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– Joder, Bill, no tendría que haberlo hecho. Dijo que no se entrometería en la investigación. Coño, tendría que meterlo en la cárcel. Eso le haría quedar de maravilla con su jefe. -Seth Frank cerró el cajón de un golpe y se levantó, furioso con el hombretón que tenía delante.

Bill Burton dejó de pasearse arriba y abajo y se sentó. Ya esperaba la bronca.

– Tiene razón, Seth. Pero, caray, fui poli durante mucho tiempo. Usted no estaba disponible. Me acerqué hasta allí sólo para echar una ojeada. Vi a una tía que entraba. ¿Usted qué hubiese hecho?

Frank no respondió.

– Mire, Frank, puede darme una patada en el culo, pero se lo digo, compañero, esta mujer es nuestro comodín. Con ella cogeremos al tipo.

La expresión de Frank se relajó, poco a poco se calmó su furia.

– ¿De qué habla?

– La chica es la hija. Su adorada hija. De hecho la única hija. Luther Whitney ha estado tres veces en la cárcel, es un ladrón profesional que al parecer mejoró con los años. La esposa acabó por divorciarse de él, no le soportaba más. Cuando comenzaba a rehacer su vida, se murió de cáncer.

Hizo una pausa.

– Continúe -le pidió Seth Frank que ahora era todo oídos.

– Kate Whitney se sintió destrozada por la muerte d la madre. A su modo de ver resultado de la traición del padre. Se sintió tan destrozada que rompió toda relación con su padre. No sólo eso, sino que se licenció en abogacía y después entró a trabajar como una de las fiscales de la mancomunidad, donde disfruta de la fama de ser implacable, sobre todo en los delitos contra la propiedad: robos, hurtos. Siempre pide la máxima para esos tipos. Y por lo general lo consigue.

– ¿De dónde diablos consiguió toda esta información?

– Unas cuantas llamadas a las personas adecuadas. A la gente le gusta hablar de las desgracias ajenas, les hace sentir que sus propias vidas no son tan malas cuando en realidad no es así.

– ¿Y de qué nos sirve todo este follón familiar?

– Seth, piense en las posibilidades. La chica odia a su viejo. Lo odia con O mayúscula y subrayada.

– Lo que propone es utilizarla de cebo. Pero, ¿cómo lo hacemos si no tienen ningún trato?

– Ahí está la trampa. Según todas las versiones, el odio y el rencor son algo exclusivamente de ella. No de él. El padre la adora. La quiere más que nada en el mundo. Hasta tiene un maldito relicario de fotos de ella en el dormitorio. Se lo digo, el tipo está a punto para esto.

– Sí, y para mí es un sí muy grande, si ella está dispuesta a cooperar, ¿cómo se pondrá en contacto con él? Desde luego, el tipo no va a estar pegado al teléfono de su casa esperando que le llamen.

– No, pero me juego la cabeza que escucha los mensajes. Tendría que ver la casa. El tipo es muy ordenado, todo está en su lugar, incluso debe pagar las facturas por anticipado. Y no tiene ni puñetera idea de que vamos a por él. Al menos por ahora. Seguro que escuchalos mensajes una o dos veces al día. Como una medida de precaución.

– ¿Así que ella le deja un mensaje, concerta un encuentro y nosotros le pillamos?

Burton se levantó, sacó dos cigarrillos del paquete y le dio uno al detective. Se tomaron un momento para encenderlos.

– Yo lo veo así, Seth. A menos que usted tenga una idea mejor. -Todavía tenemos que convencerla. Por lo que dice, ella no parece estar muy dispuesta.

– Pienso que debe hablar con ella. Sin que yo esté presente. Quizá fui demasiado duro. Tengo tendencia a propasarme.

– Lo haré mañana por la mañana. -Frank se puso el abrigo y el sombrero-. Escuche, Bill, no pretendía meterle una bronca.

– Claro que sí -replicó Burton, con una sonrisa-. Yo, en su lugar, hubiese hecho lo mismo.

– Le agradezco la ayuda.

– A mandar.

Seth se dirigió a la salida.

– Eh, Seth, un pequeño favor para un ex poli plasta.

– ¿De qué se trata?

– Invíteme al arresto. Quiero verle la cara cuando le pillen.

– Hecho. Le llamaré después de hablar con ella. Este poli se va a casa con la familia. Le recomiendo que haga lo mismo, Bill.

– En cuanto acabe de fumar me largo.

Frank se marchó. Burton acabó de fumar sin darse ninguna prisa y apagó la colilla en el resto de café que quedaba en el vaso de plástico.

Podía haber ocultado el nombre de Whitney. Decirle a Frank que el fbi no había podido identificar la huella. Pero hubiese sido una jugada peligrosa. Si Frank se enteraba, y el detective podía saberlo a través de un centenar de fuentes, Burton quedaría al descubierto. Sólo la verdad podría explicar el engaño, y eso era algo que no era posible. Además, Burton necesitaba a Frank para conocer la identidad de Whitney. El plan del agente secreto se basaba en que el policía encontrara al ex convicto. Encontrarlo, sí; arrestarlo, no.

Burton se puso el abrigo. Luther Whitney. El lugar equivocado, el momento equivocado, la gente equivocada. Bueno, al menos no se enteraría. Ni siquiera oiría el disparo. Habría muerto antes de que las sinapsis se lo avisaran al cerebro. Así estaban las cosas. Unas veces a favor y otras en contra. Ahora, si se le ocurría cómo dejar segura la posición del presidente y de la jefa de gabinete podría irse a dormir tranquilo. Pero eso estaba fuera de su alcance.

