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A
A

ESTEBAN

Lo decimos.

ÉL

En cuanto a esa lamentable pregunta, debo contestar que estoy desilusionado y entristecido.

ESTEBAN

No entiendo.

ÉL

(Casi gritando.) Que estoy decepcionado.

ESTEBAN

Dije que no entiendo, no que no oigo.

ÉL

Entendés. Si yo no soy más que sombra de tu propio pensamiento, un eco en un pasillo, si soy un poquito de tu locura puesto misteriosamente en el espacio, un idola theatri, si no existo, en suma, no te queda otro remedio que entender. Claro que si las cosas son de otra manera, antes de continuar esta conversación deberás aceptar mi existencia, y aceptar no sólo que soy sino que, además, estoy. Matiz muy español. No hablamos ni alemán ni inglés. Ser y además estar son nociones muy claras, aceptado lo cual, y no hace falta que intervengas, aceptado lo cual te digo que el motivo de mi decepción es que has perdido la gran oportunidad de tu vida. Pudiste ser arrogante, pudiste tener hybris, no preguntar nada. Nadie, ninguno de tus ilustres antecesores, dejó de pasar por esto.

ESTEBAN

Por????

ÉL

Por la pregunta, cabeza de chorlito. Qué manga de catequistas cretinos y literatos. Cuánto miedo y cuánto convencionalismo. Es lo que no le perdono al viejo Mann, esa payasada del fuego frío y los gemidos. Claro que él era un clásico y debía preservar la tradición; eso es lo peligroso de ser un clásico. (Pausa.) No hay castigo.

ESTEBAN

¿Cómo?

ÉL

No hay Castigo Eterno. No parrillas. No fuego helado.

ESTEBAN

Entonces…

ÉL

Entonces un corno. No hay castigo en el sentido tradicional, en el ominoso y elocuente sentido dantesco, ni, para ser precisos, en el oxidado sentido occidental cristiano. ¿Cómo puedo explicártelo? Hay un karma, una infalible y fría ley de las retribuciones. Sus operaciones son interiores, secretas y decisivas.

ESTEBAN

Lo que la abuela llamaba remordimiento, subproducto de la conciencia moral. Algo así como la justicia inmanente.

ÉL

Algo así como la Justicia Poética, hijito querido, sólo que atroz. Pero, antes de que me enoje, vamos a precisar los términos. Nada de moral ni de justicia. Sabrás que soy filólogo y lingüista; sabrás que, en cierto modo, mi entera existencia depende de una debatida cuestión semántica, aquello del astro matutino o estrella rutilante, Lucifer, hijo de la aurora, desmoronado por el suelo a causa de su soberbia. Soy, aunque autodidacta, una autoridad en materia de palabras. Así que nada de moral ni de justicia, inmanente o no. La moral es un basurero donde todos los decaídos, malformados, incumplidos y pestilentes excretan la mala digestión de su conciencia para que las Personas de Bien vayan y coman. Y la justicia es una mascarita inconstante, inconsistente, errabunda, caprichosa, olvidadiza, evasiva, más bien putilla, y limitada humanamente por la muerte. Karma es horrenda como una Mantis Religiosa platónica, enorme e inevitable como la fatalidad; impasible, infalible e incorruptible…

ESTEBAN

Como Dios.

ÉL

Como tu abuela. Y te hago notar que si persistís en esa maníaca tendencia a la teología escolástica te abandono para siempre en este pasillo. La condenación, ahijadito querido, el Infierno, el castigo, está en vos. Como el man; en la vaina, como el whisky en esa botella. Como la perla en la ostra desdichada y luminosa que por azar engendró una perla y debe pagar por ella con la vida. Karma es in potentia; está latente y al acecho, como tu alcoholismo de los próximos trece años, para expresarlo de manera profética e inexplicable, según se mire. El Infierno está en Esteban como Esteban ya está en el Infierno. Es Esteban. Pero, ¿cómo decirlo sin confundirte o alarmarte? Sobre todo es más que Esteban. Con tu permiso. (Saca un librito del bolsillo del gabán, se cala unos lentes redondos, busca parsimoniosamente una página. Está apoyado, con las piernas cruzadas, en una baranda de madera que, por alguna razón, da a la sala de la fiesta. Esteban comprueba, sin ningún asombro, que el astrólogo no sólo está apoyado en esta baranda sino también allá abajo, discutiendo animadamente con el padre Cherubini. No se ve por ninguna parte a Graciela, tampoco al adolescente de mirada sombría.) ¿Me viste allá? Diabolus ubique, pero no te me distraigas con el mundo fenoménico, estamos en el ombligo mismo de la cosa-en-sí. Sobre todo, decíamos, Karma es más que Esteban. (Hojeando el librito.) Esteban es pequeño, envalentonado y efímero; ella es grande, imperturbable y eterna.

