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– Te vas a ir al infierno, imbécil -dijo la Teté-. Y tú lo dejas que te levante así la voz, papá.

– Me da cólera que tengas esos prejuicios, papá-dijo Santiago.

– No son prejuicios, a mí no me importa que tus compañeros sean blancos, negros o amarillos -dijo don Fermín-. Yo quiero que estudies, que no vayas a perder tu tiempo y te quedes sin carrera como el Chispas.

– El supersabio te levanta la voz y te desfogas conmigo -dijo el Chispas-. Lindo, papá.

– Hacer política no es perder tiempo -dijo Santiago-. ¿O sólo los militares tienen derecho a hacer política aquí?

– Primero los curas, ahora los militares, las dos musiquitas de siempre -dijo el Chispas-. Cambia de tema, supersabio, pareces disco rayado.

– Qué puntualito llegaste -dijo Aída-. Venías hablando solo, qué chistoso.

– No se puede estar de a buenas contigo -dijo don Fermín-. Aunque se te trate con cariño, siempre das la patada.

– Es que soy un poco loco -dijo Santiago-. ¿No te da miedo juntarte conmigo?

– Está bien, no llores, no te arrodilles, te creo, lo hiciste por mí -dijo don Fermín-. ¿No pensaste que en vez de ayudarme podías hundirme para siempre? ¿Para qué te dio cabeza Dios, infeliz?

– Ni creas, me encantan los locos -dijo Aída-. Estuve dudando entre Derecho y Psiquiatría.

– Lo que pasa es que te consiento demasiado y abusas, flaco -dijo don Fermín-. Anda a tu cuarto de una vez.

– Cuando me castigas, a mí me dejas sin propina, cuando a Santiago sólo lo mandas a acostarse -dijo la Teté-. Qué tal raza, papá.

– Lo que pasa es que nadie está contento con su suerte -dice Ambrosio-. Ni usted, que lo tiene todo. Qué diré yo, imagínese.

– Quítale a él la propina también, papá -dijo el Chispas-. Por qué esas preferencias.

– Me alegro que escogieras Derecho -dijo Santiago-. Fíjate, ahí está Jacobo.

– No metan la cuchara cuando hablo con el flaco -dijo don Fermín-. Si no, se van a quedar sin propina ustedes.

V

LE DIERON guantes de jebe, un guardapolvo, le dijeron eres envasadora. Comenzaban a caer las pastillas y ellas tenían que acomodarlas en los frascos y poner encima pedacitos de algodón. A las que colocaban las tapas les decían taperas, etiqueteras a las que pegaban las etiquetas, y al final de la mesa cuatro mujeres recogían los frascos y los ordenaban en cajas de cartón: les decían embaladoras. Su vecina se llamaba Gertrudis Lama y tenía gran rapidez en los dedos.

Amalia comenzaba a las ocho, paraba a las doce, volvía a las dos y salía a las seis. A los quince días de entrar al laboratorio, su tía se mudó de Surquillo a Limoncillo, y al principio Amalia iba a almorzar a la casa, pero resultaba caro tanto ómnibus y el tiempo muy justo. Un día llegó a las dos y cuarto y la inspectora ¿abusas porque eres recomendada del dueño?

Tráete la comida como nosotras, le aconsejó Gertrudis Lama, ahorrarás plata y tiempo. Desde entonces se llevaba un sandwich y fruta y se iba a almorzar con Gertrudis a una acequia de la avenida Argentina donde venían vendedores ambulantes a ofrecerles limonadas y raspadillas, y tipos que trabajaban en la vecindad a fastidiarlas. Gano más que antes, pensaba, trabajo menos y tengo una amiga. Extrañaba un poco su cuartito y a la niña Teté, pero del desgraciado ése ni me acuerdo ya, le decía a Gertrudis Lama, y Santiago ¿la Amalia?, y Ambrosio sí ¿se acuerda de ella, niño?

