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Chamorro quedó un poco aturdida.

– Yo… -balbuceó-. En fin. ¿No es una interpretación un poco simple?

– No. Es un dato, un hecho, algo sobre lo que se puede construir.

– Pero ¿construir qué?

– Luego veremos qué especulaciones se nos ocurren, a partir de ahí: qué podemos atisbar con los ojos de la intuición y convertir en hipótesis compatibles con ese dato. Esa apuesta es lo que hace que el conocimiento sobre algo progrese, no soy tan ceporro como para no saberlo. Pero siempre teniendo presente qué es lo que está amarrado y lo que no. A lo mejor, al final, llegamos a poder decir que al mismo tiempo que se entregaba corporalmente, alguno de estos dos se reservaba mentalmente. Es posible, desde luego; los trastornos de la personalidad existen y el de personalidad múltiple tal vez sea uno de los más frecuentes, mucho más normal de lo que alguna gente se cree. Pero esto lo afirmaremos cuando encontremos alguna prueba de esa reserva. Mientras tanto, tenemos a un hombre encoñado y a una mujer encaprichada con él. Que es un hallazgo relevante, a nuestros efectos.

– ¿A nuestros efectos?

– Claro, Virgi. Por si lo habías olvidado, te recuerdo que no escribimos libros de autoayuda ni atendemos el consultorio de una revista femenina. Para eso ya están mis compañeros de carrera. Tratamos de esclarecer crímenes y de colgarle el mochuelo a alguien que se lo lleve bien puesto a una mazmorra de nuestro sistema carcelario.

Mi compañera encajó mal mi ironía.

– Gracias por iluminarme, en mi inexperiencia. Ahora déjame pensar qué has querido decir con ese recordatorio innecesario y borde.

Le ofrecí, conciliador:

– Piensa, te dejo.

Se tomó apenas unos segundos.

– Ya, ya veo -dijo.

– Pues desembucha.

– Crimen pasional.

– Bien, veo que has recuperado el uso del hemisferio cerebral adecuado. Una relación ardiente, difícil, clandestina, sedienta. Todo va de fábula mientras los amantes se complacen. Pero, ay, cuando surge un problemilla, una desavenencia, un desaire, el edificio es frágil, está demasiado amenazado, y los sentimientos están demasiado a flor de piel. Y si uno de los dos integrantes del equipo padece, por casualidad, algún tipo de desajuste, la pendiente al desastre esta servida.

– ¿Debo entender que eso es una teoría? ¿La teoría?

– Por favor, Vir, parece que no me conocieras -protesté-. Ni con un bazooka apuntado a la perola me consentiría poner todas mis fichas en una casilla de la ruleta. Pero es algo que en este momento, sobre lo que me cuentas y sobre lo que me han contado los expertos en prostitución con los que acabo de estar, me suena consistente, o más consistente que otras posibilidades de las que hemos estado barajando.

– Vale, en una parte me llevas ventaja. ¿Qué te han contado?

– Que el célebre reportaje era una gilipollez. Algo que podría haber hecho cualquier becario con un periódico y un teléfono con quince euros de saldo, y que debía preocupar tanto a los tíos malos del negocio como a los dirigentes del capitalismo mundial el adversario que puedan representar actualmente los viejos sindicatos de clase.

– Lo último no lo entendí del todo, ya sabes que soy apolítica.

– Si yo digo eso, me disculpa la edad. En tu caso no sé…

– Bueno, va, no abramos más frentes. La cuestión es que por ese lado no esperas mucho, o que lo das directamente por cerrado.

– No. He quedado en mandarles al madero y a la compañera la documentación que tenemos del segundo reportaje, por si ahí ven algo que les resulte sospechoso. Hazles una copia de esos ficheros del ordenador de Neus y de los papeles que nos ha enviado Meritxell.

– De acuerdo. ¿Podemos volver a lo que dejamos antes a medias?

– ¿A qué te refieres?

– A esa otra dirección de correo electrónico. Al margen de tus teorías y de las mías, ¿no te parece que tendríamos que meterle mano?

– Sí, eso es indiscutible. Y un problema.

– ¿Por?

