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– ¿Estás haciendo proselitismo? -se burló Robles.

– No, yo no me he apuntado. Pero tal vez lo acabe haciendo. Hay que reconocer que se han fajado y han logrado avances. Si no es por ellos nos seguirían aplicando a tacón el Código de Justicia Militar.

– Yo no me apuntaré porque mi instinto gregario está atrofiado desde la infancia -dije, acaso desinhibido por el vino-, y eso me hace sentir de forma atenuada tanto el espíritu de cuerpo como la resistencia frente a ese espíritu. Pero coincido contigo en que han servido para liquidar anacronismos. Lo que no acabo de ver es que se salgan con la suya en la desmilitarización. Los políticos, aunque a veces se esmeren en parecer lo contrario, son listos. Y todos, de todos los colores, siempre han visto la ventaja que es tener a la pandilla del tricornio firmes y en primer tiempo de saludo para comerse lo que nadie más se quiera comer. No es por desilusionarte, pero eso es lo que me parece.

Tena y Chamorro asistían al debate con la contención que su poco grado y acaso también su inteligencia femenina les sugerían. Por ambos caminos, podían llegar a una misma convicción: no merece la pena discutir lo que decidirán otros. Pero es sabido que a los hombres, aquí y en Estambul, nos gusta gastar saliva inútilmente. Después de sopesar en silencio mis palabras, el subteniente hizo su alegato:

– Yo soy de la vieja escuela. Mi padre era guardia. Y mi abuelo. Y mi bisabuelo. Al bisabuelo no lo conocí, pero al abuelo sí, y me imagino si alguien le hubiera dicho que la Guardia Civil iba a dejar de ser militar. Le habría dado una apoplejía. Y a mi padre, tres cuartos de lo mismo. Yo no llegaría a tanto, a fin de cuentas ya he vivido la mayor parte de mi vida en este mundo sin moral y sin principios, pero no me sentiría identificado con una Guardia Civil que no fuera militar. Al final nos haríamos como la pasma, y una vez igualados, nos absorberían ellos a nosotros, y nunca al revés. Para qué mantener rarezas. Todos maderos y a tomar por saco el espíritu de servicio que estableció el carcamal del duque de Ahumada en el punto veintidós de la cartilla.

– De eso cada vez quedará menos por la mutación general de la población -pronostiqué-. Ten en cuenta que ahora hay muchos que no han conocido más sacrificio al llegar a la academia de guardias que quedarse sin jugar con la Play cuando sacaban malas notas.

– Dicho lo cual -continuó Robles-, cómo no vas a entender el descontento de la gente. Mira lo que ha pasado aquí, por ejemplo. Alguien toma una decisión política, que en eso no soy quién para meterme y ellos son los que disponen: fuera la Guardia Civil y ahora vengan los Mossos d'Esquadra. Pues muy bien, si hay que dar autonomía y eso es lo moderno, pues de puta madre. Pero nadie piensa en toda la gente que tiene que moverse de golpe, con sus familias, cuando muchos ya lo tenían todo montado aquí. Y no creas que les dan facilidades. Pide destino y búscate la vida, y si tu mujer trabaja, que pierda el empleo o pasáis a vivir a cientos de kilómetros el uno del otro y os las apañáis como podáis. Eso es lo malo de la Guardia Civil, que con ese jodido prurito de obedecer y no rechistar nunca, acaba siendo más madrastra que madre para los suyos. Por eso a nadie le sorprenderá que el que sepa catalán se pase a los Mossos y le diga ahí te quedas. Algunos de los mejores de los míos lo han hecho. Y no marchan nada mal. Con la experiencia y la costumbre de tragar que tienen, van en moto.

– ¿Tienes algún buen amigo en los Mossos? -le pregunté.

– Yo tengo buenos amigos hasta en el infierno, que nunca se sabe. Y en los Mossos, lo que quieras, desde seguridad ciudadana hasta policía judicial. Que en todos los negociados se han colocado chavales de los que yo he criado a mis pechos y que me siguen respetando.

– Pues a lo mejor te pido que me presentes a alguno.

– Sólo tienes que decirme cuándo.

– Y también a alguien de la Policía que se enrolle, si puede ser. Alguno que te deba algún favor y que sea espabilado.

