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– Tampoco yo estoy ahí pegada todo el día. Como mucho he jugado alguna vez. Pero hazme caso: Pabpenya 79 volverá a conectarse.

Traté de recapitular. Temía estarme dispersando.

– Deja por un momento eso -le rogué-. ¿Te importaría mucho que lo repasáramos todo desde el principio? Tienes la ventaja de que tú te has leído los papeles, y apenas me has explicado lo que has encontrado.

– Perdona, tienes razón -admitió-. Los papeles aquí están, a tu disposición. Merecerá la pena que pierdas un rato con ellos, te van a esclarecer muchas cosas. Pero si quieres, te hago una síntesis.

– Ardo en deseos de escucharla.

– Muy bien. Procuraré distinguir entre aquello que podemos dar por contrastado y lo que resulta más o menos hipotético. Yendo al comienzo de todo: Neus y este caballero se conocieron hace exactamente veintitrés días. Las referencias a esa fecha crucial son abundantes y coincidentes. En cuanto al dónde, no puedo ser tan taxativa. Da la impresión de que fue en un acto social, una fiesta, un cóctel o algo así. Supongo que si cruzamos con su agenda o con Meritxell podremos saber adónde fue Neus ese día. También te puedo decir que la pasión fue fulminante, y que tuvo su consumación esa misma noche, en el vehículo de Neus, lo que dicho sea de paso acredita, dado el espacio disponible, la fogosidad y las dotes de contorsionista de ambos. ¿Me sigues?

– Con la boca abierta.

– Si hay que creer lo que Neus y su galán escribieron al respecto, he de anotar que con una franqueza notable, el encuentro carnal fue de una intensidad tal que generó en ambos la necesidad de repetirlo a la mayor brevedad posible. Y eso fue al día siguiente. Desde entonces, se las arreglaron para verse casi todos los días, y el muchacho este debe de estar bastante en forma, porque Neus se declara más que satisfecha de las prestaciones exhibidas en todos y cada uno de sus encuentros. También parece que desde el primer momento entraron en el juego de asumir el papel de personajes de A través del espejo. El empezó siendo el Caballero Blanco, o más blanco aún que el blanco, whiter knight. Neus adoptó naturalmente la identidad de Alicia, aunque a la vez jugaba con lo de la gatita, de ahí el apodo just a kitten. Con el tiempo, kitten sirvió también para referirse a él, es decir, se convirtieron en gatitos los dos. Como ves la historia no deja de estar teñida de ese toque de ternura y confusión que suele caracterizar a las parejas de enamorados.

– Confusión y ofuscación -dije, recordando alguna lectura.

– Hacia la mitad de la relación, empezaron a jugar con otro concepto. Lo dice aquí, en este mensaje, el primero de nemosín_for_alice. Cito: Si quieres, yo seré tu Nemo, ese nadie que nadie conoce y que te monta en su submarino para llevarte a los mares nunca vistos. En fin, el estilo no es nada del otro mundo, pero la metáfora tiene su gracia, y la verdad es que el apodo también, con el diminutivo nemosín le quita toda la solemnidad que pudieras achacarle. En general, el chico tiene bastante sentido del humor, no sé si llegaría a decir que encanto. Aunque Neus, de lo que le escribe se desprende, sí que estaba encantada con él.

– Continúa.

– Los mensajes que se cruzaron nos permiten precisar un montón de detalles. La fisonomía y complexión física del sujeto, por ejemplo, en todo coincidente con la descripción que nos hizo el rumano de la gasolinera. Neus se refiere a ella con meticulosos e inflamados adjetivos que abarcan, además, algunas partes que nuestro testigo no pudo ver pero según parece ella pudo examinar a su antojo. También tenemos información sobre su vehículo, que él le describe en uno de sus mensajes, el de la víspera de la primera excursión a Zaragoza, como un Audi A3 plateado. Mientras lo leía ya se me hacía la boca agua pensando que pudiera facilitarle la matrícula para mayor precisión, pero no, no llegó a tanto. De lo que por desgracia no deja demasiada constancia es de dónde vive, a qué se dedica, etcétera. El mundo exterior no existe en esta correspondencia, sólo la pasión y las almas y los cuerpos de los amantes, y aquello que en uno u otro momento les sirve para realizar o amparar sus escaramuzas amorosas. Como mucho, hay alguna alusión al mundo de ella, la famosa, la estrella televisiva, como cuando nuestro caballero blanco consigna el subidón que le ha dado verla presentando el programa y pensar que esa a la que ahora contemplan todos, maquillada y esplendorosa en la pantalla, es la mujer a la que ha tenido entre sus brazos, desnuda y gimiente, apenas unas horas antes.