– Es viernes, siete de la tarde. Puedo llamar a la juez al móvil, puede que incluso me las arregle para convencerla de que dicte la orden con carácter urgente, pero, ¿cómo demonios la hacemos valer antes del lunes? O mucho me equivoco o todo el mundo está ya de fin de semana y en el proveedor de Internet correspondiente sólo atiende un robot o un técnico que no va a tomar esa clase de decisiones.

– Qué flojo te veo, mi sargento -me reprochó-. ¿No se supone que en situaciones como ésta el buen policía hace otra cosa?

– ¿Qué?

– Buscar alternativas. Concedamos que no podemos intervenir esta cuenta hasta el lunes. Aun así, no tenemos por qué perder los dos días. Hay otros caminos para llegar a ella, y a su titular.

– Lo conseguiste. Me he perdido. ¿Cómo?

– Mensajería instantánea -dijo-. Neus tenía en su ordenador un programa de mensajería instantánea, y al abrirlo, ahora que dispongo de las claves de sus cuentas de correo, he visto que había incluido como contactos a nemosín y whiterknight. Eso quiere decir que nuestro hombre también tiene un programa de mensajería instantánea y lo usa. Lo que te propongo es bien sencillo. Me creo una identidad y una cuenta de correo web, me bajo el programa de mensajería instantánea y lo abro con esa cuenta, y le mando una invitación a pabpenya para que se comunique conmigo. Cuando él abra su programa, la recibirá, y si he conseguido crearle la curiosidad suficiente, la aceptará.

– Espera, no sé si te sigo bien. ¿Por qué va a hacerlo?

– Ya me ocupo yo de que mi apodo le parezca sugerente.

– Pero ¿cómo vas a justificarle que tienes su dirección?

– Fácil. Que me la ha dado una amiga. Y que me ha dicho que es muy simpático y que le mola mucho chatear con él. Y cuando me pregunte qué amiga es ésa, le respondo que es un secreto, así le pico más.

– ¿Y se lo creerá?

– Probablemente. Y si no, querrá averiguar quién de sus antiguos contactos soy, reciclada bajo una nueva identidad. Todo lo que puede suceder es que no quiera chatear conmigo. En ese supuesto, tendremos que esperar al lunes, que es como ya estábamos. Pero me apuesto algo contigo a que consigo hablar con él. Si se conecta, claro.

– ¿No le pondremos sobre aviso?

– Descuida. Ya impediré que sospeche que soy una guardia civil.

– Caramba, Chamorro. No te hacía tan puesta en estas cosas.

– Ya te dije antes. Alguna vez he matado el aburrimiento jugando con el ordenador. Y si una pone atención, siempre aprende algo. Ya ves, nunca sabes cuándo algo que has aprendido te puede servir.

Dudé si debía aceptar o no su propuesta. No acababa de tener claro que aquella maniobra no sirviera precisamente para cercenar un cabo del que podíamos tirar el lunes de forma más segura. Pero me pareció que negarme era a la vez desconfiar de la capacidad de Chamorro para conducirse con la habilidad suficiente y no ponerle la mosca detrás de la oreja a aquel sujeto. Y pensé que siempre que uno reprime una audacia, le acaba quedando el runrún de si acometerla no habría sido mejor que abstenerse de ella. Esto último inclinó la balanza:

– De acuerdo. Vía libre. Pero ya me puedes afinar.

– Afinaré -prometió-. Verás como no te arrepientes.

– Oye, otra cosa. ¿Y el dúo dinámico?

– Ah, se me había olvidado. El teléfono se quedó inmovilizado en una ciudad de la periferia, por ahí apunté el nombre. Encontraron una productora de televisión que tiene allí los estudios. Y si no me han engañado para irse al bar, ahora mismo estarán vigilándola.

– Voy a controlarlos, no es que no me fíe, pero…

Marqué el número del teléfono móvil de Gil. Lo cogió como un rayo.

– Sí, mi sargento. Te me has adelantado. Buenas y malas noticias.

– A ver.

– Tenemos la matrícula de su coche, y ya la he comprobado. Gervasi López Fernández, nacido en 1980, vecino de Cornellá, calle tal, piso etcétera. Ahora mismo le estamos siguiendo y me atrevería a jurar que es él y que ésa es su dirección, porque el camino que está haciendo es justamente el que lleva hacia allí. No obstante, cuando veamos dónde se mete, haremos la comprobación con los buzones del portal.

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