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– Mi honor demanda que complete mi tarea. Quiero encontrar y castigar al hombre que causó la muerte de Amelia. Pensé que habías entendido y aceptado mis sentimientos respecto del honor, milord. Teníamos un acuerdo.

– No niego tus sentimientos al respecto, pero existe un problema porque tu sentido del honor te pone en conflicto con el mío. Mi honor demanda que te proteja.

– Yo no necesito tu protección.

– Si crees eso, entonces eres mucho más inocente de lo que creía. Sophy, lo que estás haciendo es extremadamente peligroso y no puedo permitirte seguir adelante. Le dirás a tu dama de compañía que empiece a empacar tus cosas de inmediato. Terminaré mis asuntos de negocios aquí en la ciudad y me reuniré contigo en Ravenwood lo antes posible. Es hora de que volvamos a la Abadía. Ya me estoy cansando de la ciudad.

– Pero yo apenas he comenzado mi trabajo de detective. Y no me he cansado para nada de la ciudad. De hecho, ya empiezo a disfrutar de esta vida.

Julián sonrió.

– Ya lo creo. Tu influencia se hace notar en todo salón de baile y sala de recepción que voy. Te has convertido en una líder de la moda. Un logro muy importante para una mujer cuya primera temporada de presentación en sociedad fue desastrosa.

– Julián, no trates de convencerme con zalamerías. Para mí, esta cuestión es muy importante.

– Me doy cuenta. ¿Si no, por qué habría yo de haber tomado una decisión tan poco popular? Créeme que no es porque deseo que sigas arrojándome adornos por la cabeza.

– No volveré a Hampshire, milord, y es definitivo. -Sophy lo miró con airada determinación.

Él suspiró.

– En ese caso, me veré obligado a concertar una cita personal en Leighton Field.

Sophy se quedó aturdida.

– ¿A qué te refieres, Julián?

– A que si permaneces en la ciudad, tarde o temprano, me veré en la obligación de batirme a duelo con alguien para defender tu honor, como una vez tú lo hiciste por el mío.

Ella meneó la cabeza.

– No, no, eso no es cierto. ¿Cómo puedes insinuar semejante cosa? Yo no haría nada que en algún momento exigiera que tú retaras a duelo a otro hombre. Ya te lo he dicho. Y tú dijiste que me creías.

– No enriendes. No es de tu palabra de lo que dudo, Sophy. Me sentiría obligado a vengar el insulto que te hicieran. Y no habrá excepciones. Si te permito entrar en jueguecitos con hombres de la casta de Utteridge, Varley y Ormiston, no me caben dudas de que los insultos aparecerán inexorablemente.

– Pero yo no les permitiría insultarme. No me pondría en una situación así. Te lo juro, Julián.

Julián sonrió.

– Sophy, ya sé que tú no te expondrías voluntariamente a una situación indecorosa o comprometedora. Pero estos hombres son muy capaces de manipular las cosas de manera que una mujer inocente no tenga más posibilidades. Y una vez que ello sucediera, yo tendría que exigir una compensación.

– No. Nunca. Jamás debes sugerir tal posibilidad. No soporto la idea de verte mezclado en un duelo.

– Pero esa posibilidad ya existe, Sophy. Has hablado ya con Utteridge, ¿no?

– Sí, pero he sido muy discreta. Es imposible que él tenga una idea de lo que yo quería averiguar.

– ¿De qué hablasteis? -La presionó Julián-. ¿Por casualidad, salió el tema de Elizabeth?

– Sólo al pasar. Lo juro.

– Entonces habrás despertado su curiosidad. Y eso mi pequeña inocente e inexperta, es el primer paso al caos con un hombre del carácter de Utteridge. Para cuando hayas concluido de interrogar a Utteridge, Varley y Ormiston, los duelos me llegarán al cuello.

Desolada, Sophy lo miró. Se daba cuenta de que estaba en una trampa de la que no tenía escapatoria. No podía arriesgarse a que Julián tuviera que batirse a duelo para defender su honor. Esa idea la hizo estremecer de miedo.

– Te prometo que seré extremadamente cautelosa, milord -intentó una vez más, tímidamente, aunque sabía que era inútil.

– Hay mucho riesgo en juego. Lo único inteligente es sacarte de la ciudad. Quiero que estés a salvo con tus amigos y tu familia en el campo.

Sophy aceptó, con las lágrimas ardiendo en sus ojos.

– Muy bien, Julián. Me iré si crees que no hay otra solución. No quiero que arriesgues tu vida por mí.

La expresión de Julián se ablandó.

– Gracias, Sophy. -Extendió la mano y enjugó con el dedo una pequeña lágrima que le rodaba por la mejilla. Sé que esto es mucho pedir para una mujer cuyo sentido del honor es tan fuerte como el mío. Créeme que comprendo tu sed de venganza.

Impacientemente, Sophy se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

– Todo es tan injusto. Nada está resultando como yo planeé al aceptar casarme contigo. Nada. Todos mis planes, todos mis sueños, todas mis esperanzas, lo que acordamos. Todo se ha convertido en nada.

Julián la observó en silencio total por un rato.

– ¿Tan mal están las cosas de verdad, Sophy?

– Sí, milord, sí. Y sobre todas las cosas, tengo razones para sospechar que estoy… embarazada. -No se volvió para mirarlo cuando salió corriendo hacia el otro extremo de la habitación.

– ¡Sophy! -Julián se levantó de la cama como un resorte y corrió tras ella-. ¿Qué acabas de decir?

Sophy contuvo más lágrimas y seguía aferrándose a su camisón.

