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– ¿Y el banco? -preguntó Rusty.

No había secretos. Sabían que Huffy se había pasado por allí el día anterior y sabían muy bien cuánto se le debía al Second State Bank.

– Les paré los pies -contestó Wes-. Si siguen presionándonos, incoaremos un procedimiento concursal y los joderemos bien jodidos.

– Voto por joder al banco -dijo Sherman.

Por lo visto, los demás también compartían la opinión de que debían joder al banco, aunque todos sabían la verdad: el juicio no habría sido posible sin la presión que había ejercido Huffy a su favor para convencer al señor Kirkabrón para que les aumentara la línea de crédito. También sabían que los Payton no descansarían hasta que hubieran saldado la deuda con el banco.

– Deberíamos sacar limpios unos doce mil del caso Raney -dijo Mary Grace-. Y otros diez mil de la mordedura del perro.

– Quizá quince mil-dijo Wes.

– Y luego, ¿ qué? ¿Cuál será el siguiente acuerdo? -Mary Grace lanzó la pregunta a los presentes para debatirlo.

– Geeter -dijo Sherman. Era algo más que una sugerencia.

Wes miró a Mary Grace. Ambos miraron a Sherman, desconcertados.

– ¿Quién es Geeter?

– Resulta que Geeter es un cliente. Resbaló y se cayó en la tienda de Kroger. Acudió a nosotros hace unos ocho meses.

Varios de ellos intercambiaron unas miradas extrañadas.

Era evidente que los dos abogados habían olvidado a uno de sus clientes.

– No lo recuerdo -admitió Wes.

– ¿Qué posibilidades tiene? -preguntó Mary Grace.

– No demasiadas. La responsabilidad se sostiene con pinzas. Tal vez unos veinte mil. El lunes repasaré el caso contigo.

– Buena idea -dijo Mary Grace, y cambió rápidamente de cuestión-. Sé que los teléfonos empiezan a sonar y que estamos en la más absoluta miseria, pero no vamos a aceptar basura. Ni inmobiliarias ni quiebras. Nada de causas penales, salvo que paguen a tocateja. Nada de divorcios contenciosos, llevaremos los rápidos y cobraremos mil dólares, pero todo debe estar pactado. Somos un bufete que se dedica a llevar casos de daños personales y si nos cargamos con minucias, no tendremos tiempo para los casos grandes. ¿Alguna pregunta?

– La gente llama por cosas muy raras -dijo Tabby-, y de todo el país.

– Cíñete a lo que acabamos de decir -dijo Wes-. No podemos llevar casos en Florida o Seattle. Necesitamos cerrarlos rápido y aquí, al menos durante los próximos doce meses. -¿Cuánto tiempo durarán las apelaciones? -preguntó Vicky.

– De dieciocho a veinticuatro meses -contestó Marty Grace-, y no podemos hacer nada para acelerar el proceso. Por eso es tan importante ponernos las pilas y empezar a generar honorarios con otras cosas.

– Lo que nos lleva a otra cuestión -dijo Wes-. La sentencia cambia el panorama de manera radical. Primero: las expectativas están por las nubes en estos momentos y nuestros clientes de Bowmore pronto empezarán a darnos la lata. Querrán sus minutos de fama en los juzgados y una indemnización espectacular. Debemos ser pacientes y no podemos permitir que esa gente nos vuelva locos. Segundo: los buitres van a lanzarse en picado sobre Bowmore. Los abogados irán a la caza de clientes. Será una auténtica batalla campal. Se deberá informar de inmediato de cualquier contacto que establezcan. Tercero: el fallo supone una presión mayor para Krane. Sus sucias artimañas se volverán aún más rastreras. Tienen a gente observándonos, así que no confiéis en nadie, no habléis con nadie. Nada saldrá de este despacho, se destruirá toda la documentación. En cuanto podamos permitírnoslo, contrataremos un servicio de vigilancia nocturna. Resumiendo: tened cuidado con todo el mundo y vigilad vuestras espaldas.

– Qué divertido -comentó Vicky-. Es como una peli.

– ¿Alguna pregunta?

– Sí -dijo Rusty-. ¿ Sherman y yo podemos volver a la caza de víctimas de accidentes? Han pasado cuatro meses desde que empezó el juicio y echo de menos la emoción.

