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27

Kate se había acostado pero le resultaba imposible conciliar el sueño. Por el techo del dormitorio desfilaban una serie de imágenes a cual más terrorífica. Miró el reloj despertador. Las tres de la madrugada. Por el hueco de las persianas entreabiertas veía la oscuridad exterior. La lluvia golpeaba contra el cristal. El ruido, en otras ocasiones tranquilizador, ahora sólo aumentaba su dolor de cabeza.

No se movió cuando sonó el teléfono. Sentía los miembros tan pesados que no se veía con ánimo de moverlos, como si se hubieran quedado sin sangre. Por un instante pensó que había sufrido un infarto. Por fin, al quinto timbrazo, levantó el auricular.

– ¿Sí? -Le temblaba la voz, no tenía voluntad ni para hablar. -Kate, necesito ayuda.

Cuatro horas más tarde estaban sentados en el salón del pequeño local de comidas en Founder’s Park, el lugar de su primer encuentro después de muchos años de separación. El tiempo había empeorado. La nevada era tan fuerte que casi no circulaban coches y caminar era un aventura de locos.

Kate miró a Jack. Se había quitado la capucha, pero la gorra de lana, la barba de varios días y las gafas con unos cristales gruesos como culo de botella desfiguraban tanto sus facciones que Kate le miró dos veces antes de reconocerlo.

– ¿Estás segura de que nadie te siguió? -preguntó Jack, ansioso.

El vapor de la taza de café molestaba la visión de Kate, pero así y todo ella veía la tensión en el rostro del hombre. Tenía los nervios a flor de piel.

– Hice lo que me dijiste. El metro, dos taxis y el autobús. Si alguien me siguió con este tiempo, es que no es humano.

– Por lo que he visto es probable que no lo sean -contestó Jack que dejó la taza de café después de beber un trago.

No había mencionado el nombre del punto de encuentro en la llamada. Daba por hecho que ellos lo escuchaban todo, que vigilaban a cualquiera relacionado con él. Sólo había mencionado el lugar de costumbre, en la confianza de que Kate le entendería, y ella le había entendido. Jack miró a través de la ventana. Cada peatón era una amenaza. Le deslizó un ejemplar del Post . La primera plana lo explicaba todo. Jack había temblado de furia cuando la leyó.

Seth Frank sufría una conmoción cerebral y según un portavoz del hospital universitario George Washington, su estado era estacionario. El mendigo, todavía sin identificar, no había tenido tanta suerte. En un recuadro se hablaba de Jack Graham, el asesino múltiple. Kate le miró cuando acabó de leer.

– Tenemos que mantenernos en movimiento -dijo Jack; acabó el café y salieron del local.

Un taxi les dejó delante del motel de Jack en las afueras del casco antiguo de Alexandria. Jack miró a izquierda y derecha, y después atrás mientras iban a la habitación. Cerró la puerta con llave y echó el pasador antes de quitarse la gorra y las gafas.

– Jack, lamento verte involucrado en este asunto. -Kate se estremeció con tanta fuerza que Jack se dio cuenta desde el otro extremo de la habitación. Se apresuró a abrazarla y la mantuvo contra su pecho hasta que sintió cómo se relajaba su cuerpo.

– Me ligué a este asunto porque quise. Ahora sólo tengo que desligarme. -Intentó sonreír, pero no sirvió para disminuir el miedo que sentía Kate; el terrible temor de verle muerto como su padre.

– Te dejé una docena de mensajes en el contestador automático.

– No tuve ocasión de escucharlos, Kate. -Jack dedicó la media hora siguiente al relato de los hechos ocurridos en los últimos días. La mirada de Kate reflejó el horror que la dominaba con cada nueva revelación.

– ¡Dios mío!

Permanecieron en silencio por un instante.

– Jack, ¿tienes alguna idea de quién está detrás de todo esto?

Jack negó con la cabeza, y el movimiento le hizo soltar un gemido.

– Hay montón de cosas sueltas que me bailan por la cabeza pero nada concreto. Espero que la situación cambie. Y pronto.

La finalidad con que pronunció esta última palabra a Kate le sentó como una bofetada. Los ojos se lo revelaron. El mensaje era claro. A pesar de los disfraces, las precauciones en los desplazamientos, a pesar de todo su empeño por evitarlo, ellos le encontrarían. La poli o las personas que intentaban matarlo. Solo era una cuestión de tiempo.

– Pero ahora ya tienen lo que buscaban. -La voz de Kate se apagó mientras le dirigía una mirada de súplica.

Él se acostó en la cama, y estiró los miembros exhaustos. Le parecía que no eran suyos.

– No es algo en lo que pueda confiar siempre, Kate. -Se sentó en la cama y contempló la habitación. El cuadro barato de Jesús colgado en la pared. No le vendría mal una dosis de intervención divina. Le bastaría con un milagro.

– Tú no mataste a nadie, Jack. Dijiste que Frank lo tenía claro. Los polis de Washington acabarán por llegar a la misma conclusión.

– ¿Lo crees? Frank me conoce, Kate. Me conoce y todavía escucho la duda en su voz cuando hablamos la primera vez. Encontró el vaso, pero no hay ninguna prueba de que alguien manipulara el vaso o el arma. Por otro lado tienen una prueba válida que me señala como autor de dos asesinatos. Tres si cuentas el de anoche. Mi abogado me recomendaría negociar un trato de veinte años a cadena perpetua con la posibilidad de conseguir la libertad condicional. Yo se lo recomendaría a cualquier cliente. Si voy a juicio no tengo nada para defenderme. Sólo un montón de conjeturas que pretenden ligar a Luther, a Walter Sullivan y a todos los demás en una conspiración, y en esto estarás de acuerdo, de proporciones monumentales. El juez se reirá en mis narices. El jurado nunca me escuchará. Aunque en realidad no hay nada que escuchar.

