El cruce se encuentra en lo más espeso del bosque. Ketama es en realidad un área bastante extensa, llena de campings y lugares de esparcimiento. En las inmediaciones del cruce abundan los comerciantes de hachís. Algunos son chavales de catorce o quince años, que blanden trozos fantásticamente grandes de material. Cuando se percatan de nuestra condición de extranjeros, lo que siempre ocurre tarde, por el camuflaje que en la distancia nos proporciona la matrícula marroquí de nuestro coche, llaman aparatosamente nuestra atención y casi salen al paso del vehículo, convencidos de que un trío de europeos que pasan por Ketama no puede tener otra finalidad que adquirir la mayor cantidad posible de la mercancía que ellos venden.
Dicen que en invierno no es infrecuente que en estos bosques de montaña nieve con cierta intensidad. No tiene nada de raro, porque desde hace un buen rato nos mantenemos siempre por encima de los mil metros. La imagen que entonces deben ofrecer las montañas de Ketama no puede estar más lejos de la imagen tradicional que los españoles tienen de Marruecos y del Rif (suponiendo que del Rif tengan alguna imagen). Y donde nieva sin falta todos los años, salvo que el invierno venga demasiado suave, es en la cumbre del Tidirhin, que se recorta gigantesco en el horizonte.
Algo que tampoco suele saberse es que los últimos combates de la campaña del Rif, librados en la primavera de 1927, tuvieron lugar bajo la nieve, justamente en estas montañas de Ketama. El 26 de marzo de ese año, el último grupo rebelde, al mando del morabito Slitán, atacó el puesto de Tagsut, en la vertiente sur del Tidirhin, y aniquiló a todos los regulares que lo defendían. Al día siguiente, los hombres de Slitán tendieron una emboscada a la columna española de 250 hombres que iba a reconquistar Tagsut, y también acabaron con todos. Furiosos, los españoles mandaron un contingente de 7.000 hombres a rastrear estos valles en busca de Slitán y los suyos. El 11 de abril, en medio de una fortísima tormenta de nieve, los rebeldes atacaron a los españoles que les acechaban. Entre ellos estaba el entonces coronel Mola, que siempre recordaría aquella salvaje batalla bajo la ventisca.
El ataque de Slitán fue una dura prueba para aquellos soldados, veteranos de la guerra de Marruecos, que bien pudieron maldecir la suerte que les había llevado a combatir lo mismo bajo el sol abrasador que bajo aquella nieve infernal. Después de la refriega, Slitán pasó con sus hombres al Marruecos francés y se perdió. Fue la última escaramuza, y la paradoja es que en aquel postrer episodio a los rifeños los mandara precisamente Slitán, un morabito. Abd el-Krim siempre diría que la influencia de estos santones musulmanes, que ganaban su prestigio mediante curaciones y supercherías, había sido nefasta y había impedido la consolidación de la República del Rif. Para el líder rifeño los morabitos eran unos fanáticos ignorantes que destruían el Islam y dificultaban con sus supersticiones el desarrollo moral de su pueblo.
Hoy Ketama es el destino por excelencia de quienes bajan al moro desde España para buscar el hachís.
Oficialmente es un negocio prohibido, pero los cultivos están a la vista de todos y nadie los estorba. Sería un suicidio económico para la región, y si se mira bien, nada es más legítimo que el intento de los rifeños de mejorar su vida con una mercancía que pueden producir ventajosamente y que los europeos tanto codician y tan bien les pagan. Ya que la única riqueza a la que pueden acceder es la que consigan atraer de más allá del Estrecho, tienen el derecho y el deber de intentar sacárnosla por todos los medios. Tampoco, si bien se mira, el hachís está entre las sustancias más peligrosas que se consumen en nuestros pueblos y ciudades. El problema es que algunos de los incautos españoles que se acercan por aquí terminan dando con sus huesos en las cárceles marroquíes. Y aunque las cárceles marroquíes han debido de ser bastante peores en el pasado, resulta dudoso que aún hoy constituyan una experiencia vital que nuestros aburguesados y blandos temperamentos europeos soporten fácilmente. Aunque sólo sea por eso, conviene desoír la llamada de los vendedores de Ketama.