No había cumplido un mes en el laboratorio cuando conoció a Trinidad. Decía vulgaridades con más gracia que los otros, Amalia se acordaba a solas de sus disparates y soltaba la carcajada. Simpático aunque un poquito chiflado ¿no?, le dijo un día Gertrudis, y otro cómo te ríes con él, y otro se nota que el loquito te está gustando. A ti será, dijo Amalia; y pensó ¿me está gustando?, y Santiago ¿Amalia tu mujer, Amalia la que se murió en Pucallpa? Una tarde lo vio en el paradero, esperándola. Lo más fresco se subió al tranvía, se sentó a su lado, negra consentida, y comenzó con sus chistes, cholita engreída, ella estaba seria por afuera y muerta de risa por adentro. Le pagó el pasaje y cuando Amalia se bajó él chaucito amor. Era flaquito, moreno, loquísimo, pelos lacios retintos, buen mozo. Sus ojos se corrían y cuando entraron en confianza Amalia le decía tienes de chino, y él y tú eres una cholita blanca, haremos bonita mezcla, y Ambrosio sí niño, la misma. Otra vez la acompañó hasta el centro en el tranvía y se subió con ella al ómnibus de Limoncillo y también le pagó el pasaje y ella qué ahorros. Trinidad quería invitarla a tomar lonche pero Amalia no, no podía aceptarle. Bajémonos amorcito, bájese usted, qué confianzas eran ésas. Me voy si nos presentamos, dijo él, y le estiró la mano, Trinidad López tanto gusto, y ella se la estiró, tanto gusto Amalia Cerda. Al día siguiente Trinidad se sentó a su lado en la acequia y comenzó a decirle a Gertrudis qué amiguita más consentida tiene, Amalia me quita el sueño. Gertrudis le seguía la cuerda y se hicieron amigos y después Gertrudis a Amalia hazle caso al loquito, te olvidarás del tal Ambrosio, y Amalia de ése ni me acuerdo ya, y Gertrudis ¿de veras?, y Santiago ¿tenías tus cosas con Amalia desde que trabajaba ella en la casa? A Amalia le chocaban los disparates que decía Trinidad, pero le gustaba su boca y que no tratara de aprovecharse. La primera vez que trató fue en el ómnibus de Limoncillo. Estaba repleto, iban aplastados uno contra el otro, y ahí notó que comenzaba a frotarse. No podía retroceder, tienes que hacerte la tonta.

Trinidad la miraba serio, le acercaba la cara, y de repente yo te quiero y la besó. Sintió calor, que alguien se reía. Abusivo, cuando bajaron se puso furiosa, la había avergonzado delante de todos, aprovechador. Era la mujer que andaba buscando, le decía Trinidad, te tengo metida en el corazón. Ni loca para creer lo que dicen los hombres, decía Amalia, sólo piensas en aprovecharte. Fueron hacia la casa, antes de llegar ven un ratito a esa esquinita, y ahí de nuevo la besó, qué rica eres, la abrazaba y se le aflojaba la voz, yo te quiero, siente, siente cómo me pones. Ella le atajaba las manos, no se dejó abrir la blusa, levantar la falda: ya en esa época se habían enamorado, niño, pero las cosas en serio vinieron después.

Trinidad trabajaba cerca del laboratorio, en una fábrica textil, y le contó a Amalia nací en Pacasmayo y trabajé en Trujillo en un garaje. Pero que había estado preso por aprista sólo se lo dijo después, un día que pasaban por la avenida Arequipa. Había una casa con jardines y árboles, alrededor zanjas, patrulleros, policías, y Trinidad levantó la mano izquierda y le dijo a Amalia al oído Víctor Raúl el pueblo aprista te saluda, y ella ¿te has vuelto loco? Esa es la embajada de Colombia, le dijo Trinidad, y que adentro estaba asilado Haya de la Torre, y que Odría no quería dejarlo salir del país y que por eso había tantos cachacos. Se echó a reír y le contó: una noche con un compañero pasamos por aquí haciendo la maquinita aprista con el claxon, y los patrulleros los persiguieron y encanaron. ¿Trinidad era aprista?, y él hasta la muerte, ¿y había estado preso?, y él sí, para que veas la confianza que te tengo. Se había hecho aprista hacía diez años, le contó, porque en ese garaje de Trujillo todos estaban en el partido, y le explicó Víctor Raúl Haya de la Torre es un sabio y el Apra el partido de los pobres y cholos del Perú. Había estado preso por primera vez en Trujillo, porque la policía lo pescó pintando en las calles Viva el Apra. Cuando salió de la Comisaría no lo recibieron en el garaje y por eso se vino a Lima, y aquí el partido me consiguió trabajo en una fábrica de Vitarte, le contó, y que durante el gobierno de Bustamante había sido defensista; iba con los compañeros a romper las manifestaciones de los oligarcas o de los rabanitos y siempre salía golpeado. No por cobarde, el físico no lo ayudaba, y ella claro, eres tan flaquito, y él pero macho, la segunda vez que estuvo preso los soplones le habían volado dos dientes y ni por ésas denuncié. Cuando vino el levantamiento del 3 de Octubre en el Callao y Bustamante puso fuera de la ley al Apra, los compañeros de Vitarte le dijeron escóndete, pero él no tengo miedo, no había hecho nada.

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