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– Es que en este país a cualquier cosa le llaman periodismo de investigación -apostilló Cruz, con una sonrisa sardónica.

– Su ayudante me habló de algo de eso, menores e Internet -dije.

– Pues desde luego, en el reportaje que yo vi, ese punto ni siquiera lo tocaron -recordó Jimena-. Sólo hablaban, en un momento, y a propósito de una chica rumana a la que entrevistaban, de las mafias que suelen traerlas, y decían que no distinguen si son menores o no y que las someten a todo tipo de explotaciones, sin precisar mucho más. Sólo con lo que yo he visto en los últimos tres meses, te podría dar para contar veinte historias mucho más concretas y truculentas. No creo que hubieran dado con ninguna de estas redes. Ni de lejos, vamos.

– Tenemos el material de soporte del reportaje que se emitió, y del que estaba preparando -dije-. A lo mejor, si os lo paso y le echáis un vistazo, me podéis decir si ahí sí podía haber algo más sensible.

– Yo, a su disposición, mi sargento -se ofreció la guardia.

– Si podemos ser útiles al cuerpo hermano, ya sabes, no tienes más que pedirlo -se sumó el policía.

– A propósito -me dirigí a Cruz-. ¿Cómo está la situación del traspaso vuestro con los Mossos? Lo digo por saber hasta qué punto se han hecho ya ellos con todos estos temas en Barcelona capital.

Cruz curvó los labios en una mueca desdeñosa.

– Pues ahí están, aterrizando. Y nosotros, enseñándoles lo que se dejan enseñar antes de que nos acaben de fumigar. No les auguro yo mucho futuro, con tanto ciutadá, deposi la seva actitud y tanto ordenancismo como se gastan. Barcelona es una gran ciudad, un laberinto duro y jodido, y está llena de hijos de perra más listos que el hambre y con menos escrúpulos que una hiena. Por esas calles hay que ir con más firmeza y menos protocolo, siempre dentro de los límites del Estado de Derecho, claro está. Pero bueno, ya irán aprendiendo a fuerza de cagarla, que es como al final aprendemos todos. Si me pides un resumen, te diría que están todavía bastante perdidos, y les llevará un rato hacerse con las riendas del cotarro. En esto y en todo lo demás.

– Deduzco que no tienes pensado pasarte a sus filas.

– No puedo, tío -respondió-. No doy la talla en la lengua vernácula. Si no me consigo pronto un empleo fuera de la policía por aquí, que es lo que ya me estoy mirando y lo que te confieso que preferiría, porque ya son unos cuantos años dejándome la piel para que al final me paguen como me están pagando, me tocará hacer las maletas.

No era extraño que se hubiera instalado en aquella actitud negativa; de pronto, me sentí inclinado a ser comprensivo con él. Antes de disolver la reunión, quise consultarles un último aspecto: la organización de la prostitución masculina, y cómo podíamos movernos para localizar a un eventual sospechoso relacionado con ese mundillo.

– Que yo sepa, sólo está algo organizada para gays -dijo Cruz-. En la parte que atiende la demanda femenina, predomina el autónomo.

Miré a la cabo primero. También a eso asintió. Tomé nota, de todo. No suele pasar que los expertos en algo muestren tal unanimidad.

CAPÍTULO 13 DESEMPARADA I CÁLIDA

Encontré a Chamorro sola en nuestro centro de operaciones. Había apartado todo el papelote y toda la cacharrería de una de las mesas para extender sin estorbos sobre ella una serie de folios impresos. Estaba tan sumida en la lectura y en sus pensamientos que no advirtió inmediatamente mi presencia. Al ver que no reaccionaba, me hice notar:

– Estoy de vuelta, Vir. ¿Cómo ha ido eso?

Mi compañera ni siquiera respondió en seguida. Continuó leyendo el folio que tenía ante los ojos, como si algo más fuerte que ella (y desde luego mucho más imperioso que la exigua autoridad que sobre su ánimo pudieran conferirme mis galones) la mantuviera imantada.

– Ah, mi sargento -dijo, aún sin mirarme-. Ven, mejor siéntate.

– ¿Tan gordo es?

