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– Pues somos nosotros. Este condado posee la mayor tasa de incidencia de cáncer del país porque el agua de boca está contaminada. Antes había por aquí una planta química, Krane Chemical, un hatajo de listillos de Nueva York. Durante muchos años, veinte, treinta, cuarenta, depende de a quién quiera creer, estuvieron vertiendo todo tipo de mierda tóxica, perdone mi lenguaje, en unos barrancos que había detrás de la planta. Un montón de barriles, bidones, toneladas de mierda que fueron a parar a ese pozo y que acabaron filtrándose en un acuífero subterráneo sobre el que el ayuntamiento, gobernado por unos burros de tomo y lomo, se lo digo yo, había construido una bomba de extracción a finales de los ochenta. El agua de boca pasó de cristalina a gris clara y acabó volviéndose amarillenta. Ahora es marrón. Al principio empezó a oler raro y luego ya apestaba. Estuvimos peleándonos con el ayuntamiento durante años para que la limpiara, pero como si oyeran llover. Nos tomaron por el pito del sereno. Al final la cuestión del agua se convirtió en nuestro caballo de batalla y, ay, corazón, entonces fue cuando las cosas empezaron a torcerse de verdad. La gente empezó a caer como moscas. El cáncer cayó sobre este pueblo como una plaga. La gente moría a diestro y siniestro, y la cosa sigue igual. Inez Perdue cayó en Enero. Creo que fue la que hacía el número sesenta y cinco o algo así. Todo salió a la luz en el juicio.

Se detuvo para observar a dos peatones que paseaban por la acera. Sheila dio un trago al agua.

– ¿Hubo juicio? -preguntó.

– ¿Tampoco ha oído hablar del juicio?

Sheila se encogió de hombros con aire de inocencia.

– Soy de la costa.

– Ay, Señor. -Babe cambió de codo y se apoyó en el otro-. Se estuvo hablando de demandarlos durante años. Tuve a todos los abogados por aquí cuando venían a charlar mientras se tomaban un café y por lo visto nadie les había enseñado a bajar la voz. Lo oí todo, y lo sigo oyendo. Se les llenaba la boca de grandes palabras. Que si iban a empapelar a Krane Chemical por esto o por aquello, pero no ocurrió nada. Creo que el caso les iba demasiado grande, además de tener que enfrentarse a una gran empresa química con mucho dinero y abogados con mucha labia. Cada vez se oía hablar menos de demandarlos, pero los casos de cáncer seguían. Los niños morían de leucemia, a la gente le salían tumores en los riñones, el hígado, la vejiga, el estómago, en fin, querida, un horror. Krane se forró con un pesticida llamado pillamar 5 que había sido ilegalizado hacía veinte años. Ilegalizado aquí, pero no en Guatemala y sitios por el estilo. Así que continuaron fabricando el dichoso pillamar 5 aquí y luego lo enviaban a esas repúblicas bananeras donde lo echaban sobre las frutas y las hortalizas que luego volvían a enviarnos a nosotros. También salió en el juicio y me dijeron que enfadó mucho al jurado. Desde luego algo tuvo que tocarles la fibra.

– ¿Dónde se celebró el juicio?

– ¿Está segura de que no tiene parientes por aquí?

– Estoy segura.

– ¿Ni ningún amigo en Bowmore?

– Ninguno.

– Y no es periodista, ¿verdad?

– No. Solo estoy de paso.

Satisfecha con el público que tenía, Babe hizo una honda inspiración y siguió adelante.

