Su tiempo se alargó un poco más, aunque para entonces ya era viejo y estaba muy enfermo y ofrecía un cuadro más bien lamentable. Era una especie de monstruo barbudo, hinchado por la hidropesía que padecía desde hacía años. No obstante, todavía hizo una jugada digna de su antigua habilidad: hacia mediados de 1922, cuando los españoles le tenían vencido, negoció con ellos y les sacó no sólo protección y 80.000 pesetas al mes, sino nueva influencia sobre los asuntos del Yebala. Los soldados españoles que habían estado sitiándole fueron envia dos a reconstruir su palacio. Era el precio por sofocar rápidamente el frente occidental y poder afrontar con todas las fuerzas a la nueva República del Rif. Los oficiales españoles reaccionaron con indignación al comprobar cómo se le volvía a dar alas al viejo bandido, y hasta la propia tropa, normalmente más escéptica y fatalista, expresaba su descontento. Barea refleja en un pasaje de La ruta la rabia de los soldados, y Mola escribiría años más tarde: "Se llegó al extremo de que los oficiales españoles necesitaron su plácet para ocupar determinados destinos. ¡Un bandolero no había podido llegar a más, ni una nación europea a menos!".
En 1924, un secuaz del Raisuni, llamado Ahmed Jeriro, discutió con su jefe y se pasó a Abd el-Krim. Empezó a combatir contra él y contra los españoles justo por esta zona del valle del Lau. El Raisuni intentó reprimirle, pero fracasó. Ya no tenía las fuerzas ni la clarividencia de antes. Aquel desertor que había escapado a su castigo iba a ser el instrumento de su ruina. En 1924, las tropas españolas se retiraban de Xauen, sufriendo una terrible derrota, y el Raisuni quedaba aislado en Tazarut. Los españoles le ofrecieron refugiarse en Tetuán y Abd el-Krim unirse a él, naturalmente a sus órdenes. Su orgullo le impidió aceptar tanto lo uno como lo otro. A comienzos de 1925, Jeriro recibió de Mhamed Abd el-Krim el encargo de destruir al Raisuni y extender definitivamente al Yebala el poder de la república rifeña. Con un ejército de 1.200 yebalíes y 600 rifeños de Beni-Urriaguel y Tensamán, apoyados por una retaguardia de 2.500 combatientes del Gómara, Jeriro asaltó la legendaria fortaleza de Tazarut en la noche del 23 de enero de 1925. Los yebalíes fueron rechazados y cedieron el puesto a los rifeños, mientras los de la retaguardia quedaban a la expectativa. La guardia del Raisuni le defendió con bravura, pero aquellos pocos centenares de rifeños acabaron tomando la fortaleza donde los españoles nunca habían conseguido entrar. Poco des pués de que los beniurriagueles se apoderasen de Tazarut, hubo una torpe incursión aérea española. Pero aquellos aviones llegaban tarde para el Raisuni. A aquellas alturas, cuando ya los pocos supervivientes de su guardia se habían pasado al vencedor, la intervención en su favor de sus antiguos enemigos sólo pudo parecerle una mofa del destino.
En Tazarut se dice que había 100.000 fusiles Máuser, aunque la cifra parece demasiado fabulosa, y gran cantidad de dinero. Los rifeños se apoderaron del botín y llevaron al impedido Raisuni en litera a Xauen y después a Targuist, donde fue humillado y pidió que le mataran. El periodista norteamericano Vincent Shean, que asistió a su llegada a Targuist, el 30 de enero de 1925, describió al viejo bandido como un cuerpo enorme derrengado sobre la litera cubierta de cojines en que le transportaban. Sólo se veía su turbante, su barba teñida y sus ojos furiosos. Tras él marchaban sus cuatro favoritas, con velo blanco, entre ellas la legendaria Aixa, cuya cabellera, según se decía, habían de sujetar cuatro esclavas cuando paseaba por los jardines de Tazarut. Diecisiete mulas transportaban sus bienes, y los rifeños le habían permitido conservar también su caballo blanco, cuya montura repujada en oro refulgía al sol. En la mísera casa del poblado que le destinaron, el Raisuni, que se llamaba a sí mismo aún señor de las montañas, declaró al periodista norteamericano que prefería morir a vivir prisionero de perros y de hijos de perra. Alá atendió su petición, y el fin le llegó el 10 de abril de 1925 en Tamasint, al sur de Alhucemas. Su vida, que había conocido glorias y ocasiones impensables para alguien nacido en el mísero norte de Marruecos a mediados del siglo Xix, no pudo conocer peor remate: el señor del Yebala, muerto en Beni-Urriaguel, tras haber sido arrancado de Tazarut por un antiguo lugarteniente y haber sido inútilmente protegido por aquéllos a quienes siempre combatió y estafó. Años atrás, el viejo seductor había engatusado a la rica norteamericana Rosita Forbes, a la que inspiró un encendido libro titulado El sultán de las montañas, donde se pintaba al Raisuni como el bandido romántico que pretendía ser. Por fortuna para su leyenda, la crédula Rosita no le vio reventar como un cerdo en Tamasint. Personalmente me cuesta compadecerle, aun en ese trance, porque aquel hombre estuvo a punto de impedirme nacer, cuando mi abuelo no era más que un soldado novato en un batallón de choque. También estuvo a punto de imposibilitarme Abd el-Krim, años después, pero al menos a éste no le movía sólo la codicia.
