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Nada de aquello parecía tener mucho sentido. Necesitaba tiempo para esclarecer la situación, para explorar cada rincón de su fragmentada memoria y sacar cualquier cosa que hubiera allí. Quizá descubriera que era un criminal que… No, no le habrían dado a un criminal un apartamento agradable, un trabajo decente y una mujer como Lori. A menos que lo mantuvieran oculto hasta el momento en que tuviera que testificar en un juicio importante. Sí, eso podía tener algún sentido. No deseaban que recordara las cosas prematuramente, ya que entonces existía la posibilidad de que regresara con su gente en vez de servirles de testigo. Eso explicaría por qué Lori, que, como descubrió, no sentía nada por él, se había mostrado tan amistosamente abierta. Su trabajo consistía en mantener su mente ocupada. O su pajarito. Debieron suponer que era lo mismo. Puede que hubieran tenido razón, de no ser por la excepción de la mujer de su sueño de Marte.

Ya estaba subiendo por las escaleras mecánicas. Miró hacia atrás, y lo único que distinguió fue a ciudadanos corrientes. ¿Dónde se encontraban los matones? ¡Por entonces, deberían de haberle alcanzado!

Miró hacia arriba…, ¡y allí estaban! Cuatro agentes que llegaban al descansillo superior y que ojearon en su dirección. Intentó encogerse, escondiéndose entre los demás usuarios; pero era demasiado alto para lograrlo. Su única esperanza residía en que no le vieran antes de que se acercara lo suficiente…

Escudriñaban hacia abajo, comprobando toda la zona. ¡LE VIERON!

No hubo ninguna pausa, ninguna petición de rendición. Simplemente, empezaron a disparar.

Quaid amagó a un lado. Un desafortunado usuario recibió un tiro en la cabeza. Cayó hacia atrás, a los brazos de Quaid. Su rostro había desaparecido.

Estallaron gritos cuando el resto de la gente comprendió lo que ocurría. Todos los ciudadanos se agacharon en la escalera, intentando apartarse de la línea de tiro. Eso dejó a Quaid expuesto, la única persona que estaba de pie.

No podía agacharse como los demás; le localizarían en segundos ahora que sabían dónde se encontraba. En realidad, su otro yo no pensaba consentirlo. Ya se había puesto en movimiento y subía la escalera, empleando el cuerpo sin cara como un escudo. Tenía la pistola en la mano, y disparó contra sus enemigos. Uno, dos, tres, cuatro…, y los cuatro matones cayeron por ese orden, cada uno atravesado por una bala.

Quaid desconocía quién era su otro yo, pero empezaba a caerle bien. ¡Ese tipo era un superviviente!

De momento estaba a salvo. Podía largarse de la estación de metro y…

Una bala zumbó junto a su oreja. ¡Desde atrás! Se volvió para echar un vistazo. Allí estaban Richter y Helm, que corrían hacia las escaleras mecánicas, disparando a medida que se acercaban. En ese momento entraron en contacto con ellas y empezaron a subir por encima de los usuarios tumbados, sin dejar en ningún momento de dispararle. Si se hubieran detenido para apuntar adecuadamente, Quaid hubiera muerto sin siquiera saber que se encontraban allí.

Quaid alzó el cadáver que había empleado como escudo, se volvió y se lo arrojó a los dos agentes, tumbándolos hacia atrás. Luego se lanzó escaleras arriba. Llegó hasta el final y corrió pasillo abajo.

Si esos dos eran los únicos que le perseguían ahora, disponía de una ventaja aproximada de unos diez segundos. ¿Adonde podía ir? ¿Seguir subiendo para salir a la calle? Quizás hubiera más matones apostados en la salida. Si lo conseguía, seguiría en la misma zona; le buscarían con coches y, tal vez, con vehículos aéreos. No podía regresar a su apartamento; Lori le delataría de inmediato, si es que primero no le disparaba.

Eso le dejaba únicamente el metro. Las líneas recorrían toda la ciudad y llegaban hasta las afueras, con transbordos por todas partes. ¡Los agentes serían incapaces de cubrir cada salida de todo el sistema del metro! De manera que, si lograba subirse a un vagón sin que le siguieran, su ventaja de diez segundos se transformaría en una de diez minutos, y conseguiría salir de la ciudad antes de que se hicieran una idea de dónde se encontraba.

Su cuerpo ya conocía esa información. Corría pasillo abajo, encaminándose hacia otra línea. Se metió la pistola en la cintura del pantalón; ya estaba dentro de la zona de seguridad, así que no activaría ninguna alarma más.

Llegó hasta el andén donde ya había un convoy. Los últimos usuarios se esforzaban por entrar en los vagones. Corrió a lo largo de la plataforma que, afortunadamente, en ese momento estaba vacía, en dirección al tren.

El último pasajero subió. Sonó el silbato de partida. La puerta se cerró.

Quaid dio un salto enorme y se metió en un vagón en el último segundo, evitando las puertas por un pelo. ¡Lo había conseguido! Trastabilló, tratando de no chocar contra los otros pasajeros. Estuvo a punto de caer; sin embargo, mantuvo el equilibrio.

Las balas destrozaron los cristales de la puerta justo encima de su cabeza y salieron por el otro extremo. ¡Richter y Helm habían llegado! Si se hubiera encontrado en una postura erguida…

– ¡Agáchense! -les gritó a los otros pasajeros, sabiendo lo que se avecinaba.

El metro empezó a moverse. Una serie de ventanillas fueron destrozadas. Los pasajeros decidieron hacerle caso. Se agacharon lo mejor que pudieron.

El tren adquirió velocidad. Quaid escudriñó por el agujero de una ventanilla. Vio que Richter y Helm, furiosos, observaban cómo el metro abandonaba la estación. Los había derrotado…, de momento.

Se volvió para descubrir que el resto de los pasajeros le miraban fijamente. Se dio cuenta de que estaba cubierto de sangre debido al cadáver que había empleado como escudo. Bueno, no pensaba ofrecerles ninguna explicación. Cuanto menos supieran sobre él, mejor para él…, y para ellos. Richter parecía no tener ningún freno en los métodos que empleaba; si creyera que alguna otra persona sabía quién podía ser Quaid, la obligaría a hablar a punta de pistola…, y luego, de todas formas, puede que la matara.

Evitó las miradas y se centró en la pantalla publicitaria más cercana. Se trataba de un vendedor de pie ante una nave espacial.

– ¡No os contentéis con recuerdos difusos! ¡No os contentéis con implantes falsos! Vivid el viaje espacial a la antigua usanza, en unas vacaciones de verdad que podéis pagaros.

¡La respuesta de las agencias de viaje a Rekall! Quaid sacudió la cabeza y suspiró. Le hubiera gustado creerles. Ya que una cosa que no había cambiado en la casi completa demolición de su estilo de vida era la fascinación que sentía por Marte. De una u otra forma, aún deseaba ir allí, y, siempre que existiera, todavía quería encontrar a aquella morena.

¿Existía? Lo único que podía hacer era mantener la esperanza de que así era. Su vida sustancial con Lori se había convertido en una ilusión; quizás el sueño que tenía de la otra mujer pudiera transformarse en una realidad.

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