Todavía nos queda un largo camino hasta Xauen, donde nos gustaría disponer de algún tiempo esta tarde. Así que dejamos atrás Ketama, con sus campamentos de vacaciones, sus cedros y su hachís a granel. Ahora que conocemos sus bosques, podemos completar y perfilar el recuerdo de aquellas últimas y ya olvidadas escaramuzas sobre la nieve, o de aquellos conciliábulos de los rebeldes rifeños en las sucesivas guerras, cuando en esta sombra acariciante se decidía la muerte de los desprevenidos campesinos españoles disfrazados de soldados, en los lejanos arenales de Melilla o en las áridas montañas de Tensamán. Tampoco puedo resistirme a imaginar a Slitán desplegándose con los suyos entre los árboles y surgiendo de pronto de la niebla, para caer sobre los legionarios ateridos con la furia de su yihad desesperada y terminal. Siempre puede ser ilustrativo consignar, sin embargo, que Slitán terminó regresando del Marruecos francés, y que de 1940 a 1952 fue caíd de Targuist, nombrado por los españoles. Los rifeños siempre han mostrado una curiosa mezcla de fiereza y de sentido práctico. La misma mezcla que hoy exhiben los desparpajados traficantes de Ketama.
4. Ketama-Bab Berred
Proseguimos viaje hacia el oeste, siempre entre cedros y subiendo y bajando los inacabables montes del Rif. De vez en cuando nos para la gendarmería y Hamdani tiene que emplearse a fondo. Su habilidad con los gendarmes es prodigiosa. Los trata con astuta reverencia y consigue que no nos obliguen ni una sola vez a abrir el maletero. En uno de los controles observamos cómo los gendarmes extreman el celo obligando a un emigrante a deshacer el enorme fardo que descansa sobre el techo de su vehículo, de matrícula francesa. El emigrante protesta, se queja, implora. El gendarme permanece imperturbable y le indica con secos movimientos de cabeza que continúe. Quizá la negociación termine de cerrarse poco después de que nosotros nos marchemos, pero el ritual siempre es complicado. El emigrante deberá adivinar qué es lo que está dispuesto a aceptar el gendarme, ofrecérselo, persuadirle. O quizá el gendarme sea sólo un funcionario escrupuloso que sospecha algo y el fardo terminará completamente deshecho en el suelo. Si es así, el emigrante perderá un par de horas en reconstruirlo. Una lástima, porque parece un buen hombre, incapaz de nada. Sus dos hijas contemplan asustadas la escena; su mujer, con estoica y fatigada resignación.
Un kilómetro antes o después de los gendarmes seguimos encontrando vendedores del consabido material hasta bastante después de Ketama. Atravesamos el puerto de Bab-Besen, de 1.600 metros. Las tierras que quedan ahora a nuestra izquierda son ya el comienzo del Gómara. Todavía es más o menos el Rif para los marroquíes, pero administrativamente era una región diferente para los ocupantes españoles. Éstos dividieron su parte del Protectorado en cinco regiones: el Kert (desde Melilla hasta poco antes de Alhucemas), el Rif (toda la zona de Beni-Urriaguel, Bocoya, Targuist y Ketama), el Gómara (la zona costera comprendida entre Ketama y Tetuán), el Lucus (al sudoeste de la anterior) y el Yebala (la zona noroccidental). Al final, sin embargo, se acababa simplificando entre el Rif (la parte oriental, hasta poco más allá de Ketama) y el Yebala (la parte occidental, desde poco antes de Xauen). Aún en los mapas marroquíes de hoy las fronteras son imprecisas. El problema estriba en que no se trata de circunscripciones definidas, si no de áreas con las que la gente se localiza de forma aproximada. Lo que está hasta cierto punto claro es que en Xauen se refirieron siempre a los rifeños como "los montañeses" (aunque la propia Xauen está levantada entre dos enormes montañas) y que los de Alhucemas consideran a los de Xauen otra cosa.