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– El jefe me corregirá, si digo algo que no debo. Pero por nuestra parte, cuenta con la ayuda que podamos daros. Y no tengas miedo de ser tan concreto como creas oportuno. Dinos qué necesitas.

Riudavets no ratificó expresamente el ofrecimiento. Pero tampoco lo desautorizó. Así que decidí tantear un poco el terreno:

– Hay un aspecto accesorio, pero en el que podéis prestarnos una ayuda insustituible. Se trata de la coartada del viudo. No tenemos muchas razones para sospechar por ahora que esté implicado, pero para hacer las cosas bien, deberíamos contrastar lo que nos dijo. La casa de la Costa Brava está en vuestra zona. Si vamos nosotros a lo mejor alborotamos más y nos cuesta más trabajo. Me da que vuestra gente sobre el terreno lo puede comprobar sin demasiado esfuerzo.

– Cuenta con ello -dijo Riudavets-. Conozco por allí a alguien.

– Por lo demás, me imagino que tendréis vuestras antenas repartidas por ahí. Si en algún momento recogierais algo, cualquier rumor, o cualquier especulación, os agradecería que nos lo trasladarais.

– Claro, eso por descontado -asintió Riudavets-. Que yo sepa, no nos ha llegado ningún soplo. Además ya sabes que en Barcelona estamos todavía aterrizando y te puedes imaginar lo que es hacerse cargo de semejante melón. De hecho, y para serte sincero, es el gran desafío para nosotros. Hasta ahora nos hemos desplegado en zonas rurales o ciudades pequeñas. Pero Barcelona es una gran área metropolitana y eso son palabras mayores. Todo lo que puedo decirte es que veo al personal bastante despistado con el caso Barutell. Nadie se atreve a hacer una hipótesis y todo el mundo habla de algo misterioso y turbio. Bueno, algunos se preguntan si no fue sólo un loco que asaltó su casa.

– Eso ya te digo que tenemos razones para creer que no.

– Tampoco te desvelo ningún secreto, es lo que han empezado a escupir en los programas del corazón. Tal vez porque decir eso, que hay algo oscuro o un psicópata detrás de todo, les da más audiencia. Al viudo nadie apunta, eso es curioso, al fin y al cabo los asuntos de cuernos siempre venden. Pero Altavella es un tipo muy respetado, y quien tenga información sobre esa flexibilidad con que la pareja se tomaba el matrimonio, por lo que nos has contado, será gente más o menos discreta y próxima a ellos que no va a ir pregonándolo por ahí.

– Bueno, dales tiempo.

– También es verdad. Aquí ya todo es cuestión del cheque que les pongan delante. Dependerá de si detenéis pronto a alguien o no.

– Verás, en cuanto a eso -creí que debía serle franco-, hemos abierto una vía que creemos que puede conducirnos al acompañante de la muerta, que por ahora es nuestro principal sospechoso. No sé si conseguiremos culminarla, pero si es así, es posible que en algún momento tengamos que actuar en vuestra zona y hasta pediros algún soporte con cierta urgencia. Me han dicho que el conducto normal es lento y demasiado burocrático y, si vamos, iremos en caliente.

– Sí, todo pasa por un departamento centralizado. Qué quieres que te diga. Apúntate mi móvil y me llamas en cuanto haya algo. Al final, lo hacemos todos así, y mira, puedes tener tus reparos, pero es por el bien del servicio. Además, hay otra cosa. Cuando hemos necesitado algo de vosotros, aquí Asensi se ha movido y asunto resuelto. Y yo no puedo ponerme en plan perro con quien se porta bien conmigo.

– No te creas que esto funciona siempre tan bien -explicó Asensi-. Porque aquí mi jefe es un tío legal. Pero han pasado cosas escandalosas. Desde un grupo de mossos y otro de guardias yendo a la vez por el mismo malo y no liándose a tiros de milagro, hasta jefes que reciben información del otro cuerpo y se la abrochan para apuntarse la medalla cuando a ellos les convenga. Hay mucho que mejorar. Aunque es verdad que la mayoría de la gente va entrando en razón.

Al escucharle, me entró una curiosidad que no pude reprimir:

– Y tú, ¿cómo lo llevas? Porque debe de ser todo un cambio.