– Creo que me has oído bien.

Julián se le acercó y la miró, a pesar de que ella le estaba volviendo la espalda.

– ¿Estás embarazada?

– Posiblemente. La semana pasada me di cuenta de que hace mucho que me falta mi período menstrua!. Tendrá que pasar más tiempo para que tenga la certeza total, pero sospecho que realmente llevo tu bebé dentro de mí. De ser así, tendrías que sentirte muy contento, milord. Aquí estoy, embarazada y rumbo al campo, donde no pueda interferir en tu vida. Con esto tendrás todo lo que pretendías de este matrimonio. Un heredero y nada de problemas. Confío en que estarás satisfecho.

– Sophy, no sé qué decir. -Julián se pasó la mano por el cabello-. Si lo que dices es verdad, entonces no puedo negar que me complace. Pero yo tenía la esperanza… quiero decir, que tal vez, tú… -Se interrumpió, buscando la manera adecuada de terminar la frase-. Yo esperaba que tú también te pusieras contenta -logró decir finalmente.

Sophy lo miró, furiosa, aún con la cabeza gacha. Sus lágrimas ya se le habían secado en el rostro ante tan típica arrogancia masculina.

– Indudablemente, creíste que la perspectiva de esta inminente maternidad me convertiría en una esposa feliz y dulce, ¿verdad? En una mujer que estuviera deseosa de abandonar al olvido todas sus aspiraciones para dirigir tu casa de campo y criarte los hijos, ¿no?

Julián tuvo la decencia de sonrojarse.

– Tuve la esperanza de que estuvieras feliz, sí. Por favor, Sophy, créeme que prefiero que estés contenta con nuestro matrimonio.

– Oh, vete, Julián. Quiero tomar un baño y descansar.-Nuevas lágrimas ardieron en sus ojos-. Hay mucho que hacer si quieres enviarme a Hampshire mañana.

Julián no dio señales de querer abandonar la habitación. Se quedó allí, contemplándola, con una expresión extrañamente desolada.

– Sophy, por favor, no llores. -Le abrió los brazos.

Sophy lo miró un momento más, entre sus ojos cargados de lágrimas. Detestó su falta de control ante tales emociones. Después, tragándose un sollozo, fue directamente hacia los brazos de Julián. El la apretó muy fuerte contra su pecho, al que ella empapó con sus lágrimas.

Julián la mantuvo así hasta que la tormenta pasó. No trató de animarla, ni de consolarla ni de hacerle reproches. Simplemente se limitó a ampararla en sus brazos hasta que el último de sus acongojados sollozos terminó.

Sophy se recuperó lentamente, consciente de la calidez que había sentido en ese abrazo. Se dio cuenta de que era la primera vez que Julián la abrazaba para ofrecerle algo distinto que la pasión, que lo compelía a estrecharla cada vez que deseaba besarla o hacerle el amor. Por un rato, Sophy ni se movió, sino que se dedicó a saborear la sensación agradable que le producía esa enorme palma masajeándole la espalda.

Finalmente, de muy mala gana, se apartó de él.

– Perdón, milord. Es que últimamente ni yo misma me entiendo. Te aseguro que rara vez lloro. -Sophy no lo miró mientras retrocedía. Simplemente, buscó a tientas el pañuelo que debía estar en su bata de noche. Como no pudo encontrarlo, maldijo por lo bajo.

– ¿Estás buscando esto? -Julián recogió el pañuelito bordado que había caído sobre la alfombra.

Avergonzada, pues aparentemente ni siquiera podía mantener un simple pañuelo en su sitio, Sophy se lo arrebató de la mano.

– Sí, gracias.

– Permíteme traerte uno limpio. -Julián avanzó hacia el vestidor de la muchacha y tomó otro pañuelo.

Cuando se lo entregó con un aire de gran preocupación, ella se sonó la nariz con todas sus energías. Lo empapó y se lo metió en el bolsillo.

– Gracias, milord. Por favor, disculpa esta escena melodramática- No sé qué me pasó. Ahora, seriamente, debo tomar un baño y atender unos cuantos detalles.

– Sí, Sophy-dijo él con un suspiro-. Te disculpo. Lo único que ruego es que algún día tú me disculpes a mí. Recogió sus prendas y salió del cuarto sin acotar nada más.

Mucho más tarde, esa noche, Julián estaba sentado solo en su biblioteca, con las piernas extendidas hacia adelante y una botella de clarete sobre la mesa que estaba a su lado. Estaba de un humor de perros y lo sabía. Por primera vez en las últimas horas, la casa estaba en silencio. Hasta poco tiempo atrás, había habido mucho alboroto por los preparativos del viaje de regreso de Sophy. Esa conmoción lo había deprimido- Se sentiría muy solo sin ella.

Julián se sirvió otra copa de clarete. Se preguntó si Sophy seguiría llorando hasta quedarse dormida. Se había sentido como un bruto al comunicarle que pensaba enviarla de regreso a Ravenwood Abbey, pero no tenía opción y lo sabía. Una vez que se enteró de los planes de Sophy, no tuvo alternativa más que sacarla de la ciudad. Sophy estaba moviéndose en aguas peligrosas y Julián no sabía cómo evitar que se ahogara en ellas.

Mientras tragaba el vino, trató de decidir si debía sentirse o no culpable por el modo en que la había manipulado esa mañana. Desde un principio, Julián se había dado cuenta de que Sophy no aceptaría razones, por lógicas que fueran, concernientes a su seguridad personal, pues su sentido del honor superaba toda consideración de ese tipo. Y Julián tampoco podía usar la fuerza física para lograr sus fines.

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