Seth Frank miró al viejo. Bajo, con una gorra de fieltro en la cabeza, pantalones de pana, un suéter grueso y botas de invierno, el hombre parecía inquieto y muy excitado por estar en una comisaría. En la mano llevaba un objeto rectangular envuelto en papel marrón.
– No acabo de entenderle, señor Flanders.
– Verá, yo estaba allí. El día aquel, en el tribunal. Ya sabe, cuando mataron al hombre. Sólo fui a ver de qué iba todo aquel escándalo. Vivo allí desde que nací. Nunca vi nada parecido, se lo aseguro.
– Eso lo entiendo -señaló Frank, con un tono seco.
– Yo tenía mi Camcorder nueva, canela fina, tiene una pantalla visor y toda la pesca. No tienes más que aguantar, mirar y rodar. Algo de primera. Así que la parienta dijo que viniera.
– Eso está muy bien, señor Flanders. ¿Y cuál es el motivo de su visita? -Frank le miró esperando una respuesta sensata.
La expresión en el rostro de Flanders demostró que había comprendido qué se esperaba de él.
– Oh, disculpe, teniente. Aquí estoy charlando por los codos, tengo tendencia a hacerlo, pregúnteselo a la parienta. Me jubilé hace un año. Nunca hablaba mucho en el trabajo. Trabajaba en una cadena de montaje. Ahora me gusta hablar. También me gusta escuchar. Me paso horas en aquel café que está detrás del banco. El café es bueno y sirven unos bollos estupendos bien cargados de mantequilla.
Frank le miró impaciente. Flanders se dio prisa.
– Verá, vine para mostrarle esto. En realidad, para dárselo. Yo tengo una copia, desde luego. -Le alcanzó el paquete.
Frank lo abrió. Miró la cinta de vídeo.
Flanders se quitó la gorra; era calvo y tenía unos mechones como trozos de algodón sobre las orejas.
– Como le dije, filmé algunas tomas muy buenas. Del presidente y del tipo cuando lo matan. Lo tengo todo. Claro que sí. Verá, yo seguía al presidente. Me metí justo en medio de todo el follón.
Frank miró al hombre.
– Ahí está todo, teniente. A ver si le sirve. -Miró la hora-. Vaya, debo irme. Llego tarde a comer. A la parienta no le gusta que llegue tarde. -Caminó hacia la puerta. Frank miró la cinta-. Ah, teniente, una cosa más.
– Sí.
– Si sacan algo de provecho de mi cinta, ¿cree que mencionarán mi nombre cuando escriban sobre ella?
– ¿Escribir sobre qué?
– Sí, ya sabe, los historiadores -contestó el viejo entusiasmado-. Quizá la llamen la cinta Flanders o algo así. O el vídeo Flanders. Ya sabe, como la otra vez.
– ¿Como la otra vez? -Frank se masajeó las sienes.
– Sí, teniente. Ya sabe, como Zapruder con Kennedy.
Por fin, Frank entendió lo que intentaba decir el hombre.
– Me encargaré de mencionar su nombre, señor Flanders. Por si acaso, para la posteridad.
– Eso es. -Radiante de orgullo, Flanders le señaló con un dedo-. Posteridad, me gusta la palabra. Que pase un buen día, teniente.
– ¿Alan?
Richmond con un ademán ausente le indicó a Russell que entrara y después continuó con la lectura de las notas en su libreta. Al cabo de unos momentos, cerró la libreta y miró a la jefa de gabinete con una mirada impasible.
Russell vaciló, observó la alfombra, con la manos cruzadas delante de ella. Después cruzó la habitación a paso rápido y se dejó caer más que sentarse en una de las sillas.
– No sé muy bien qué decir, Alan. Comprendo que no hay excusas para mi comportamiento, algo absolutamente inapropiado. Si pudiese, alegaría locura temporal.
– Entonces, ¿no tienes intención de justificarlo diciendo que fue en favor de mis intereses? -Richmond se reclinó en el sillón, sin desviar la mirada de Russell.
– No lo haré. Estoy aquí para presentar mi renuncia.
– Quizá te he subestimado, Gloria -comentó el presidente con una sonrisa. Dejó el sillón, rodeó el escritorio y se apoyó contra el mueble, delante de la mujer-. Aunque no lo creas, tu comportamiento fue el más apropiado. Yo, en tu lugar, habría hecho lo mismo.