Se levantó para apoyarse en la pared con las manos en los bolsillos. No miró a Kate. El pesimismo sobre sus perspectivas a corto y largo plazo se reflejaba claramente en su rostro.

– Moriré de viejo en la cárcel, Kate. Eso, si tengo la suerte de llegar a viejo, algo que, en estos momentos, pongo en duda.

Kate se sentó en la cama, con las manos sobre la falda. Un gemido sordo brotó de su garganta mientras se hundía en la desesperación, como una piedra arrojada en aguas turbulentas.

Seth Frank abrió los ojos. Al principio sólo vio manchas. En su mente veía algo parecido a una gran tela blanca sobre la que habían lanzado unos cuantos litros de pintura negra, blanca y gris para formar un pastiche que enfermaba al espectador. Al cabo de unos momentos comenzó a distinguir los contornos de la habitación del hospital con los cromados, las ángulos bruscos y el blanco brillante. Cuando intentó levantarse, una mano firme se lo impidió.

– No, no, teniente. No tenga tanta prisa.

Frank vio el rostro de Laura Simon. La sonrisa de la mujer no alcanzaba a disimular del todo las arrugas de preocupación alrededor de los ojos. Su suspiro de alivio sonó con toda claridad.

– Su esposa acaba de marcharse para atender a los niños. Pasó aquí toda la noche. Le dije que en cuanto se fuera usted se despertaría.

– ¿Donde estoy?

En el hospital George Washington. Veo que tuvo la precaución de buscar un lugar cercano a un hospital para que le rompieran el craneo. -Simon se inclinó sobre la cama para que Frank no tuviera que mover la cabeza. Él la miró-. Seth, ¿recuerda lo que pasó?

Frank pensó en la noche pasada. ¿Era la noche pasada?

– ¿Qué día es hoy?

– Jueves.

– Entonces ocurrió anoche.

– Alrededor de las once. Esa fue la hora en que le encontraron. Y también al otro tipo.

– ¿El otro tipo? -Frank hizo un movimiento brusco y sintió un dolor intenso en el cuello.

– Tranquilo, Seth. -Laura acomodó una almohada debajo de la cabeza del teniente-. Había otro tipo. Un mendigo. Todavía no le han identificado. El mismo tipo de golpe en la nuca. Murió en el acto. Usted tuvo suerte.

Frank se tocó las sienes con mucha precaución. No se sentía tan afortunado.

– ¿Alguien más?

– ¿Qué?

– ¿Si encontraron a alguien más?

– Ah, no. Pero no se creerá lo que le voy a decir. ¿Recuerda al abogado que vio la cinta de vídeo con nosotros?

– Sí. Jack Graham. -Frank se puso tenso.

– El mismo. El tipo mató a dos personas en la firma donde trabaja y después le vieron salir corriendo de la estación del metro a la misma hora en que le aporrearon a usted y al otro tipo. Es una pesadilla ambulante. Pensar que parecía míster América.

– ¿Le han encontrado? ¿A Jack? ¿Están seguros de que escapó?

– Salió de la estación del metro si es lo que pregunta. -Laura le miró intrigada-. Pero sólo es una cuestión de tiempo. -Miró a través de la ventana y cogió su bolso-. Los polis de Washington quieren hablar con usted cuanto antes.

– No creo que pueda ayudarles mucho. No recuerdo gran cosa, Laura.

– Amnesia temporal. No tardará en recordarlo todo. -Se puso la chaqueta-. Alguien tiene que vigilar el condado de Middleton para que los ricos y famosos vivan tranquilos mientras usted se da la gran vida. -Sonrió-. No se acostumbre a esto, Seth. Nos molestaría mucho tener que contratar a un nuevo detective.

– ¿Dónde encontrarán a alguien tan agradable como yo?

– Su esposa volverá dentro de unas horas -contestó Laura, que rió con ganas-. Necesita descansar. -Caminaba hacia la puerta cuando se dio la vuelta para hacerle otra pregunta-: Por cierto, Seth,¿qué hacía en la estación de Farragut West a esa hora de la noche?

Frank tardó en responder. No tenía amnesia. Recordaba los sucesos de la noche con toda claridad.

– ¿Seth?

– No estoy seguro, Laura. -Cerró los ojos por un momento-. Sencillamente, no lo recuerdo.

– No se preocupe, recuperará la memoria. Mientras tanto, ellos cogerán a Graham. Eso permitirá aclararlo todo.

Laura se marchó, pero el teniente no aprovechó la soledad para descansar. Jack estaba ahí fuera. Con toda seguridad, al principio habría pensado que Frank le había tendido una trampa, aunque si Jack había leído los periódicos ya sabría que el detective había caído en la trampa preparada para el abogado.

Ahora ellos tenían el abrecartas. Eso era lo que contenía la caja. No podía ser otra cosa. Y, sin esa prueba, ¿cómo pillarían a esa gente?

Frank repitió el intento de levantarse. Tenía la aguja del suero insertada en un brazo. La presión en la cabeza le obligó a tenderse en el acto. Tenía que salir del hospital, ponerse en contacto con Jack. En estos momentos no sabía cómo conseguir ninguna de las dos cosas.

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