Ahora, aunque es difícil, debo dar término a lo escrito. Pues debo acabar, tendré que hacerlo sin intentar convencer, del mismo modo que Dios, o la Naturaleza, no tratan de convencernos de que ha llegado la hora de morir; convencidos o no, morimos. Concluiré, no mediante la descripción de un acto, no con una de mis ideas favoritas, sino con un gesto. No con palabras, sino con silencio. Con un retrato de mí mismo, tal como estaré sentado al terminar esta página. Es invierno. Pueden imaginarse en una habitación desnuda, mis pies junto a la estufa, abrigado con varios suéteres, mi pelo negro volviéndose gris, disfrutando las pequeñas tribulaciones de la subjetividad y el descanso de una intimidad genuina.
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