Russell le miró con una expresión de asombro.
– No me malinterpretes, Gloria. Espero lealtad como haría cualquier otro ser humano. Sin embargo, no espero que los seres humanos sean algo más que eso, me refiero a humanos, con todas las debilidades e instintos de supervivencia que eso conlleva. Después de todo, somos animales. He conseguido mi posición en la vida sin perder nunca de vista el hecho de que la persona más importante en el mundo soy yo mismo. En cualquier situación, ante cualquier obstáculo, nunca he olvidado ese principio básico. Lo que hiciste aquella noche demuestra que tú compartes la misma creencia.
– ¿Sabes lo que pretendía?
– Desde luego, Gloria. No te condeno por haber intentado sacar el máximo de provecho de aquella situación. Caray, es la base sobre la que se sustenta la nación y esta ciudad en particular.
– Pero cuando Burton te dijo…
El presidente alzó una mano para interrumpirla.
– Admito que aquella noche sentí ciertas emociones. Quizá la traición era la más fuerte. Pero desde entonces, he llegado a la conclusiónde que tú demostraste tu fuerza, y no la debilidad, de carácter.
– ¿Debo pensar que no quieres mi renuncia? -preguntó la jefa de gabinete mientras se esforzaba por entender en qué acabaría todo aquello.
– Ni siquiera recuerdo que hayas mencionado la palabra, Gloria, -Se inclinó para coger una de sus manos-. En ningún momento se me ha pasado por la cabeza interrumpir nuestra relación después de haber llegado a conocernos tan bien. No hablemos más del asunto, ¿de acuerdo?
Russell se levantó dispuesta a marcharse. El presidente volvió a su sillón.
– Ah, Gloria, quiero repasar una serie de temas contigo esta noche. La familia está de viaje. Así que quizá trabajaremos en mis habitaciones. -La jefa de gabinete le miró-. Quizá se nos haga la madrugada. Trae ropa para cambiarte. -El presidente no sonrió. Su mirada pareció atravesar el cuerpo de la mujer. Después volvió a su trabajo.
A Russell le temblaban las manos mientras cerraba la puerta.
Jack aporreó la puerta con tanta fuerza que se hizo daño en los nudillos. El ama de llaves abrió la puerta y Jack pasó junto a ella sin darle oportunidad de abrir la boca.
Jennifer Baldwin bajó las escaleras y cruzó el vestíbulo. Llevaba un elegante vestido de noche muy escotado, y el pelo le caía sobre los hombros. Su expresión era seria.
– Jack, ¿qué haces aquí?
– Quiero hablar contigo
– Jack, voy a salir. Tendrás que esperar.
– ¡No! -Él la sujetó de una mano, miró a su alrededor, abrió la puerta que tenía más cerca y la arrastró a la biblioteca. Jennifer apartó la mano.
– ¿Te has vuelto loco, Jack?
Él miró la habitación con las estanterías hasta el techo llenas de libros encuadernados en cuero y lomos dorados. Sólo servían de muestra, nadie los había abierto. No eran más que parte del decorado.
– Sólo quiero que me respondas a una pregunta y después me iré.
– Jack…
– Una pregunta. Y después me iré.
La joven le miró con suspicacia; cruzó los brazos.
– ¿De qué se trata?
– ¿Llamaste o no a mi firma y les dijiste que despidieran a Barry Alvis porque me hizo trabajar la noche que estuvimos en la Casa Blanca?
– ¿Quién te lo dijo?
– Sólo responde a la pregunta, Jenn.
– Jack, ¿por qué es tan importante?
– ¿Entonces hiciste que le despidieran?
– Jack, quiero que dejes de pensar en eso y pienses más en nuestro futuro. Si…
– ¡Responde a la puñetera pregunta!
– ¡Sí! -gritó Jennifer-. Sí, hice que despidieran a ese cretino. ¿Y qué? Se lo merecía. Te trató como a un subalterno. Y se equivocó. Él no era nada. Jugó con fuego y se quemó. No siento ninguna pena por él. -Jennifer le miró sin una pizca de remordimiento.