ESTEBAN

Por favor, no digamos disparates. Hace unos minutos no había castigo eterno, ni siquiera había eternidad.

ÉL

No en el sentido tradicional, pierrot. No como en el catecismo o en el inmueble de Parménides. Ni tampoco como en la espeluznante calesita de nuestro tremendo bigotudo de Sils María. Ni como en los ciclos brahamánicos ni, para resumir, de ninguna manera que hayas oído hasta conocerme a mí. Karma es eterna porque el hombre es eterno mientras vive. Eterno como la Efímera, volátil que te preocupa tanto. Como el nadita aquella de la isla de Poe: la que se extinguía y daba vueltas y vueltas en un atardecer liliputiense. Como cualquier cosa microcósmica o titánica que tenga conciencia de que existe. ¿No te das cuenta? Basta negar la vida después de la muerte para ser eterno. Lo único que hay es la plena certidumbre de existir ahora y aquí, con ese cuerpo y con esa memoria. Y ahora es siempre. Fue ayer y será mañana, suponiendo que mañana amanezca. Hasta en la agonía se tiene conciencia de estar vivo, hasta en el momento de tragarse el raticida. Nadie siente su muerte, como nadie sabe que duerme. Sabemos que hemos dormido porque recordamos los sueños o las vueltas que dimos en la cama; vale decir, porque nos despertamos. Morir del todo y para siempre, sin conciencia de haber sido algo, es lo mismo que ser eterno. Es ser eterno ahora.

ESTEBAN

No estoy seguro de experimentar una gran consolación. La perspectiva tradicional me hacía sentir mejor.

ÉL

¿Las arpas? ¿La contemplación cara a cara? ¿El videmus nunc per speculum et in aenigmate? No descartamos la posibilidad. Sólo que, como diría Custodio, rari nantes in gurgite vasto, ya estamos embarcados en otra secuencia de la fatalidad y no hay tu tía. ¿O tal vez debo recordarte que tu pregunta era sobre la naturaleza del Infierno?

ESTEBAN

Que, planteado así, ha vuelto a ser eterno.

ÉL

(Ecuánime.) Planteado así, sí. Y planteado a la manera antigua, también. Sólo que, a la manera antigua, admitía el cielo. Bastaba arrepentirse, y a soplar la cornamusa. Karma paga y cobra sus cuentas aquí abajo, y no hay arrepentimiento que valga. Nada perdona y nada se le escapa. Ni una veleidad, ni un abandono, ni un sueño culpable, ni una bufonada. Y de ningún modo te juzga desde tu ignorancia presente, sino desde el punto más alto de tu conciencia ética. Un ejemplo mínimo, ¿recordamos la alegría victoriosa de aquel cascotazo que dejó tullido a un inocente pajarito, allá en la edad dorada? ¿Fue un hondazo certero o un acto criminal? No hables, no te defiendas. Apechugue a lo varón, hijo de puta. El niño candoroso de excelente puntería sigue riendo en el pasado. Es inocente. Pero, ¿cuánto duró la inocencia, la irresponsabilidad, la cristalina risa pueril? Lo que dura el perfume de un jazmín en la palma de la mano que lo corta, lo que dura un camote en el hocico de un chancho. Nada, menos que nada. Porque el niño, inmediatamente atacado de Karma, infernalizado para siempre, condenado al fuego eterno por asesino de pajaritos, supo que más le valiera no haber nacido. Soñó esa noche, tuvo fiebre. Sueña todavía. Tendrá pesadillas con ratas y verá aguavivas al borde de su cama, pero nada será peor que esa ala rota, que esa derrengada vida mínima.

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