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Ella asintió rápidamente con la cabeza y su cabello suelto cayó sobre sus hombros.

– Sí -dijo-. Verá, Julián, que a través de la lógica deductiva llegué a la conclusión de que tenía razón. Nos podríamos llevar mucho mejor si las cosas se desarrollan normalmente entre nosotros.

– En otras palabras, me estás sobornando para que te deje quedarte conmigo en Londres -resumió él, siempre manteniendo su tono de seda.

– No, no, ha entendido mal. -Alarmada por la interpretación que acababa de hacer su esposo, Sophy apartó las mantas y se puso rápidamente de pie junto a la cama. Un tanto avergonzada, se dio cuenta entonces de lo fino que era el género de su camisón.

Tomó rápidamente una bata y se la puso apretada contra el pecho. Julián le arrancó la bata y la arrojó a un lado.

– No necesitarás eso, ¿verdad? Ahora eres una mujer entregada a la seducción, ¿recuerdas? Debes aprender el fino arte de tu nueva profesión.

Sophy, desesperanzada, miró la bata tirada en el piso. Se sentía expuesta y terriblemente vulnerable de pie allí, con su finísimo camisón de linón. Lágrimas de frustración ardían en sus ojos. Por un instante creyó que se echaría a llorar.

– Por favor, Julián -le dijo ella serenamente-. Déme una oportunidad. Haré todo lo que esté a mi alcance para hacer del nuestro un matrimonio dichoso.

Julián levantó la vela aun más, para estudiar el rostro de su esposa. Se quedó en silencio durante momentos cruciales y luego volvió a hablar.

– ¿Sabes, querida? -dijo por fin-. Creo que te convertirás en una buena esposa para mí. Después que te haya enseñado que no soy una marioneta a la que puedes mover a tu antojo.

– Nunca quise tratarlo así, milord. -Sophy se mordió el labio, asustada por la magnitud de la ira de Julián-. Sinceramente lamento lo que sucedió en Eslington Park. Debe saber que no rengo experiencia en cómo tratar a un esposo. Sólo trataba de protegerme.

Estuvo por exclamar algo pero no lo hizo.

– Tranquila, Sophy, y calladita. Cada vez que abres la boca te pareces menos y menos a la esposa ideal.

Sophy ignoró el consejo. Estaba convencida de que su boca era la única arma que tenía en su pequeño arsenal. Vacilante, le tocó la manga de seda de la bata.

– Permítame quedarme aquí en la ciudad, Julián. Déjeme demostrarle que es cierto que quiero corregir las cosas incorrectas de nuestro matrimonio. Le juro que trabajaré diligentemente en esa tarea.

– ¿De verdad? -La miró con ojos fríos y brillantes.

Sophy sintió que algo dentro de ella se marchitaba y moría. ¡Había estado tan segura de que podría convencerlo para que le otorgara esa segunda oportunidad! Durante la corta luna de miel en Eslington Park creyó que había aprendido a conocer bastante bien a ese hombre. No era deliberadamente cruel ni injusto en el trato con los demás, de modo que Sophy pensó que mantendría el mismo código de comportamiento en el trato con su esposa.

– Quizás estaba equivocada -dijo ella-. Pensé que tal vez estaría dispuesto a darme la misma oportunidad que le dio en su momento a uno de sus aparceros que estaba atrasado en el pago de la renta.

Por un instante, Julián se quedó perplejo,

– ¿Te estás comparando con uno de mis aparceros?

– La analogía me pareció bastante pertinente.

– La analogía es bastante idiota.

– Entonces, quizá, no hay esperanzas de arreglar las cosas entre nosotros.

– Te equívocas. Ya te dije que eventualmente te convertirás en una buena esposa para mí y lo dije en serio. De hecho, me encargaré de ello. La verdadera cuestión aquí es ver cómo lo lograremos mejor. Tú tienes mucho que aprender.

«Tú también -pensó Sophy-. ¿Y quién mejor que tu esposa para enseñártelo?» Pero debía recordar que esa noche, tenía que tomar a Julián por sorpresa y que, por lo general, los hombres no manejaban bien las sorpresas. Su esposo necesitaría tiempo para asumir que ella estaba bajo su mismo techo y pensaba quedarse allí.

– Le prometo que no le daré ninguna clase de problemas si me deja permanecer aquí en Londres, milord.

– ¿Ningún problema, eh? -Por un segundo, la vela alumbró lo que debió haber sido una chispa divertida en los gélidos ojos de Julián-. No puedo decirte cuánto me tranquiliza eso, Sophy. Vuelve a la cama y sigue durmiendo. Por la mañana te comunicaré mí decisión.

Un gran alivio la serenó. Acababa de ganar el primer round. Sonrió trémulamente.

– Gracias, Julián.

– No me lo agradezcas todavía, madam. Tenemos que arreglar demasiadas cosas aún.

– Lo sé. Pero somos dos personas inteligentes que por esas cosas de la vida, estamos unidos. Debemos emplear el sentido común para aprender a vivir tolerantemente, ¿no cree?

– ¿Así es como ves nuestra situación, Sophy? ¿Que por esas cosas de la vida estamos unidos?

– Sé que preferirá que no haga romántica la cuestión, milord. Por eso trato de darle a nuestra relación un panorama mucho más realista.

– En otras palabras, ¿hacer las cosas lo mejor posible?

Ella se reanimó.

– Precisamente, milord. Como un par de caballos de tiro que deben trabajar juntos en el mismo arnés. Debemos compartir el mismo granero, el mismo bebedero y el mismo balde con heno.