Collin aparcó el coche calle abajo. Las pocas hojas multicolores que quedaban en los árboles cayeron suavemente sobre él arrastradas por la brisa. Iba vestido de modo informal: vaqueros, jersey de algodón y una cazadora de cuero. No había ningún bulto debajo de la cazadora. El pelo húmedo de la ducha. Los zapatos sin calcetines. Tenía el aspecto de un estudiante que va a la biblioteca para quedarse a estudiar hasta tarde, o dispuesto a irse de discotecas después de jugar el partido del sábado por la tarde.

Mientras caminaba hacia la casa comenzó a inquietarse. No esperaba la llamada. La voz de ella le había sonado normal, sin tensión ni enfado. Según Burton, se lo había tomado bastante bien dadas las circunstancias. Pero él sabía lo duro que Burton podía llegar a ser y esto le preocupaba. Haberle dejado ir a la cita en su lugar no había sido muy inteligente de su parte. Claro que había mucho en juego. Burton le había abierto los ojos.

Tocó el timbre, la puerta se abrió en el acto y él entró. Se volvió en el momento que se cerraba la puerta y allí estaba ella, vestida con un salto de cama blanco que era demasiado corto y demasiado ceñido en los puntos importantes. Gloria se puso de puntillas para besarle en los labios. A continuación, le cogió de la mano y le llevó hacia el dormitorio.

Ella le indicó con un ademán que se tendiera en la cama. De pie delante de Tim desató las cintas de la prenda transparente y dejó que cayera al suelo. Después se quitó las bragas. Él intentó levantarse, pero ella se lo impidió con delicadeza.

Se montó lentamente sobre el hombre, y pasó los dedos entre sus cabellos. Deslizó una mano sobre la bragueta y le rascó el pene con las uñas a través de la tela. Él casi gritó al sentir el miembro apretado por los pantalones. Una vez más él intentó tocarla pero Gloria le retuvo. Le desabrochó el cinturón y le quitó los vaqueros que cayeron al pie de la cama. Después le liberó el miembro que se alzó como un resorte y ella lo acogió entre las piernas, apretándolo muy fuerte entre los muslos.

Gloria le rozó los labios con los suyos y luego apoyó la boca contra la oreja.

– Tim, me deseas, ¿no es así? Estás loco por follarme, ¿verdad? Él respondió con un gemido y la sujetó por las nalgas, pero ella le apartó las manos en el acto.

– ¿No es así?

– Sí.

– La otra noche yo también te deseaba. Y entonces apareció él. -Lo sé, y lo siento. Hablamos y…

– Sí, me lo dijo. Me comentó que no le dijiste nada sobre nosotros. Que eres un caballero.

– No era asunto suyo.

– Así es, Tim. No era asunto suyo. Y ahora quieres follarme, ¿verdad?

– Sí, Gloria, sí.

– Tanto que no aguantas más.

– Estoy a punto de reventar, te lo juro, a punto de reventar.

– Follas tan bien, Tim, follas tan bien.

– Venga, cariño, venga. Está vez será increíble.

– Lo sé, Tim. No hago otra cosa que pensar en hacer el amor contigo. Lo sabes, ¿verdad?

– Sí. -Collin sentía tanto dolor que se le saltaban las lágrimas. Ella le lamió las lágrimas, casi con ganas de echarse a reír.

– ¿Y estás seguro de que me deseas? ¿Absolutamente seguro?

– ¡Sí!

Collin lo presintió antes de que la mente registrara el hecho. Fue como una ráfaga de viento helado.

– Vete.

Lo dijo sin prisa, con premeditación, como si lo hubiese ensayado hasta conseguir el tono preciso, la inflexión correcta. Ella se apartó pero sin dejar de apretarle el miembro hasta que se escapó entre las rodillas.

– Gloria.

Recibió el golpe de los vaqueros en la cara mientras permanecía tumbado en la cama. Cuando los apartó, ella se había tapado con una bata.

– Sal de mi casa. Ahora.

Él se vistió a la carrera, avergonzado, ante la mirada de Gloria. Ella le siguió hasta la puerta principal, la abrió y en el momento en que él ya salía le dio un empujón y cerró dando un portazo.

Collin miró atrás por un instante; se preguntó si ella reía o lloraba detrás de la puerta o permanecía impasible. No había pretendido hacerle daño. Era obvio que la había avergonzado. No tendría que haberlo hecho de aquella manera. Ella, desde luego, se había vengado de la vergüenza, llevándole hasta el umbral de la eyaculación, manipulándole como si se tratara de un experimento de laboratorio, para después dejarle con un palmo de narices.

Pero mientras caminaba de regreso hacia el coche, el recuerdo de la expresión en el rostro de Gloria le hizo agradecer el final de su relación.

Por primera vez desde que trabajaba en la fiscalía de la mancomunidad, Kate llamó para decir que estaba enferma. Sentada en la cama y con la manta hasta el cuello, contemplaba el cielo gris a través de la ventana. Cada vez que había intentado levantarse, la imagen de Bill Burton aparecía ante ella como una enorme mole de granito que amenazaba con aplastarla.

Se deslizó por el colchón como si se metiera en una bañera de agua caliente, justo por debajo de la superficie donde no podía oír ni ver nada de lo que ocurría a su alrededor.

No tardarían en aparecer. Como le había pasado a su madre, tantos años atrás. Gente que entraba con prepotencia y hacía preguntas que la madre de Kate no podía responder. Buscaban a Luther.

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