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– ¿Sabes que Ambrosio se fue? -dijo el Chispas-. Se largó de repente, de un día a otro.

– ¿Periquito te quita el cuerpo, Arispe se chupa cuando habla contigo, Hernández te mira con burla? -dijo Carlitos-. Eso es lo que tú quisieras, masoquista. Tienen muchos problemas para perder su tiempo compadeciéndote. Y además compadecerte de qué. A ti de qué, carajo.

– Se largó a su pueblo, dice que quiere comprarse un carrito y ser taxista -sonrió don Fermín-. El pobre negro. Ojalá le vaya bien.

– Eso es lo que tú quisieras -se rió Carlitos-. Que la redacción entera hablara de ti, que chismearan, que rajaran. Pero o no saben o se quedaron tan espantados que no abren la boca. Te fregaron, Zavalita.

– Ahora se ha puesto a manejar el papá, no quiere tomar otro chofer -se rió la Teté-. Si lo vieras manejando te daría un ataque. A diez por hora y frena en todas las esquinas.

– ¿Todos muy cordiales contigo, todos te hacen sentir mal con sus sonrisitas y amabilidades? -dijo Carlitos-. Eso es lo que tú quisieras. En realidad no saben nada o les importa un carajo, Zavalita.

– Mentira, de aquí a la oficina llego más rápido que el Chispas -se rió don Fermín-. Además, ahorro, y he descubierto que me gusta manejar. A la vejez viruelas. Caramba, qué buena cara tiene ese chupe.

Riquísimo mamá, claro que quería más, ¿te pelaba ella los camarones?, sí mamá. ¿Un actor, Zavalita, un maquiavelo, un cínico? Sí traería la ropa para que la lavaran las muchachas, mamá. ¿Uno que se desdoblaba en tantos que era imposible saber cuál era de verdad él? Sí vendría a almorzar todos los domingos, mamá. ¿Una víctima o victimario más luchando con uñas y dientes para devorar y no ser devorado, un burgués peruano más? Sí llamaría por teléfono todos los días para decir cómo estaba y si necesitaba algo, mamá. ¿Bueno en su casa con sus hijos, inmoral en los negocios, oportunista en política, no menos, no más que los demás? Sí se recibiría de abogado, mamá. ¿Impotente con su mujer, insaciable con sus queridas, bajándose el pantalón delante de su chofer? No trasnocharía, sí se abrigaría, no fumaría, sí se cuidaría, mamá. ¿Echándose vaselina, piensa, jadeando y babeando como una parturienta debajo de él?

– Sí, yo le enseñé a manejar al niño Chispas -dice Ambrosio-. A escondidas de su papá, por supuesto.

– Nunca les oí a Becerrita y a Periquito decir una palabra a los otros -dijo Carlitos-. Puede que cuando yo no estaba, ellos saben que somos amigos. Tal vez hablarían unos días, unas semanas. Después todos se acostumbrarían, se olvidarían. ¿Con la Musa no pasó así, no pasa con todo así en este país, Zavalita?

Años que se confunden, Zavalita, mediocridad diurna y monotonía nocturna, cervezas, bulines. Reportajes, crónicas: papel suficiente para limpiarse toda la vida, piensa. Conversaciones en el "Negro Negro", domingos con chupe de camarones, vales en la cantina de "La Crónica", un puñado de libros que recordar.

Borracheras sin convicción, Zavalita, polvos sin convicción, periodismo sin convicción. Deudas a fines de mes, una purgación, lenta, inexorable inmersión en la mugre invisible. Ella había sido lo único distinto, piensa. Te hizo sufrir, Zavalita, desvelarte, llorar. Piensa: tus gusanos me sacudieron un poco, Musa, me hicieron vivir un poco. Carlitos movió el dorso de la mano, levantó apenas el pulgar y aspiró; ahí su cabeza echada atrás, media cara iluminada por el reflector, media cara sumida en algo secreto y profundo.

– La China está acostándose con un músico del “Embassy”, -ahí sus vidriosos ojos errantes-. También tengo derecho a tener mi problema, Zavalita.

– Está bien, ya estoy viendo que nos amaneceremos aquí -dijo Santiago-. Que tendré que acostarte.