– Pobrecillos, ésos andan todos plegando -dijo-, salvo los que chamullan la lengua, que muchos también acabarán en los Mossos. Pero están pasando un trago, tíos que llevaban aquí veinte años y eran los reyes del mambo de pronto se ven mendigando un hueco por ahí. No se hacían a la idea de que también les iba a acabar tocando a ellos.

– De todas formas, todavía controlarán algo, ¿no?

– Se supone que sí, y que precisamente son los que tienen que pasarles ahora la información a los Mossos, a medida que les hacen el relevo. Trabajan ya con equipos conjuntos en Barcelona, aunque por lo que me llega hay algunas fricciones. Los Mossos tienen otro estilo, no te digo que mejor ni peor, pero otro, y la pasma ya sabes que es bastante suya. No son tan bien mandados como nosotros, ni de lejos. En todo caso, si quieres un contacto te lo doy. ¿Qué es lo que buscas?

– ¿Podemos entonces hablar un poco de trabajo, no te importa?

– Y de qué coño estamos hablando. Si es que somos unos soplapollas, siempre dándole vueltas a lo mismo. Dispara, anda.

– Antes de nada, ¿me dejas hacerte una pregunta impertinente?

Robles me observó con suspicacia.

– Eso me suena a encerrona. A ver.

– ¿Quién dirías tú que pudo cargarse a Neus?

El subteniente no respondió en seguida. Temí que me saltara con un exabrupto, pero no lo hizo. En voz queda y pausada, dijo:

– Como no te creo tan borrico como para pedirme que te adivine así a huevo la solución de tu crucigrama, me supongo que quieres decir que por dónde creo que va el móvil, y quién podía tenerlo. Sólo puedo hablar por lo que te he oído. Me huele a que a alguien se le cruzaron los cables y se le fue la mano. Esa tía no podía ser una amenaza o un obstáculo para los intereses de nadie, o no hasta el extremo de liquidarla. En su círculo, el de los que viven en la parte alta de Barcelona, que aquí es algo más que una ubicación geográfica, los problemas se resuelven de otra manera. No cabe duda de que está mezclado un asunto de entrepierna, pero yo tampoco lo consideraría como el detonante del desaguisado, aunque a lo mejor te sirva para desenredar la madeja. Esta gente siempre ha combinado con bastante soltura la doble vida, y a diferencia de otros sitios, eso incluye a hombres y mujeres. Ten en cuenta que los matrimonios aquí tienen separación de bienes, que por el comercio la gente viaja mucho y que las mujeres llevan sus propios negocios desde hace décadas. Eso influye en sus costumbres y los vuelve bastante flexibles, y más entre la alta burguesía a la que pertenecía Neus. No apostaría yo que la explicación a tu acertijo sea un asunto de cuernos, ni un amante despechado. Más bien que hubo alguien al que se le fue la olla. Pero como todo esto lo estoy deduciendo sobre la base de casi nada, muy bien puedo columpiarme.

– Me lo apunto, de todas formas. El problema ahora -expliqué- es no tener un perfil claro del sospechoso. Por eso no podemos descartar nada, ningún ambiente, ningún móvil. Lo que me gustaría comentar con los Mossos y con la Policía no es nada en particular, todavía, sino pedirles información general para situarnos. Hay un par de hipótesis, de todos modos, que me rondan por la cabeza y que apuntan a un mismo mundo. En algún momento hemos barajado que el hombre al que vieron con Neus pudiera ser un profesional del sexo. Y está ese reportaje que ella preparaba, justamente, sobre la prostitución barcelonesa.

Robles meditó sin apresurarse, antes de valorar mi conjetura.

– De ese mundo ya no estoy muy al día -me dijo, mirándome a los ojos y sabiendo que sólo yo podía captar con exactitud el alcance que tenía aquel ya que había deslizado casi de tapadillo, es decir, hasta qué punto había estado metido en aquellas salsas en el pasado y en qué medida yo había compartido sus conocimientos-. Ha cambiado mucho, como todo, principalmente por la llegada masiva de extranjeros, tanto entre los empresarios como entre las jornaleras. En cuanto a la prostitución masculina, siempre fue minoritaria y lo sigue siendo. Pero suele responder a un perfil estándar. Chico más o menos bien, universitario, y bitensión para hacer caja a pelo y a pluma.

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