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Al Raisuni no le fue del todo mal con los poderes establecidos, aunque le buscara numerosos quebraderos de cabeza al sultán con sus travesuras. Consiguió pese a ellas que le nombrara bajá de Tánger, con lo que consumó su venganza frente a quien desde ese puesto le había reducido a prisión con añagazas y faltando al deber sagrado de la hospitalidad. Esta investidura no le duró mucho tiempo, ya que al Raisuni le dio por divertirse cortando la luz y sembrando el terror, cosa que no estaban dispuestos a tolerar los muchos europeos de la ciudad, acostumbrados a administrarla a su manera. Atendiendo las protestas de éstos, el sultán Mulay Abd el-Aziz, que había nombrado al Raisuni a regañadientes (después de enviar sin éxito un ejército contra él), le destituyó del cargo de bajá. Pero el sucesor de Mulay Abd el-Aziz, Mulay Hafid, nombró poco después a nuestro personaje caíd del Yebala, consagrándole en el poder que ostentaba de facto, y que a partir de ahí acrecentó. En ésas estaba cuando se estableció el Protectorado y llegaron los españoles. Y "los españoles" quería decir en este caso el impagable Manuel Fernández Silvestre, con quien el Raisuni disfrutó de lo lindo. Consciente de que colaborar de una u otra forma con la potencia colonial era inevitable, y seguramente intuyendo la suerte que tenía con que la potencia colonial fuera precisamente España, jugó a fondo esa carta, y consiguió que la misión de Silvestre consistiera nada menos que en apoyarle como jefe regional del imperio jerifiano. Para abrir boca, le enseñó a Silvestre una celda donde tenía a cien hombres encadenados, algunos muertos y otros agonizando sobre sus propios excrementos. Silvestre quedó naturalmente espantado por la atrocidad de aquel personaje al que tenía la misión de respaldar, pero tuvo que tragárselo todo para recomendarle como primer jalifa de la zona española.

Sin embargo, los choques empezaron pronto, tan pronto que el Raisuni nunca sería nombrado jalifa (en su lugar se nombró a un hombre más bien pusilánime, Mulay el-Mehdi, nieto del sultán que había reinado medio siglo atrás). Lo cierto es que el Raisuni declaraba en alta voz su lealtad a España mientras por la espalda detenía a quienes colaboraban con las fuerzas de ocupación españolas y exigía fuertes rescates a sus familias. En una de esas burlas, a comienzos de 1913, Silvestre perdió su poca paciencia, desarmó a los recaudadores del Raisuni, liberó a los prisioneros y ocupó el palacio del cabecilla marroquí, poniendo bajo custodia a su familia. El Raisuni protestó, y advirtió a Silvestre, con una metáfora que luego se haría célebre y que terminaría siendo en cierto modo profética: "Tú y yo formamos la tempestad; tú eres el viento furibundo, yo el mar tranquilo. Tú llegas y soplas irritado, yo me agito, me revuelvo y estallo en espuma. Ya tienes ahí la borrasca. Pero entre tú y yo hay una diferencia: que yo, como el mar, jamás me salgo de mi sitio, y tú, como el viento, jamás estás en el tuyo". Silvestre, pese a que el ministro de la Guerra le desautorizara mediante un telegrama, desoyó la advertencia. En marzo de 1913, el Raisuni se retiró a su reducto de Tazarut y llamó a las armas. Eso preocupó al entonces Alto Comisario, Alfau, pero alivió a Silvestre, que no veía otra solución que la militar. Durante todo ese año y el siguiente se desarrolló la primera guerra entre España y el Raisuni, con tímidos y siempre frustrados intentos de negociar, que dieron como resultado la dimisión de Alfau y su sustitución por el más belicoso Marina. El marroquí, viendo que la política española contra él se endurecía, excitaba a su vez los ánimos de los suyos denunciando la toma de Tetuán, que presentaba como prueba de la voluntad de los españoles de conquistar y someter militarmente el país.