– Llevo semanas sin ver una sala de urgencias -añadió Sherman- y añoro el sonido de las sirenas.

Aunque no sabían si bromeaban o no, el ambiente distendido invitaba a las risas.

– En realidad, no me importa lo que hagáis, siempre que no me lo contéis -dijo Mary Grace, al final.

– Se levanta la sesión -concluyó Wes-. y es viernes.

Todo el mundo tiene que marcharse al mediodía porque cerraremos las puertas. Nos vemos el lunes.

Recogieron a Mack y a Liza en el colegio y, después de detenerse en un establecimiento de comida rápida, se dirigieron hacia el sur por el campo, durante una hora, hasta que vieron la primera señal del lago Garland. Las carreteras se estrecharon hasta convertirse en caminos de gravilla. La cabaña estaba al final de un camino de tierra y descansaba sobre el agua, encima de unos pilotes, encajada entre los árboles que bordeaban la orilla. El inmenso lago parecía extenderse durante kilómetros desde el corto embarcadero del porche, que se adentraba en el agua. No había señal de actividad humana, ni en el lago ni en los alrededores.

La cabaña pertenecía a otro abogado, un amigo de Hattiesburg, un hombre para quien Wes había trabajado y que había preferido no verse implicado en lo de Bowmore. Una decisión que se había demostrado muy sensata, al menos hasta hacía cuarenta y ocho horas. En esos momentos, las dudas eran razonables.

En un principio, la idea había sido seguir el viaje hacia el sur unas cuantas horas más, en dirección a Destin, y pasar un largo fin de semana en la playa, pero no podían permitírselo.

Descargaron el coche e inspeccionaron la espaciosa cabaña de tejado a dos aguas, con una buhardilla enorme, que Mack declaró idónea para llevar a cabo otra noche de «acampada».

– Ya veremos -dijo Wes.

Había tres dormitorios pequeños en la planta baja y soñaba con encontrar una cama cómoda. Recuperar el sueño atrasado era uno de los objetivos del fin de semana. Dormir y pasar más tiempo con los niños.

Tal como le habían prometido, los aparejos de pesca estaban guardados en un trastero debajo del porche, y la barca estaba subida con un cabestrante al final del embarcadero. Los niños esperaron expectantes mientras Wes la bajaba hasta el agua. Mary Grace estuvo dando vueltas a los salvavidas hasta asegurarse de que los niños los llevaban bien puestos. Una hora después de su llegada, se encontraba cómodamente a resguardo bajo una colcha en una tumbona del porche, con un libro en la mano, viendo cómo su familia se alejaba sin prisas en el horizonte azulado del lago Garland, tres pequeñas siluetas en busca de besugos y percas.

Estaban a mediados de noviembre y las hojas amarillentas y rojizas caían dibujando una espiral en la brisa y cubrían la cabaña, el embarcadero y el agua que lo rodeaba. No se oía nada. El pequeño motor de la barca estaba demasiado lejos. El viento era demasiado suave. Los pájaros y los animales debían de haberse mudado temporalmente a otro sitio. Una calma perfecta, algo muy poco habitual en la vida de cualquiera, y que en esos momentos consideraba un tesoro. Cerró el libro, cerró los ojos e intentó pensar en algo que no tuviera nada que ver con los últimos meses.

¿Dónde estarían dentro de cinco años? Se concentró en el futuro porque en el pasado solo había cabida para el caso Baker. Seguro que tendrían una casa, aunque nunca jamás hipotecarían su futuro invirtiendo sus ahorros en un pequeño y ostentoso castillo en una urbanización. Quería un hogar, nada más. Los coches de importación, un despacho lujoso y los demás caprichos que una vez fueron importantes para ella, habían dejado de interesarle. Quería ejercer de madre de sus hijos y deseaba una casa donde poder criarlos.

Familia y activos a un lado, también quería más colaboradores. El bufete crecería y estaría lleno de abogados inteligentes y talentosos que se dedicarían exclusivamente a perseguir a los fabricantes de vertidos tóxicos, medicamentos dañinos y productos defectuosos. Algún día, Payton amp; Payton no sería famoso por los casos que ganaba, sino por los sinvergüenzas que llevaba a juicio para ser juzgados.

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