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Sí su honor la preocupa tanto como la pensión para su vejez, entonces me responderá sin dilaciones y en forma afirmativa.

Sin otro particular, saluda a usted muy atentamente,

S.»

Sophy cerró la carta muy cuidadosamente y la selló. Las lágrimas ardían en sus ojos. No podía sacarse de la cabeza esas cartas de amor escritas a una cortesana. Cartas de amor. Sophy sabía que habría estado dispuesta a vender su alma con tal de obtener una muestra similar de afecto por parte de Julián.

Y ese hombre había tenido el coraje de decir que aspiraba a sentimientos de amistad por parte de ella, además de los privilegios conyugales de los que gozaba.

Sophy pensó que era una ironía el hecho de que al día siguiente pudiera perder la vida por un hombre que no la amaba o que era incapaz de hacerlo.

La respuesta de Charlotte Featherstone al desafío de Sophy llegó esa misma tarde. La trajo un muchachito harapiento, con la cara sucia y cabellos rojizos, que rué directamente a la cocina de los Ravenwood. La nota fue breve y concisa. Sophy contuvo la respiración cuando se sentó a leerla:

«Señora:

Acepto que sea mañana al amanecer, así como también acepto las pistolas. Sugiero Leighton Field, que queda muy cerca de Londres, dado que a esa hora lo más probable es que esté desierto.

Hasta el amanecer. La saluda, atentamente,

C.f.»

Las emociones de Sophy eran caóticas a la hora de retirarse a su cuarto- Sabía perfectamente que Julián estaba irritado por el silencio que ella había guardado durante la cena, pero realmente, le había resultado imposible mantener una conversación inusual. Y cuando Julián se retiró a la biblioteca, ella aprovechó para subir directamente a su cuarto.

Una vez en el interior del santuario de su alcoba, leyó y releyó la aterradora y breve nota de Featherstone, preguntándose qué había hecho. Pero sabía que no había modo de echarse atrás ahora. Al día siguiente, su vida quedaría en manos del destino. Sophy cumplió con el ritual de prepararse para ir a acostarse, aunque sabía perfectamente que no podría dormir. Después de que Mary le diera las buenas noches, Sophy se quedó con la mirada clavada en la ventana, preguntándose si horas después, Julián no tendría que hacer los arreglos necesarios para su funeral.

Tal vez sólo resultase herida, se dijo, mientras su imaginación se abigarraba con toda clase de escenas fatales. Tal vez, su muerte llegaría luego de una larga fiebre, producto de su herida de bala.

O quizá fuera Charlotte Featherstone la que muriese. La idea de tener que matar a otro ser humano le produjo náuseas. Tragó saliva, dudando de poder controlarse hasta el momento en que su honor quedara satisfecho. No se atrevió a prepararse ningún tónico por temor a que le condicionara los reflejos para el día siguiente.

Luego trató de consolarse con la idea de que, con suerte, sólo resultarían heridas, ella o Charlotte. O tal vez, tanto ella como su oponente errarían el blanco y nadie resultaría herido.

Por supuesto que ése sería un final feliz para toda esa situación. Pero con cierta desazón, Sophy concluyó en que era muy improbable que las cosas terminaran tan felizmente. Últimamente, su vida no había sido tan feliz.

Tenía tanto miedo que sentía escalofríos. «¿Cómo hacen los hombres para sobrevivir a esta ansiedad que provoca el peligro de muerte?», pensó, mientras seguía caminando de aquí para allá. Ellos debían enfrentarse a ese riesgo no sólo en la víspera de un duelo sino en el campo de batalla y también en alta mar. Sophy se estremeció.

Sintió curiosidad por saber sí Julián alguna vez habría experimentado esa dolorosa espera y recordó la historia que le habían contado, sobre aquella vez que había tenido que batirse a duelo para salvar el honor de Elizabeth. Y ciertamente debieron de haber existido momentos similares, cuando se vio obligado a soportar las largas horas antes de la batalla. Pero tal vez, el hecho de ser hombre le confería un temple imputable ante ese temor inminente. O quizás, habría aprendido a controlarlo.

Por primera vez, Sophy decidió que el código de honor masculino era algo muy arduo, rígido y exigente. Pero al regirse por ese código aseguraba a los hombres el respeto de sus pares y por lo menos, una vez que todo eso llegara a su fin, Julián estaría obligado a respetar a su esposa, al menos en cierto aspecto.

¿Sería así? ¿Respetaría un hombre a una mujer que se había valido de su propio código de honor, o simplemente calificaría la idea de ridícula?

Ante tal conjetura, Sophy apartó la vista de la ventana. Sus ojos acudieron directamente al pequeño joyerito que estaba sobre su tocador y recordó la sortija negra que éste contenía.

Un temblor de arrepentimiento se apoderó de ella. Si moría al día siguiente, ya no quedaría nadie que vengara a Amelia. «¿Y qué era más importante?», se preguntó. «¿Vengar a Amelia o impedir que se publicaran las cartas de amor de Julián?"

Realmente, no había opción. Sophy se dio cuenta de que sus sentimientos por Julián eran mucho más fuertes que su antiguo deseo por hallar al seductor de su hermana.

¿Acaso su amor por Julián estaba haciéndola perder el honor por la memoria de su hermana?