La carretera llega al río Lau. En este valle, donde antaño se cumplía la voluntad del Raisuni y donde se sublevó Jeriro para extinguirla, divisamos bosques amenos y prados que el verano no ha conseguido secar del todo. Poco después salimos a una bifurcación, donde apuntamos hacia el norte. La ruta sube entre colinas y de pronto aparece ante nosotros una ciudad blanca, tendida entre dos enormes montes, el Meggú y el Tissuka. Ambos forman los cuernos que le dan nombre. Es Xauen, la ciudad santa.
6. Xauen
Descendemos hasta el fondo del valle y los últimos dos kilómetros los hacemos subiendo hacia Xauen. Tras la ciudad blanca que se acerca se alzan ahora imponentes sus dos montes guardianes. Tener tras de sí esa formidable muralla de roca hizo siempre a Xauen difícilmente expugnable. Había que atacarla de frente, lo que quiere decir desde abajo. Atravesamos los barrios exteriores y nos dirigimos hacia el centro, donde supuestamente se halla el hotel en el que hemos reservado habitaciones. Con sus fachadas encaladas y sus calles cada vez más empinadas, Xauen parece en la quietud de la tarde uno de esos pueblos andaluces de las montañas, donde la luz se remansa y se queda dormida al pie de los portales. También hay jardines sombríos, sobre cuyos muros se derra man los jazmines. El motor de nuestro coche es el único ruido que turba la paz de las callejas. Subimos y subimos hasta que la calzada se interrumpe. No hemos visto el hotel Marrakech, al que teóricamente nos dirigimos. Hamdani observa:
– Hemos pasado algunos hoteles que no tenían mal aspecto. Voy a preguntar, si les parece.
Nos parece, y media hora después hemos tomado posesión de nuestras habitaciones en un pequeño hotel de estilo andaluz, a menos de cinco minutos de camino de la medina. Las ventanas dan a una loma sobre la que se alza un morabo (una ermita construida en el sepulcro de un santón) y más allá, la mole gris del Tissuka. Las habitaciones también son blancas y luminosas, tanto que invitan a descansar aquí durante días. No son nada suntuosas, pero están muy limpias y proporcionan una sensación confortable. Cuando salgo a la calle, después de lavarme y cambiarme, encuentro a mi hermano ocupado con la cámara. Trata de sacar una buena perspectiva de una callejuela que hay al lado del hotel y que desciende casi verticalmente en una abrupta escalinata. Las casas están construidas conforme impone la acusada pendiente, ceñidas a ella. Las ventanas enrejadas se abren bajo pequeños saledizos de tejas en la fachada enjalbegada y los hilos eléctricos tejen una telaraña que va y viene entre los edificios. En lo alto de uno de ellos se ve una antena parabólica, y al fondo, el verde del monte.
– Sácame una -me pide mi hermano, tendiéndome la cámara.
Baja la escalinata y posa. En ese momento, un niño de unos siete u ocho años sale de un portal y comienza a gritarnos. No entendemos lo que dice, pero pronto comprendemos que no quiere que fotografiemos su casa. Pienso que está en su derecho y que quizá no esté bien que sigamos adelante, pero mi hermano es más expeditivo.