

Bosch terminó de leer los artículos y todavía no había rastro de Rachel. Pasó a otras secciones del periódico, estudiando los resultados de acontecimientos deportivos que no le interesaban en absoluto y leyendo críticas de películas que nunca vería. Cuando ya no le quedaba nada que leer dejó el periódico a un lado y empezó a pasear delante del edificio. Se puso ansioso, preocupado por haber perdido la ventaja que los descubrimientos de la mañana le habían proporcionado.

Sacó su teléfono móvil para llamarla, pero decidió llamar al hospital Saint Joseph y preguntar por el estado de Kiz Rider. Le pasaron al puesto de enfermeras de la tercera planta y luego le pusieron en espera. Mientras estaba esperando a que le conectaran vio que Rachel finalmente llegaba en un vehículo federal. Cerró el teléfono, cruzó la acera y se encontró con ella cuando estaba bajando del coche.

– ¿Cuál es el plan? -dijo a modo de saludo.

– ¿Qué, nada de «cómo estás» o «gracias por venir»?

– Gracias por venir. ¿Cuál es el plan?

Empezaron a entrar en el edificio.

– El plan es el plan federal. Entro y le tiro encima del hombre al mando toda la fuerza y el peso del gobierno de este gran país. Levanto el espectro del terrorismo y él nos da el expediente.

Bosch se detuvo.

– ¿A eso llamas un plan?

– Nos ha funcionado muy bien durante más de cincuenta años.

Rachel no se detuvo y Bosch tuvo que apresurarse para darle alcance.

– ¿Cómo sabes que hay un hombre al mando?

– Porque siempre hay un hombre al mando. ¿Hacia dónde?

Bosch señaló hacia delante en el vestíbulo principal. Rachel no perdió el ritmo.

– No he esperado aquí cuarenta minutos para esto, Rachel.

– ¿Tienes una idea mejor?

– Tenía una idea mejor. Una orden de búsqueda federal, ¿recuerdas?

– Eso no iba a ninguna parte, Bosch. Te lo dije. Si abres esa puerta, caes en la trampa. Esto es mejor. Entrar y salir. Si te consigo el expediente, te consigo el expediente. No importa cómo.

Rachel estaba dos pasos por delante de él, avanzando con impulso federal. Bosch secretamente empezó a tener fe. Ella pasó por las puertas dobles que había bajo el cartel que decía Archivos con una autoridad y presencia de mando incuestionables La empleada con la que Bosch había tratado antes estaba en el mostrador, hablando con otro ciudadano. Walling se colocó delante y no esperó a una invitación para hablar. Mostró sus credenciales del bolsillo del traje en un movimiento suave.

– FBI. Necesito ver a su jefe de oficina en relación con un asunto urgente.

La empleada la miró con expresión no impresionada.

– Estaré con usted en cuanto terrni…

– Estás conmigo ahora, cielo. Ve a buscar a tu jefe o iré yo. Es una cuestión de vida o muerte.

La mujer puso una cara que parecía indicar que nunca se había encontrado con semejante grosería antes. Sin decir una palabra al ciudadano que tenía delante, ni a nadie más, se alejó del mostrador y se acercó a una puerta situada detrás de una fila de cubículos.

Esperaron menos de un minuto. La empleada volvió a salir por la puerta acompañada de un hombre que vestía una camisa blanca de manga corta y una corbata granate. Fue directamente a Rachel Walling.

– Soy el señor Osborne, ¿en qué puedo ayudarles?

– Hemos de ir a su despacho, señor. Es una cuestión sumamente confidencial.

– Por aquí, por favor.

Osborne señaló a una puerta giratoria situada al extremo del mostrador. Bosch y Walling se acercaron y la puerta se abrió electrónicamente. Siguieron a Osborne hasta la puerta de atrás de su despacho. Rachel dejó que mirara sus credenciales una vez que estuvo sentado detrás de un escritorio engalanado con souvenirs polvorientos de los Dodgers. Había un sándwich envuelto de Subway en el centro del escritorio.

– ¿Qué es todo este…?

– Señor Osborne, trabajo en la Unidad de Inteligencia Táctica, aquí en Los Angeles. Estoy segura de que entiende lo que eso significa. Y éste es el detective Harry Bosch del Departamento de Policía de Los Angeles. Estamos colaborando en una investigación conjunta de suma importancia y urgencia. Su empleada nos dijo que existe un expediente correspondiente a un individuo llamado Robert Foxworth, fecha de nacimiento 3-11-71. Es de vital importancia que nos autoricen a revisar ese expediente de manera inmediata.

Osborne asintió con la cabeza, pero lo que dijo no se correspondía con el gesto.

– Lo entiendo. Pero aquí en el DSIF trabajamos con leyes muy precisas. Leyes estatales que protegen a los menores. Los registros de nuestros tutelados menores no están abiertos al público sin orden judicial. Tengo las manos ata…

– Señor. Robert Foxworth ya no es ningún menor. Tiene treinta y cuatro años. El expediente podría contener información que nos lleve a contener una amenaza muy grave para esta ciudad. Sin duda salvará vidas.

– Lo sé. Pero ha de comprender que no po…

– Lo entiendo. Entiendo perfectamente que si no vemos ese expediente ahora, estaremos hablando de pérdida de vidas humanas. No querrá eso en su conciencia, señor Osborne, y nosotros tampoco. Por eso estamos en el mismo barco. Haré un trato con usted, señor. Revisaremos el expediente aquí mismo en su oficina, con usted mirando. Entretanto, me pondré al teléfono y solicitaré a un miembro de mi equipo de Táctica que consiga la orden judicial. Me encargaré de que la firme un juez y se le entregue a usted antes del final de la jornada laboral.

– Bueno… tendría que pedirlo de Archivos.

– ¿Los archivos están en el edificio?

– Sí, en el sótano.

– Entonces, por favor llame a Archivos y que suban ese expediente. No tenemos mucho tiempo, señor.

– Esperen aquí. Me ocuparé personalmente.

– Gracias, señor Osborne.

El hombre salió del despacho y Walling y Bosch ocuparon sendas sillas delante de su escritorio. Rachel sonrió.

– Ahora esperemos que no cambie de opinión -dijo.

– Eres buena -respondió Bosch-. Le digo a mi hija que puede convencer a una cebra de que no tiene rayas. Creo que a ti puedes convencer a un tigre.

– Si te consigo esto, me deberás otra comida en el Water Grill.

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