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– Sí, reverencia, tendréis vuestra pensión. Hace tiempo que me preguntaba cuándo llegaríamos a esto.

– No obstante, debo obtener el consentimiento formal de la comunidad. Lo mantengo todo en fideicomiso para ellos, ¿comprendéis?

– No hagáis nada todavía. Yo os diré cuándo conviene comunicárselo.

El abad asintió con pesar y bajó la cabeza para ocultar las lágrimas. Lo miré durante unos instantes. La presa que tan encarnizadamente había perseguido Singleton se me había echado a los brazos; los asesinatos habían anonadado al abad. Y ahora yo creía saber quién era el asesino, quién había cometido todos los crímenes.

Encontré al hermano Guy en su gabinete, acompañado por Mark, que estaba sentado en una silla y aún llevaba la blusa de criado. El enfermero limpiaba los cuchillos en una jofaina de agua negruzca y verdosa. El cadáver yacía en la camilla cubierto con la manta, cosa que agradecí. Mark estaba blanco como la pared, e incluso las oscuras facciones del enfermero dejaban traslucir una extraña palidez, como si tuviera cenizas bajo la piel.

– He estado examinando el cuerpo -dijo en voz baja-. No puedo asegurarlo, pero, por la altura y la constitución, creo que se trata de Orphan Stonegarden. Además, era rubia. De lo que sí estoy seguro es de cómo murió. Le partieron el cuello.

El hermano Guy retiró la manta y dejó al descubierto la horrible cabeza del cadáver. Luego, la hizo girar lentamente; la cabeza, floja, describió un semicírculo completo. Las vértebras estaban dislocadas.

– Así pues, la asesinaron -concluí reprimiendo una arcada.

– No pudo hacérselo arrojándose al estanque. El señor Poer dice que hay más de un palmo de lodo.

Asentí.

– Gracias, hermano. Mark, las cosas que encontramos, ¿están en nuestra habitación? Tenemos que hacer una visita. ¿Te trajiste otra muda de ropa?

– Sí, señor.

– Ve a ponértela. No deberías ir por ahí vestido como un criado.

Mark nos dejó solos y yo ocupé su lugar en la silla. El enfermero agachó la cabeza.

– Primero envenenan a Simón Whelplay delante de mis narices y ahora parece que esta pobre chica que trabajó conmigo también murió asesinada. Y yo la creía una ladrona…

– ¿Cuánto tiempo estuvo con vos?

– No mucho, unos meses. Era muy trabajadora, pero demasiado retraída, casi huraña. Creo que el único en quien confiaba era el hermano Alexander. Yo estaba muy ocupado poniendo orden en la enfermería, que se encontraba en un estado lamentable. Presté menos atención a la chica de lo que hubiera debido.

– ¿Mencionó que hubiera recibido atenciones no deseadas de algún monje?

II hermano Guy frunció el entrecejo.

– No. Pero un día la encontré forcejeando con un hermano en el pasillo que conduce a su habitación. Ocupaba la misma que Alice ocupa ahora, al final del pasillo. Él intentaba abrazarla y le hacía comentarios obscenos.

– ¿Quién era?

– El hermano Luke, el ayudante de la lavandería. Lo eché de la enfermería y me quejé al abad. Pero Orphan no quería problemas… El abad Fabián dijo que hablaría con él. Me explicó que no era la primera vez. Después de aquello, Orphan se mostró más afable, aunque seguía hablando poco. Luego, no mucho después, desapareció.

– Que vos sepáis, ¿la molestó alguien más?

– No, yo no volví a ver nada parecido. Pero, como os digo, Orphan no confiaba en mí -dijo el enfermero sonriendo con tristeza-. Creo que nunca llegó a acostumbrarse al color de mi piel. Supongo que no es de extrañar, tratándose de una muchacha de una ciudad pequeña.

– Y a continuación llegó Alice…

– Sí, y decidí ganarme su confianza desde el principio. Eso, al menos, creo haberlo conseguido.

– Estáis tratando al hermano Jerome. Según vos, ¿cuál es su estado mental?

El enfermero me lanzó una mirada cautelosa.

– El que tendría cualquier hombre que, para bien o para mal, se ha consagrado en cuerpo y alma a un ideal difícil y a una vida de dura disciplina, y que además ha sido torturado para que traicionara sus principios. Su mente está profundamente turbada, pero no está loco, si os referís a eso.

