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La bata de Julián se abrió cuando bajó a Sophy, siempre contra su cuerpo, hasta que nuevamente ella apoyó los pies en el piso. Ese contacto íntimo la excitó. Cerró los ojos cuando él volvió a levantarla en sus brazos.

La llevó a la cama y la colocó en el centro. Luego se acostó a su lado, entrelazándole las piernas con las suyas. La masajeó lentamente, cerrando las manos en cada curva, investigando cada hoyo con los dedos. Y le hablaba… Eran palabras sensuales, persuasivas, que la hacían arder en deseo. Sophy creyó en cada promesa, obedeció cada una de las tiernas órdenes y se excitó con las descripciones de lo que Julián pretendía hacerle esa noche.

– Temblarás en mis brazos, querida. Haré que me desees tanto que me implorarás que te posea. Me hablarás de tu placer y entonces el mío será completo. Quiero hacerte reliz esta noche.

Se colocó sobre ella, descendiendo su boca sobre la de la joven, exigente. Sophy reaccionó ferozmente, ansiosa por reclamar de él tanto como pudiera. «Quizá no haya otra posibilidad», se recordó. Para cuando saliera el sol, probablemente estaría muerta sobre el pasto, en Leighton Field. Sophy tocó la lengua de Julián con la de ella. Él representaba la vida y ella instintivamente se aferraba a esa vida.

Cuando Julián le pasó la mano entre los muslos, Sophy gimió y levantó las caderas como buscando sus dedos.

El acalorado placer ante la respuesta de Sophy fue evidente en Julián, aunque también era obvio que en esa oportunidad se controlaría.

– Despacio, pequeña. Entrégate a mí. Ponte a mi merced. Abre un poco más las piernas, querida. Así, de ese modo quiero que me recibas. Dulce, húmeda y dispuesta. Confía en mí, cariño. Esta vez será bueno.

Las palabras parecían flotar alrededor de Sophy, envolviéndola en una marea de excitación y necesidad que desconocía límites. Julián la persuadía para que siguiera adelante, conduciéndola a un gran desconocido que cada vez ganaba más magnitud en el sensual horizonte de Sophy.

Cuando Julián le tocó los erectos pezones con la punta de la lengua, Sophy creyó que se quebraría en cien pedazos. Pero cuando él descendió y ella sintió primero sus dedos y luego su boca sobre el exquisito triángulo que ocultaba entre las piernas, pensó que se partiría en un millón de pedazos.

Se aferró a la cabeza de Julián.

– Julián, no, espera. No deberías…

Sophy hundió los dedos en la oscura cabellera de su esposo y volvió a gemir. Julián tomó sus caderas entre sus manos enormes, ignorando los intentos de Sophy por sacarlo de allí.

– Julián, no. No quiero… Oh, sí, por favor, sí.

Una convulsiva sensación de alivio, que la hizo estremecer por completo, se apoderó de ella. En ese momento se olvidó de todo: del duelo, de sus temores ocultos, de la extrañeza de hacer el amor de ese modo…, de todo excepto del hombre que estaba tocándola tan íntimamente.

– Sí, cariño -declaró Julián satisfecho mientras la cubría rápidamente con su cuerpo. Sus manazas desaparecieron en la cabellera de Sophy mientras introducía profundamente la lengua en la boca de ella.

Sophy todavía estaba temblando por las secuelas de su propia experiencia cuando Julián penetró en su acalorada estrechez, para gozar su clímax.

Increíblemente, el cuerpo de Sophy se convulsionó suavemente alrededor de él, inmerso en ese éxtasis desconocido. Sophy pronunció las palabras que guardaba en su corazón:

– Te amo, Julián. Te amo.

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