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En consecuencia, no le quedó más alternativa que la de recurrir al último acercamiento que se le había ocurrido, aunque no estuviera seguro de que resultara efectivo. Había abusado de los sentimientos de Sophy para obligarla a hacer lo que él quería.

Vaya impresión la que Julián se llevó cuando la vio retroceder casi de inmediato en su determinación, ante la perspectiva de que su esposo podría poner en peligro su vida por un reto a duelo para defenderla. Realmente debía estar enamorada de él.

Ninguna otra emoción podría ser tan fuerte como para superar a la de su sentido del honor. Por el bien de él, Sophy había abandonado sus deseos de venganza.

Julián se sintió algo humillado ante la profundidad de los sentimientos de Sophy hacia él. No cabía duda de que la joven se había entregado a él…, que le pertenecía de un modo que hasta el momento le había parecido imposible.

Pero aunque esa realidad era gloriosa para él, Julián descubrió que Sophy debía de ser muy infeliz y que él era el causante directo. «Todo es tan injusto. Nada está resultando como yo planeé al aceptar casarme contigo.»

Y ahora, lo más importante era que probablemente, Sophy estaba embarazada. Se estremeció al recordar que una de las cosas que ella le había pedido era que no la presionara para ser madre de inmediato.

Julián se dejó caer más pesadamente en su silla, preguntándose si alguna vez podría reivindicar su imagen frente a los ojos de Sophy. En ese momento, te parecía que había hecho todo mal, desde un principio. «¿Qué debía hacer un hombre para convencer a su esposa de que era merecedor de su amor?», se preguntó. Era un problema que jamás había imaginado tener. Y después de todo lo sucedido entre él y Sophy, sería muy difícil resolverlo.

La puerta se abrió a sus espaldas, pero él no se volvió.

– Vete a acostarte, Guppy, y despide al personal por esta noche. Quiero quedarme un rato más aquí y no tiene sentido que os quedéis levantados por mí. Yo me encargaré de las velas.

– Ya he ordenado a Guppy y al personal que se retirasen por esta noche -dijo Sophy, cerrando suavemente la puerta.

Julián se quedó helado al escuchar la voz de ella. Apoyó la copa sobre la mesa y se puso de pie de inmediato para mirarla cara a cara. Se la veía muy delgada y frágil con ese vestido rosado, de cintura alta. Era difícil creer que pudiera estar embarazada, pensó Julián. Tenía el cabello recogido bien alto, con una cinta que ya empezaba a desatarse. La muchacha le sonrió.

– Pensé que estarías acostada a esta hora -le dijo él. Se preguntó de qué humor estaría. No estaba llorando, pero aparentemente tampoco venía a discutir, ni a regañarlo ni a suplicarle nada-. Tienes que estar descansada para emprender el viaje.

– Vine a despedirme, Julián. -Se detuvo frente a él, con los ojos luminosos.

Julián se sintió aliviado. Al parecer, no estaba en el mismo estado depresivo que horas atrás.

– Pronto me reuniré contigo -le prometió.

– Bien. Te echaré de menos. -Delineó los pliegues de la corbata con los dedos-. Pero no quiero que nos despidamos con rencores.

– Te aseguro que no hay rencor. Por lo menos, no de mi parte. Sólo quiero lo mejor para ti. Debes creer eso, Sophy.

– Lo sé. Sé que a veces te pones muy obstinado y arrogante, pero realmente creo que lo haces para protegerme. Pero lo más importante, es que no permitiré que arriesgues tu vida por mí.

– ¿Sophy? ¿Qué estás haciendo? -Azorado, la vio desanudarle la corbata-. Sophy, te juro que creo que lo mejor es que vuelvas a Ravenwood Abbey. No será tan malo estar allí, querida. Podrás ver a tus abuelos y seguramente tendrás amistades a quienes invitarás para que vayan a visitarte.

– Sí, Julián. -Cuando terminó con la corbata, empezó a desabotonarle la chaqueta.

– Si realmente estás embarazada, el aire del campo será mucho más saludable para ti que el de la ciudad -continuó él, buscando desesperadamente en su mente otras razones por las que Sophy pudiera desear marcharse.

– Sin duda tienes razón, milord. El aire de Londres parece denso, ¿no? -Se dedicó entonces a la camisa blanca.

– Estoy seguro de que tengo razón. -La novedad de verla desvistiéndolo lo alteró. Tenía dificultades para pensar y los pantalones le ceñían el miembro.

– Veo que los hombres siempre están seguros de que tienen razón. Hasta cuando están equivocados.

– ¿Sophy? -Tragó saliva cuando su esposa empezó a acariciarle el pecho. Sophy, sé que a veces te resulto arrogante, pero te aseguro…

– Por favor, Julián, no digas nada más. No quiero hablar de la lógica que hay en mi regreso a la Abadía ni tampoco quiero discutir tu desgraciada tendencia a la arrogancia. -Se puso de puntillas y le ofreció sus labios-. Bésame.

– Oh, Dios, Sophy. -Tomó la boca de su esposa, maravillado por su buena fortuna. Aparentemente, Sophy había cambiado de ánimo totalmente. Si bien él no sabía por qué, tampoco era el momento de preocuparse de ello.

Cuando ella se presionó contra él, Julián logró echar mano de la poca cordura que le quedaba para volver a hablar.

– Sophy, querida, vayamos arriba. Rápido.

– ¿Por qué? -Le mimó el cuello.

Julián observó sus rizos.

– ¿Por qué? -repitió-. ¿Me lo preguntas a estas alturas de las cosas? Sophy, ardo por ti.

– Todo el personal está en sus respectivos cuartos. Estamos solos, tú y yo. Nadie nos molestará.

Julián finalmente se dio cuenta de que Sophy estaba dispuesta a hacer el amor allí, en la biblioteca.

– Ah, Sophy -le dijo, medio riendo, medio quejándose-, realmente eres una caja de sorpresas. -Le quitó la cinta del cabello.

– Quiero que me recuerdes bien cuando estemos separados, milord.

– No hay nada en este mundo que pueda hacerme olvidarte, mi dulce esposa. -La levantó y la acomodó delicadamente en el sofá.

Cuando la depositó allí, Sophy le sonrió con una eterna promesa femenina. Cuando le estrechó los brazos, Julián acudió a ellos con incuestionable entusiasmo.

Pocos minutos después, Julián decidió que el sofá era demasiado estrecho para ambos. Rodó sobre la alfombra y llevó a Sophy consigo. Ella lo siguió, feliz, con sus senos desnudos y su garganta teñidos de un rosado pálido muy seductor. Julián se tendió de espaldas. Su esposa estaba sobre él, delgada, esbelta, sin ropa. Mentalmente, apuntó que repetiría la misma escena en la biblioteca de Ravenwood en la primera oportunidad que se presentara para volver a estar juntos de ese modo.

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