Cuando estalló la guerra mundial, que imponía a Francia otras prioridades, la guerra en Marruecos se mitigó. El Raisuni, declarado germanófilo, como Abd el-Krim, recibía suministros alemanes a través de los submarinos del káiser que atracaban en Tánger. La situación era complicada y en las dos partes volvió a surgir la voluntad de negociar. En medio de ese delicado proceso, oficiales bajo el mando de Silvestre organizaron en mayo de 1915 el asesinato de Alí Akalay, un emisario que oficiaba de mediador en las negociaciones con el Raisuni. No está claro si lo hicieron por indicación de su jefe o no, aunque sí consta que éste había entorpecido cuanto había podido los esfuerzos conciliadores que llevaba a cabo la Legación española en Tánger. El incidente le costó a Silvestre la destitución, en la que arrastró al Alto Comisario Marina. Su sucesor, Gómez Jordana, que traía como prioridad detener la guerra, tardó sólo un par de meses en firmar un acuerdo con el Raisuni. Gracias a él, se reconocía al viejo pirata como gobernador de la región en nombre del sultán. El Raisuni, por su parte, se comprometía a ayudar a someter a las cábilas rebeldes. Así lo hizo, y en los meses siguientes combatió junto a los españoles contra las tribus más recalcitrantes, que casualmente eran también las que comenzaban a desconfiar de él por cambiar de bando con tanta facilidad. En una de aquellas refriegas, mientras asaltaba la altura de Biutz, el entonces capitán Franco recibió un balazo en el vientre, que pasó milagrosamente sin rozar ningún órgano vital. Habría sido toda una paradoja que el arrojado capitancillo de Infantería hubiera caído en aquella escaramuza para mayor gloria del Raisuni. Quizá lo es, de todos modos, que la única vez que aquel hombre tuvo la muerte tan cerca fuera luchando codo a codo con un bandido.

Una vez liquidados por los españoles sus enemigos locales, el Raisuni volvió a las andadas, es decir, a incordiar a los colaboracionistas y a intrigar con los alemanes. Gómez Jordana toleró más o menos estos movimientos, pero Berenguer, nombrado Alto Comisario en 1918, se resolvió desde el principio a suprimir el poder del Raisuni. La actitud de Berenguer no pasó desapercibida al viejo zorro, que antes de que se produjera el choque le mandó una carta en la que volvía a hablar del viento y el mar, aunque esta vez era él el viento y Berenguer el mar: "Tú, general, eres grande, como el mar. Yo, el jerife, soy como el viento. Cuando el viento está quieto, el mar está en calma, pero cuando sopla, el mar se agita y hace olas. No me hagas que sople". También improvisó una metáfora nueva: "Sabe que nosotros no somos como esos árboles a los que se sacude para hacer caer los frutos, sino más bien como esas piedras en las que no hace mella ni el frío ni el calor". Sus poéticas advertencias, en cualquier caso, no surtieron el menor efecto, y Berenguer, que había sido nombrado jefe supremo del ejército en Marruecos, aplicó todos sus esfuerzos a aislar al Raisuni, quien entre 1919 y 1921 volvió a luchar contra los españoles. Entre esos españoles se encontraba ya para entonces mi abuelo.

La audacia bélica de Berenguer tuvo éxito. En octubre de 1920 sus tropas tomaron Xauen, aunque ése no fue exactamente un golpe contra el Raisuni, porque la ciudad estaba en manos de los Ahmar, un clan rival cuya caída el marroquí celebró como el que más. Poco después las tropas del líder rebelde ponían cerco a Xauen, pero durante 1921 la campaña progresó ventajosamente para los españoles, que terminaron por acorralar al Raisuni. Entonces fue cuando Silvestre se cruzó en el camino de Berenguer. En realidad lo había hecho un poco antes, cuando por presiones del rey había vuelto a Marruecos. Berenguer, que era un año menor que él y que había estado a sus órdenes, no sentía devoción por sus maneras, pero le consideraba un buen jefe y le nombró comandante general de Melilla. Allí, en el este, las líneas estaban estabilizadas en la zona del Kert, y a Berenguer no le corría prisa moverlas mientras no acabara con el Raisuni, lo que tenía cada vez más cerca. Aunque consintió que Silvestre conquistara el territorio de los Beni-Said, poco belicosos y sobre todo rendidos por la hambruna de varios años de malas cosechas, siempre aseguró haberle advertido que no progresara más allá sin haber preparado políticamente el terreno. Cierto es que en sus escritos Berenguer se declaraba admirador de las técnicas coloniales de Lyautey, y que al igual que su predecesor Gómez Jordana rechazaba emprender guerras a sangre y fuego, engendradoras de rencores. Pero Silvestre estaba convencido de que era el momento de avanzar e intentar de una sola tacada unir las zonas oriental y occidental, aniquilando a los beniurriagueles y a los bocoyas de Alhucemas. El desastroso resultado de esa aventura, emprendida contra la voluntad de Berenguer (o tan sólo contra su confusa prohibición, según los más críticos), fue un precioso balón de oxígeno para el Raisuni. En julio de 1921, cuando estaba casi asfixiado, la precipitada marcha de Berenguer y de gran parte de sus tropas en socorro de Melilla le salvó. Podía agradecer por ello la intervención de Abd elKrim, pero una oscura intuición debió de ensombrecer su júbilo. Al otro lado del Rif había surgido algo peligroso, algo que había conseguido humillar a los españoles como él nunca había podido.

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