– Veo que te ha afectado la lectura. Nunca te había visto tan lírica.

– Citaba más o menos de memoria las palabras que emplean ellos -se descargó-. Los dos son bastante ardientes y tienden al alarde poético, quizá Neus más que él. Lo de él resulta un poco más barato.

– Pero dirías que ambos estaban enamorados…

– O lo fingían muy bien, que también puede ser. Es una idea a la que le vengo dando vueltas desde hace tiempo. Cuando las cartas eran manuscritas, lo que leías en ellas resultaba más fiable. Tener el trazo dibujado por la mano de la otra persona, con su firmeza o sus temblores, era como tener un signo adicional, algo que a lo mejor no descifrabas conscientemente, pero que de forma inconsciente te permitía intuir la verdad o la mentira de lo que te escribían. Pero ahora, con los textos electrónicos, que no te consta cuántas veces han sido reescritos, que siempre son rectilíneos e impecables, quién sabe cuándo le mienten y cuándo le abren el corazón. Ni siquiera en el chat, donde la escritura es más o menos instantánea. Hay auténticos virtuosos del fingimiento automático, férreos simuladores de espontaneidades, y las letras de molde son la mejor pantalla tras la que pueden ocultar sus intenciones.

Observé a mi compañera. No sabía que dedicara sus ratos libres a elaborar aquellas piezas de filosofía de la comunicación.

– Interesante -aprecié-. Y sobre esa base, ¿qué te parece la relación entre estos dos? Puedes equivocarte, estamos solos.

Chamorro meditó con expresión empeñosa.

– Diría que fuego había. Eso lo prueba la urgencia, los varios mensajes diarios, las palabras sin tapujos, el deseo irrefrenable de repetir sus encuentros, la caña que se metían cuando se juntaban. Por lo demás, en lo que escribe Neus, por excesivo y hasta pornográfico que pueda resultar, siempre hay la sensación de que lo controla. Con él, no estaría tan segura. Pero eso no excluye que cualquiera de los dos pudiera mentir, ni tampoco que ambos fueran sinceros. Entre otras cosas, cuando la pasión desborda a los amantes, nunca hay que descartar que el mecanismo del engaño sea precisamente que cada uno se engaña a sí mismo antes de engañar al otro, con lo que en cierto modo ninguno de los dos estaría dejando de decir, a su manera, la verdad.

Sonreí, sin poder evitarlo.

– En la segunda parte me parece que te has embrollado, Virgi. Por un momento, me has empezado a sonar como una psicóloga.

– ¿Eh?

– Sí… Por las ideas sin contenido, que al final te llevan a razonamientos tautológicos. Eso es precisamente lo que me alejó de esa disciplina en la que dilapidé los mejores años de mi juventud. ¿Qué coño es engañarse sobre lo que uno siente? ¿Qué concepto objetivo es ése? Una palpitación, una convulsión, un desmayo, un insomnio son objetivos. Todo eso existe, es innegable. Pero ¿quién puede afirmar científicamente que otro se engaña respecto de sus sentimientos? ¿Dónde está el medidor de sentimientos y el reactivo que se tiñe de azul si el sentimiento es cabal y de rojo si es falso? Aquí tenemos algo objetivo, y perdóname que sea un poco burro al decirlo: si no he entendido mal el sentido de tus eufemismos, estos dos follaban como perros, y cuando no lo estaban haciendo, se escribían sobre cómo lo habían hecho y sobre volver a hacerlo. Y eso es verdad. Y a eso es a lo que me atengo yo.

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