– Eres bueno y fracasado como yo, tienes lo que hay que tener -silabeó Carlitos-. Pero te falta algo. ¿No dices que quieres vivir? Enamórate de una puta y vas a ver.

Había inclinado un poco la cabeza y con voz densa, insegura y demorada, comenzado a recitar. Repetía un mismo verso, callaba, volvía, a ratos se reía casi sin ruido. Eran ya cerca de las tres cuando Norwin y Rojas entraron al “Negro Negro” y hacía rato que Carlitos desvariaba.

– Se acabó el campeonato, nos retiramos -dijo Norwin-. Les dejamos cancha libre a Becerrita y a ti, Zavalita.

– Ni una palabra más sobre el periódico o me voy -dijo Rojas-. Son las tres de la mañana, Norwin. Olvídate de "Ültima Hora", olvídate de la Musa o me voy.

– Sensacionalista de mierda -dijo Carlitos-. Pareces periodista, Norwin.

– Ya no estoy en policiales -dijo Santiago-. Esta semana volví a locales.

– Echamos tierra a la Musa, le dejamos el campo libre a Becerrita -dijo Norwin-. Se acabó, no da para más. Convéncete, Zavalita, no van a descubrir nada. Ya no es noticia.

– En vez de explotar los bajos instintos de los peruanos, convídame una cerveza -dijo Carlitos-. Sensacionalista de mierda.

– Ya sé que Becerrita va a seguir metiendo leña -dijo Norwin-. Nosotros ya no. No da para más, convéncete. Reconoce que hasta aquí llegamos tablas en las primicias, Zavalita.

– Es un mulato con el pelo planchado y unos músculos así -dijo Carlitos-. Toca el bongó.

– Los soplones ya enterraron el asunto, te paso el dato -dijo Norwin-. Me lo confesó Pantoja, esta tarde. Estamos pataleando en el mismo sitio, hay que esperar alguna casualidad. Ya se aburrieron, no van a descubrir nada más. Díselo a Becerrita. ¿No pudieron o no quisieron descubrir nada?, piensa. Piensa: ¿no supieron o te mataron dos veces, Musa? ¿Había habido conversaciones a media voz, salones mullidos, idas y venidas, misteriosas puertas que se abrían y cerraban, Zavalita? ¿Habido visitas, susurros, confidencias, órdenes?

– Fui a verlo esta tarde, al "Embassy” -dijo Carlitos-. ¿Vienes en plan de pelea? No, compadre, vengo a conversar. Cuéntame cómo se porta contigo la China, después yo te cuento y comparamos. Nos hicimos amigos.

¿Había sido la dejadez, la abulia limeña, la estupidez de los soplones, Zavalita? Piensa: que nadie exigiera, insistiera, que nadie se moviera por ti. ¿Olvídense o te olvidaron de verdad, piensa, échenle tierra al asunto o la echaron de por sí? ¿Te mataron los mismos de nuevo, Musa, o esta segunda vez te mató todo el Perú?

– Ah, ya veo por qué estás así -dijo Norwin-. Te peleaste otra vez con la China, Carlitos.

Iban al "Negro Negro" dos o tres veces por semana, mientras el diario estuvo en el viejo local de la calle Pando. Cuando "La Crónica" se mudó al edificio nuevo de la avenida Tacna se reunían en barcitos y cafetines de la Colmena. El Jaialai, piensa, el Hawai, el América. Los primeros días de mes, Norwin, Rojas, Milton aparecían en esas cuevas humosas y se iban a los bulines. A veces encontraban a Becerrita, rodeado de dos o tres redactores, brindando y conversando de tú y voz con los cabrones y los maricas y siempre pagaba la cuenta él. Levantarse a mediodía, almorzar en la pensión, una entrevista, una información, sentarse en el escritorio y redactar, bajar a la cantina, volver a la máquina, salir, regresar a la pensión al amanecer, desnudarse viendo crecer el día sobre el mar. También los almuerzos de los domingos se confundían, las comiditas en el "Rinconcito Cajamarquino" festejando los cumpleaños de Carlitos, Norwin o Hernández, también la reunión semanal con el papá, la mamá, el Chispas y la Teté.

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