– No sé, a mí me parece una locura castigar un cuerpo tan quebrantado como el suyo llevando camisas de crin. Pero, decidme, ¿habla alguna vez de su estancia en la Torre?

– No. Nunca. Pero lo torturaron salvajemente. Eso puedo jurároslo.

– Eso es lo que me contó. Y otras cosas, aunque creo que se trataba de patrañas para confundirme.

El hermano Guy no respondió. Me levanté y, al hacerlo, sentí Una punzada en la espalda y tuve que agarrarme a la mesa con una i mueca de dolor.

– ¿Qué os ocurre?

– Me he hecho daño al levantarme -respondí, e inspiré con fuerza varias veces-. Ahora me dolerá durante días. -Le sonreí con amargura-. Ambos estamos acostumbrados a que la gente nos mire como a bichos raros, ¿verdad, hermano? Pero al menos vuestro aspecto es un fenómeno natural y no os causa dolor. Y hay una tierra donde es normal.

Mark se había puesto otra camisa y otras calzas y estaba sentado en mi cama con expresión sombría.

– ¿Te encuentras bien? -le pregunté con hosquedad.

– Sí, señor -respondió Mark asintiendo con la cabeza-. Esa pobre chica…

– Lo sé. Siento haberte hecho pasar por ese trago. Ha sido una impresión terrible. No imaginaba…

– No. Nadie podía imaginar algo así… -Mark, tenemos que dejar a un lado nuestras… diferencias. Perseguimos el mismo objetivo, creo yo, encontrar al brutal asesino que está actuando en este lugar.

– Por supuesto, señor -respondió Mark al instante-. ¿Cómo podéis dudar de eso?

– No lo dudo, no lo dudo. Escucha, he estado pensando. El único motivo para arrojar al estanque el hábito de Gabriel es que estuviera manchado de sangre. El asesino lo llevaba puesto cuando mató a Singleton y lo arrojó al estanque con la espada.

– Sí, pero… ¿vos podéis creer que el hermano Gabriel es un asesino? -Mark sacudió la cabeza.

– ¿Por qué no? ¿Por qué no pudo ser él? Creía que lo despreciabas por sodomita…

– Y así es -admitió Mark-. Pero… no me lo imagino asesinando a nadie -repuso tras pensar unos instantes-. Parece un hombre de… fuertes afectos, si podemos llamarlos así, pero no alguien capaz de hacer daño deliberadamente. Ni lo bastante resuelto para matar.

– ¡Te aseguro que cuando quiere puede ser muy resuelto! Y es un hombre de afectos muy fuertes, sí. Violentos, diría yo. Y donde hay afectos violentos también puede haber odios violentos.

Mark volvió a negar con la cabeza.

– No consigo imaginármelo. Creedme, no es empecinamiento, pero no me imagino al hermano Gabriel asesinando a nadie.

– Sí, a mí ha llegado a inspirarme lástima, incluso simpatía, pero no podemos examinar estas cosas basándonos en emociones. Tenemos que emplear una lógica fría. ¿Cómo podemos saber si alguien es capaz o no de asesinar cuando sólo hace unos días que lo conocemos? Especialmente en este sitio, donde el peligro agudiza y distorsiona todos nuestros sentidos.

– Sigo sin imaginármelo, señor. Parece tan… blando.

– Según esa lógica, podríamos acusar al hermano Edwig basándonos en que es un ser despreciable, más parecido a un balance andante que a un hombre. También está lleno de engaños, y de lujuria, según parece. Pero eso no nos permite afirmar que es un asesino.

– Cuando mataron a Singleton, él estaba ausente.

– Pero Gabriel no. Y, en su caso, puedo ver una cadena de motivos. No, debemos dejar a un lado las emociones.

– Como queréis que haga con Alice…

– No es el momento de discutir eso. Bueno, ¿me acompañas a hablar con Gabriel?

– Por supuesto. Tengo tantas ganas de atrapar a ese asesino como vos, señor.

– Bien. Entonces vuelve a ceñirte la espada. Dejaremos la otra aquí, pero nos llevaremos el hábito. Escúrrelo un poco en la jofaina. Iremos a comprobar si nuestras especulaciones tienen fundamento.

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