Chamorro regresó entonces de golpe a la habitación y me contempló con una sonrisa tan ancha que le abarcaba toda la cara.

– Lo tenemos. Al gatito. Al sujeto que jugó a ser el Caballero Blanco. Al chico moreno del Audi. Al hombre que fue a acostarse con Neus a la casa de Zaragoza. Todos son el mismo, y llevo dos horas leyéndole y leyendo lo que Neus le escribió. Si nos las arreglamos para conectar su identidad virtual con la real, es nuestro. Eso es todo lo que queda.

Traté de asimilar aquella amalgama de información. Sabía que Chamorro no era tan frívola como para hacer afirmaciones categóricas sin un buen fundamento. Pero me pareció que debía enfriarla:

– A ver, a ver. Para empezar, ya sabes que eso que acabas de decir, conectar a alguien de carne y hueso con su personalidad en Internet, no es moco de pavo. De pende de cómo entre en la red, y en este caso dependerá además de si sigue utilizando esas cuentas, y tenemos alguna que otra razón para temer que estén ya en desuso.

La sonrisa de Chamorro siguió inconmovible.

– Coincido contigo en las dificultades generales -dijo-, y en que whiterknight_79 y nemosín_for_alice deben de ser a estas alturas cuentas de correo inactivas, y por tanto no interceptables, ya que parece que su titular sólo las utilizaba para comunicarse con alguien que ya nunca va a poder responderle. Así y todo, se puede tratar de recuperar su tráfico pasado, aunque también estoy de acuerdo en que será difícil. Pero por suerte, a veces el de enfrente tiene un desliz. Una vez, sólo una vez, el gatito le escribió a Neus desde otra cuenta: pab_penya_79. No cabe duda de que es la misma persona, por el tono, por los sobreentendidos entre ellos, porque en ese mensaje le dice que no puede olvidar la última noche que han pasado en la casa de Zaragoza. Y tengo el pálpito de que esa cuenta de correo sí va a seguir utilizándola.

Normalmente, le habría reprochado con severidad a Chamorro su recurso a un concepto policial tan pobre y tan deleznable como el de pálpito. Pero, a esas alturas, mi cerebro andaba desbordado por las muchas cuestiones que se le amontonaban de golpe. Opté por una:

– ¿Quieres decir que fueron más veces a la casa de Zaragoza?

– Afirmativo, jefe. No menos de tres veces, antes de la llamémosla definitiva. Era el nidito de amor, hasta donde he podido deducir.

– Déjame ver ese apodo -pedí, y me tendió, impreso, el mensaje al que se había referido-. ¿Qué puede querer decir pab_penya 79?

– ¿Pablo Peña, nacido en el 79? Lo del año estoy ya casi por asegurarlo. Es el mismo número que usa en el otro apodo, y si haces cálculos, nos da que nuestro hombrecito andaría en este momento por los…

– Veinticinco años -dije.

– Oye, vas mejorando en aritmética. En cuanto a lo de Pablo Peña…

– Hay algo que no habrás dejado de hacer, ¿no?

– No, no he dejado de hacerlo. He buscado en el listado de los titulares de Audis para ver si hay alguien con ese nombre y ese apellido. Y lamento decirte que no es el caso. Tampoco hay Peñas, aunque sí Pablos o Paus. Nada menos que ocho. Pero yo no iría por ahí.

– ¿Por dónde irías?

Mi compañera se demoró unos segundos. Disfrutaba del momento.

– Por donde siempre me has dicho, para que veas hasta qué punto aprecio y no desatiendo tus sabias enseñanzas. Por buscar el fondo de las personas y sus motivaciones. Pablo Peña puede ser un nombre falso que usa el individuo con afán de hacerlo pasar por verdadero, o al menos por verosímil. Para poder jugar en los chats de Internet el juego de la personalidad ficticia. Por eso mismo presumo que lo ha usado más veces, y que no va a abandonarlo sin más, porque bajo esa identidad puede haber hecho relaciones que le interese mantener.

– Te confieso que en Internet no entro demasiado, y que chatear me parece una de las actividades más aburridas a las que puede dedicarse un ser humano después de la filatelia, la papiroflexia y el bingo.

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