Asensi esbozó una sonrisa sardónica.

– Pues ya ves, después de doce años de picolo, casi un shock. También me he divertido un montón, no creas. Mi primer destino en esto de la mosseria fue en seguridad ciudadana, de patrullero. Iba con un chaval de veinte años, más tiernito que una crema catalana bajo la costra. No veas cómo palidecía cuando le decía que teníamos que meternos a poner orden en una pelea en un bar de un barrio chungo, y que como alguien le oliera el acojone íbamos a acabar los dos hechos carne picada. O con qué cara de espanto me miraba cuando le recordaba la vieja regla de oro de la Benemérita: paso corto, vista larga y mala leche. Pero oye, después de cinco o seis sustos, lo endurecí. Aplicando el método Robles, que uno siempre sigue a los maestros. Ahora, en policía judicial, estoy mucho mejor. Entre la gente hay ganas de hacerlo bien, de ser tan buenos como los que más, y conciencia de que eso es algo que no se improvisa y que nos va a llevar tiempo, como a cualquier otra policía. Pero ya hay tíos como Riu, y lo siento si se me pone colorado, que es de primera de verdad. Veinte homicidios y todos resueltos. Y alguno nada fácil. Lo que yo creo es que hay que mejorar alguna cosa de funcionamiento, y si lo explico espero que no me abra un expediente.

Riudavets lo miró con gesto de extrañeza.

– Collons, Asensi, ¿te he amenazado yo alguna vez? -protestó-. Me parece que te respeto bastante más que todo eso.

Asensi alzó las manos.

– Es verdad, ya quisiera yo haber tenido jefes tan dialogantes en la picolicie, y no lo digo por nadie. Mi impresión -prosiguió- es que aquí pesan demasiado el reglamento y las formalidades. Tú fíjate: a los chavales les dicen que no vayan a tomar nada a los bares de los pueblos, o al menos que no se entretengan allí como hacían los civiles, para dar impresión de policía más trabajadora, más seria. Lo que no sabe el genio que sacó esa instrucción es la cantidad de cosas de las que se enteraba un guardia durante media hora en el bar. Y coño, que eso te acerca a la gente, que sin llegar al compadreo es algo que te hace falta para ser poli. Luego les extrañará que tengamos fama de estirados.

– Siempre se lo digo a los compañeros -se adhirió Riudavets-: no te puedes creer que eres de golpe y porrazo y por ciencia infusa más listo que unos tíos que llevan siglo y medio haciendo lo que hacen. Y aunque a Asensi le guste polemizar conmigo, a él le consta. Que mi teoría es que el modelo mejor que podemos seguir sois vosotros. La Policía nos vale menos, por muchas razones, entre otras que no están en el campo. Luego lo podremos mejorar, cómo no, y en algunas cosas quizá ya lo hemos hecho, por ejemplo en cuestión de sistemas informáticos para procesar el trabajo, que eso sí es verdad que los tenemos de primera categoría. Pero no se resuelve todo con cacharritos.

La autocrítica parecía honesta. Y más que meditada.

– Para qué nos vamos a engañar -tomó la palabra de nuevo Asensi-: este tinglado se montó con afán político, como una seña de identidad más, pero ahora se han dado cuenta de que hay que ser ante todo policías. Para plantarles cara a los narcos o a los chorizos, igual me da, de poco te vale la senyera y decir que tú eres diferente, porque el malo ni tiene patria ni respeta a la madre que le parió. Te tiene que temer. Y el temor hay que saber ganárselo, lo mismo que el respeto.

– Lo de la identidad es verdad -corroboró Riudavets-. Y mira que yo soy catalán hasta la médula y me joden como al que más todos los tópicos y la caricatura que hacen por ahí de nosotros. Pero a veces hay que reconocer que lo ponemos a huevo. Mira si no esto.

Se sacó del bolsillo trasero del pantalón la cartera y me mostró la placa. Me quedé mirándola. Vi el escudo, las barras amarillas y rojas, en fin, nada que a primera vista me pareciera anormal.

– Fíjate en la forma. ¿No te recuerda algo?

– Pues… -dudé.

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