– Sophy -la interrumpió él-. Por favor, no hagas más analogías con temas campestres. Me nublan el pensamiento.

– Oh, lejos de mi intención hacerlo, milord.

– Qué caritativa. Te veré en la biblioteca mañana a las once en punto. -Julián dio media vuelta y caminó con pasos agigantados hasta la puerta. Salió y se llevó la vela consigo. Sophy se quedó parada en la oscuridad, sola. Pero sus ánimos se encumbraron cuando regresó a la cama. Ya había aclarado la peor parte y Julián no se había mostrado del todo disgustado en tenerla nuevamente allí. Si se cuidaba de no molestarlo la mañana siguiente, se aseguraría prácticamente de que la dejaría quedarse.

Con gran alegría, se dijo que había estado en lo cierto respecto de cuál era la naturaleza de su marido. Julián era un hombre duro y frío en muchos aspectos, pero también era honorable. Sería justo con ella.

A la mañana siguiente, Sophy cambió de idea tres veces con respecto a qué ponerse para la entrevista con Julián. La primera vez decidió que cualquiera habría pensado que iría a un baile en lugar de a tener una charla con su esposo. O tal vez, una campaña militar habría sido una comparación más adecuada. Por fin decidió ponerse un vestido amarillo, con vivos blancos y pidió a su dama de compañía que le recogiera parte del cabello para que el resto le cayera cual cascada de rizos.

Cuando estuvo totalmente satisfecha con el efecto deseado, se dio cuenta de que le quedaban menos de cinco minutos para bajar las escaleras. Corrió por el pasillo y descendió a toda velocidad, de modo que cuando llegó a. la puerta de la biblioteca, estaba casi sin aliento. Un criado se la abrió de inmediato.

Ella entró con la esperanza a flor de piel.

Julián, que estaba sentado al otro lado del escritorio, se puso de pie lentamente y la saludó con una formal reverencia.

– No tenías necesidad de venir corriendo, Sophy.

– Oh, no hay cuidado -le aseguró ella, avanzando rápidamente-. No quería que se quedara esperando.

– Las esposas se destacan por dejar siempre esperando a sus maridos.

– Oh. -Sophy no estaba muy segura respecto de cómo tomar ese comentario-. Bueno, tal vez podría practicar ese talento particular en otro momento. -Miró a su alrededor y vio una silla de seda verde-. Esta mañana estoy demasiado ansiosa por escuchar la decisión que ha tomado sobre mi futuro.

Sophy avanzó hacia la silla y tropezó. Enseguida recuperó el equilibrio pero bajó la vista para ver con qué había tropezado.

Julián le siguió la mirada.

– Parece que se te ha desatado la cinta de tu zapatilla -señaló Julián gentilmente.

Sophy, muerta de vergüenza, se ruborizó y tomó asiento.

– Eso parece. -Se agachó y de inmediato volvió a atar la cinta ofensora. Cuando volvió a enderezarse, notó que Julián había vuelto a sentarse y que la estudiaba con una extraña expresión de resignación-. ¿Sucede algo malo, milord?

– No, aparentemente todo está desarrollándose con normalidad. Bueno, en cuanto a tu deseo de quedarte aquí en Londres…

– ¿Sí, milord? -Sophy esperó en agónica anticipación, para comprobar si sería cierta su teoría del juego limpio.

Julián dudó. Frunció el entrecejo y se recostó sobre el respaldo de su silla, para analizar el rostro de Sophy.

– He decidido concederte la petición.

La dicha burbujeó en el interior de la muchacha. Su sonrisa fue radiante y la felicidad se reflejó en sus ojos.

– Oh, Julián, gracias. Le prometo que no se arrepentirá de haber tomado esta decisión. Me ha mostrado toda su generosidad con este gesto y no sé si me lo merezco, pero le aseguro que es mi intención no fallarle en cuanto a sus expectativas de mí como esposa.

– Eso sería muy interesante.

– Julián, por favor, lo digo muy en serio.

Su sonrisa extraña se modificó por un instante.

– Lo sé. Leo tus intenciones en tus ojos. Como ya te dije, tienes una mirada muy fácil de leer y es por eso que te he concedido esta segunda oportunidad.

– Juro, Julián, que seré un modelo de esposa. Ha sido muy considerado de su parte pasar por alto el, eh… incidente de Eslington Park.

– Sugiero que ninguno de los dos vuelva a mencionar esa catástrofe.

– Una excelente idea -coincidió Sophy, entusiasta.

– Muy bien. Esto parece solucionar el problema, de modo que ya mismo podemos empezar a practicar esto del trato entre marido y mujer…

Sophy abrió los ojos desorbitadamente y, de pronto, se le humedecieron las palmas de las manos. No había esperado que Julián abordara el tema de la intimidad con una prisa tan inoportuna. Después de todo, eran sólo las once de la mañana.

– ¿Aquí, milord? -preguntó tímidamente, echando un vistazo a los muebles de la biblioteca-. ¿Ahora?

– Definitivamente, aquí y ahora. -Al parecer, Julián no notó la expresión de pánico en Sophy. Estaba demasiado ocupado revolviendo en uno de los cajones del escritorio-. Ah, aquí están.

– Tomó unas cartas y tarjetas que estaban allí y se las entregó.

– ¿Qué es esto?

– Invitaciones. Recepciones, fiestas, bailes, reuniones. Esas cosas. Hay que contestarlas. Odio decidir cuáles aceptar y cuáles no y he ocupado a mi secretario con otras cosas más importantes. Escoge algunos actos que te resulten interesantes y rechaza diplomáticamente los demás,

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