– Se lo llevaron fuera de Bowmore, una jugada inteligente porque cualquier jurado de aquí habría sentenciado a Krane y a los sinvergüenzas de sus dueños a la pena de muerte, por eso lo celebraron en Hattiesburg. Lo llevó el juez Harrison, uno de mis preferidos. El condado de Cary está en su distrito y come aquí desde hace años. Le gustan mucho las faldas, pero me parece bien, a mí me gustan los hombres. Bueno, el caso es que durante mucho tiempo esos abogados se limitaron a hablar, pero nadie se atrevió a demandar a Krane. Entonces, una chica de por aquí, una mujer joven, imagínese, uno de los nuestros, lo mandó todo a la porra e interpuso una demanda colectiva. Mary Grace Payton. Creció a poco más de un kilómetro del pueblo y pronunció el discurso de despedida en el instituto de Bowmore. Recuerdo cuando era solo una niña. Su padre, el señor Truman Shelby, todavía se pasa por aquí de vez en cuando. Adoro a esa chiquilla. Su marido también es abogado, ejercen juntos en Hattiesburg. Interpusieron la demanda en nombre de Jeannette Baker, la pobre, cuyo marido e hijo pequeño habían muerto de cáncer con ocho meses de diferencia. Krane contraatacó con fuerza, por el vaivén que hubo por aquí yo diría que tenía como un centenar de abogados. El juicio duró meses y, por lo que he oído, estuvo a punto de llevar a la ruina a los Payton. Pero ganaron. El jurado le dio su merecido a Krane. Cuarenta y un millones de dólares. N o puedo creer que no haya oído hablar de él. ¿Cómo es posible? Por fin la gente supo dónde estaba Bowmore. ¿Quiere algo para comer, querida?

– ¿Un sándwich caliente de queso?

– Oído cocina. -Babe lanzó dos trozos de pan de molde en la parrilla con puntería certera-. El caso está ahora en el tribunal de apelación y rezo todas las noches para que ganen los Payton. Ahora los abogados ya vuelven a merodear por aquí en busca de nuevas víctimas. ¿Conoce a Clyde Hardin?

– No tengo el honor.

– Trabaja a siete puertas de aquí, a la izquierda. Lleva ahí desde siempre. Es miembro del club del café de las ocho y media, un hatajo de fanfarrones. Él es un buen tipo, pero su mujer es insoportable. A Clyde le dan miedo los tribunales, por eso se alió con unos picapleitos con pasta de Filadelfia, en Pensilvania, no Mississippi, y presentaron una demanda conjunta en nombre de un grupo de aprovechados que intentan subirse al carro. Corre el rumor de que algunos de esos supuestos clientes ni siquiera viven por aquí. Lo único que buscan es un cheque. -Desenvolvió dos lonchas de queso Cheddar y las colocó sobre el pan caliente-. ¿Mayonesa?

– No.

– ¿Y unas patatas fritas?

– No, gracias.

– En fin, el pueblo está más dividido que nunca. La gente que está realmente enferma está muy enfadada con los que dicen ser las nuevas víctimas. Es curioso lo que el dinero hace hacer a la gente. Siempre buscando una limosna. Algunos abogados creen que Krane acabará dando su brazo a torcer y que llegarán a un acuerdo. La gente se hará rica y los abogados aún más. Sin embargo, también hay quien está convencido de que Krane jamás admitirá que ha hecho nada malo. Es más, nunca lo han hecho. Hace seis años, cuando no paraba de hablarse de demandas, se limitaron a cerrar puertas un fin de semana y se largaron a México, donde estoy segura de que vierten residuos donde les da la gana. Seguramente están matando mexicanos a diestro y siniestro. Es un crimen lo que ha hecho esa compañía. Ha matado a este pueblo.

Cuando el pan estuvo casi negro, unió las dos partes del sándwich, lo partió en dos y se lo sirvió con una rodaja de pepinillo en vinagre.

– ¿Qué ocurrió con los trabajadores de Krane?

– Que los jodieron. A nadie le sorprendió. Muchos de ellos se fueron de aquí para buscar trabajo en otras partes. Por aquí no sobra el trabajo precisamente. Alguno que otro era buena gente, pero había otros que sabían lo que estaba ocurriendo y callaron. Si hablaban, los echaban a la calle. Mary Grace encontró a unos cuantos y los llamó a declarar en el juicio. Unos dijeron la verdad, otros mintieron y Mary Grace los hizo trizas, según lo que he oído. Nunca asistí al juicio, pero tenía informes casi diarios. Todo el pueblo estaba en ascuas. Había un hombre llamado Earl Crouch que estuvo dirigiendo la planta durante muchos años. Hizo mucho dinero y, según se dice, Krane lo compró cuando tuvieron que irse con el rabo entre las piernas. Crouch sabía lo de los vertidos, pero durante su declaración lo negó todo. Mintió como un perro. Eso fue hace dos años. Dicen que Crouch ha desaparecido en misteriosas circunstancias. Mary Grace no consiguió encontrarlo para que testificara en el juicio. Ha desaparecido. Ausente sin permiso. Ni siquiera Krane ha sido capaz de dar con él.

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