De pronto todo se complicó terriblemente. Por un instante, la enormidad de la crisis la devastó. Sintió la necesidad de salir corriendo y esconderse hasta que su vida se arreglase. Estaba tan envuelta en sus pensamientos que no escuchó que la puerta que comunicaba con el cuarto de Julián se abría.

– ¿Sophy?

– Julián. - Se dio vuelta-. No te esperaba, milord.

– Nunca me esperas. -Se metió lentamente en la habitación, con ojos alertas- ¿Sucede algo malo, querida? Parecías perturbada en la cena.

– Yo… no me sentía muy bien.

– ¿Dolor de cabeza? -preguntó Julián secamente.

– No, tengo bien la cabeza, gracias. -Habló automáticamente y luego se dio cuenta de que se había apresurado a responder. Tenía que haber aprovechado esa excusa. Frunció el entrecejo, ante su incapacidad de encontrar otra excusa sustituía-. Tal vez el estómago…

Julián sonrió.

– No te molestes en inventar ninguna enfermedad oportuna en este breve tiempo. Ambos sabemos que no eres muy buena para esas cosas. -Caminó hacia ella para pararse frente a frente-. ¿Por qué no me dices la verdad? Estás enojada conmigo, ¿no?

Sophy alzó los ojos hacia los de él. Por su mente pasó un caleidoscopio de emociones, mientras trataba de acertar cómo se sentía hacia él esa noche. Ira, amor, resentimiento,, pasión y por sobre todas las cosas, un miedo terrible de que tal vez no volvería a verlo más, de que nunca más volvería a descansar entre sus brazos, como aquella primera noche de intimidad que habían compartido.

– Sí, Julián, estoy enojada contigo.

Julián asintió, como si la comprendiera completamente.

– Fue por esa escena en la ópera, ¿no? No te gustó que te prohibiera leer las Memoirs.

Sophy se encogió de hombros y jugueteó con la tapa de su pequeño joyero.

– Hicimos un pacto en cuanto a mis hábitos de lectura, milord.

Los ojos de Julián se posaron primero en la cajita que Sophy tenía bajo la mano y luego en el rostro de la joven, que no lo miraba directamente.

– Parece que estoy destinado a decepcionarte como marido, Sophy, tanto en la cama como fuera de ella.

Sophy levantó la cabeza de inmediato y abrió los ojos desmesuradamente.

– Oh, no, milord. Jamás fue mi intención insinuar que eres una… decepción en la cama. Es decir, lo que pasó la otra noche fue bastante -carraspeó-… bastante tolerable y hasta agradable en ciertos momentos. No me gustaría que pensaras lo contrario.

Julián le tomó el mentón y le sostuvo la mirada.

– Me gustaría que te resulte más que tolerable en la cama, Sophy.

Y de pronto, Sophy se dio cuenta de que Julián quería hacerle el amor otra vez. Ése era el verdadero propósito de su visita al cuarto de ella. El corazón se le detuvo. Tendría una oportunidad más de tenerlo entre sus brazos y gozar de aquella dichosa intimidad.

– ¡Oh, Julian! -Sophy se tragó un sollozo cuando él la estrechó entre sus brazos-. Nada me agradaría más que te quedases un rato conmigo esta noche.

Julián la rodeó inmediatamente con sus brazos, pero hubo cierto toque de diversión y sorpresa en su voz cuando le murmuró al oído:

– Sí ésta es la bienvenida que obtengo cada vez que te enojas conmigo, entonces me esforzaré para que te enfades mucho más seguido.

– No bromees esta noche, Julián. Sólo abrázame fuerte como lo hiciste la otra vez -murmuró ella contra su pecho.

– Esta noche, tus deseos son órdenes para mí, pequeña.-Le deslizó la bata por los hombros y le besó el cuello-. En esta oportunidad, me esmeraré para no decepcionarte.

Sophy cerró los ojos mientras, lentamente, Julián la desvestía. Estaba determinada a disfrutar de cada instante de lo que bien podría ser la última noche juntos. Ni siquiera le importaba que el verdadero acto de amor en sí no fuera placentero. Lo que buscaba era esa única sensación de proximidad que ello implicaba. Esa cercanía sería todo lo que podría lograr de Julián.-Sophy, eres tan bella y tan suave al tacto -susurró

Julián cuando la última prenda de la joven cayó alrededor de sus pies. Sus ojos devoraron ávidamente el cuerpo desnudo de Sophy y luego sus manos lo recorrieron.

Sophy tembló y arqueó el cuerpo contra él cuando Julián le tomó los senos en sus manos. Deslizó los pulgares sobre sus senos, incitándola a una respuesta y cuando lo logró, exhaló un suspiro de satisfacción.

Deslizó las manos sobre las caderas de la muchacha y luego asió sus firmes nalgas.

Sophy le apretó los hombros con los dedos, aferrándose a él.

– Tócame, cariño -la urgió él, con voz ronca-. Desliza las manos por el interior de mi bata y tócame.

Sophy no pudo resistirse. Pasó las palmas de las manos por debajo de las solapas de seda de la bata y apoyó los dedos extendidos sobre su pecho.

– Eres tan fuerte -murmuró, maravillada.

– Tú me haces sentir fuerte -dijo Julián-. Y también tienes la facultad de hacerme sentir muy débil.

Julián te rodeó la cintura con el brazo y la levantó en el aire, de modo que ella lo mirase desde arriba. Ella se tomó de los hombros de él, convencida de que se ahogaría en las profundidades de esmeralda de sus ojos.

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