En cuanto escuchó la respuesta que va se esperaba, Jack se sentó en una silla y miró el gran escritorio al otro extremo de la habitación. El sillón de respaldo alto miraba hacia el otro lado. Contempló los óleos originales colgados en las paredes, las ventanas enormes con unas cortinas que debían valer una fortuna, el trabajo de marquetería, las esculturas de metal y mármol. El techo estaba pintado con una legión de personajes medievales. El mundo de los Baldwin. Se lo podían meter donde les cupiera. Cerró los ojos.
Jennifer se echó hacia atrás el pelo, y miró a su prometido, un tanto angustiada. Por un momento, vaciló. Después se acercó a él, se arrodilló a su lado y le tocó el hombro. Él se sintió envuelto por el aroma de su perfume. La muchacha le habló en voz baja, con la boca casi pegada a su oreja.
– Jack, te lo dije antes, no tienes que aguantar esa clase de comportamientos. Ahora que se ha acabado ese ridículo caso de asesinato podemos continuar con nuestras vidas. Nuesta casa está lista, es algo fantástico, de veras. Y tenemos que acabar con los preparativos de la boda. Cariño, ahora todo puede volver a la normalidad. -Le tocó el rostro, lo volvió hacia ella. Jennifer le dedicó su mirada más seductora y después le besó con ansiedad, y cuando apartó los labios lo hizo muy lentamente. Sus ojos buscaron los de Jack. No encontró lo que buscaba.
– Tienes razón, Jenn. Se acabó el ridículo caso de asesinato. Le volaron los sesos a un hombre al que respetaba y quería. Caso cerrado, es hora de pasar a otra cosa. Tengo que amasar una fortuna.
– Sabes qué quiero decir. Nunca tendrías que haberte implicado en ese asunto. No era tu problema. Si no hubieras cerrado los ojos te habrías dado cuenta de que estaba por debajo de ti.
– Y también molesto para ti, ¿no?
Jack se puso de pie. Estaba agotado más que cualquier otra cosa.
– Que disfrutes de una vida muy hermosa, Jenn. Te diría que ya nos veremos pero de verdad que no me lo imagino. -Se dirigió haciala puerta, pero ella le cogió de la manga.
– Jack, por favor, ¿puedes decirme qué hice que es tan terrible?
Él vaciló por un instante y entonces se enfrentó a ella.
– ¿Y encimas lo preguntas? ¡Joder! -Sacudió la cabeza, cansado-. Cogiste la vida de un hombre, Jenn, un hombre al que ni siquiera conocías y la destrozaste. ¿Por qué lo hiciste? Porque algo que él hizo te «molestó». Así que borraste de un plumazo diez años de su carrera. Con una llamada. Sin pensar en lo que podía pasarle a él, a su familia. Podía haberse volado la cabeza, su mujer podía haberle pedido el divorcio. Para ti eso no tenía la menor importancia. Ni siquiera pensaste en ello. La conclusión final es que yo no puedo amar, no puedo pasar mi vida con alguien capaz de hacer algo así. Si no lo comprendes, si de verdad piensas que no hiciste nada malo, eso es razón más que suficiente para que nos digamos adiós ahora mismo. Es mucho mejor que hablemos de las diferencias irreconciliables antes del matrimonio. Así evitaremos a todo el mundo un montón de problemas y pérdidas de tiempo. -Abrió la puerta y sonrió-. Todos los que conozco seguramente dirán que estoy loco por hacer esto. Que tú eres la mujer perfecta: rica, hermosa, inteligente, y tú lo eres, Jenn. Dirán que hubiéramos sido la pareja ideal. Que lo teníamos todo. ¿Cómo no ibamos a ser felices? Pero la cuestión es que no podría hacerte feliz porque no me interesan las mismas cosas que a ti. No me interesan los millones en trabajo para la firma, ni las casas del tamaño de edificios de apartamentos o los coches que cuestan el sueldo de un año. No me gusta esta casa, no me gusta tu estilo de vida, no me gustan tus amigos. Y puestos a decir, tampoco me gustas tú. Probablemente soy el único hombre del planeta que diría eso. Pero soy un tipo bastante simple, Jenn, y la única cosa que no haría sería mentirte. No nos engañemos, dentro de un par de días una docena de tipos que te convienen mucho más que Jack Graham llamarán a tu puerta. No estarás sola.