Determinadamente, hizo a un lado los viejos recuerdos. Había elegido a Sophy como esposa porque estaba del todo convencido de que era totalmente distinta de Elizabeth y su intención era que siempre fuera así. Fuera cual fuere el costo, no le permitiría a Sophy seguir el mismo sendero destructivo que Elizabeth había escogido.
Pero si bien estaba muy seguro de cuál era su objetivo, no estaba del todo convencido de tas medidas que tendría que tomar para cumplir con ese objetivo. Tal vez había cometido un error al dejar a Sophy en el campo, No sólo porque la muchacha no recibiría la correcta supervisión sino porque él también se sentía un poco perdido sin ella en la ciudad.
El carruaje se detuvo frente a la imponente casa que Julián tenía en Londres. Miró de mal talante la puerta principal y pensó en la cama solitaria que estaría aguardándolo. Si aún le quedaba algo de sentido común, debería ordenar al cochero que diera media vuelta y lo llevara a Trevor Square. Marianne Harwood sin duda estaría más que dispuesta a recibirlo aun a esas altas horas.
Pero las imágenes de la encantadora y voluptuosa mujer de la Belle Harwood no lo provocaron a pesar de su celibato autoimpuesto. A las cuarenta y ocho horas de haber llegado a Londres Julián se dio cuenta de que la única mujer que deseaba en su cama era a su esposa.
Su obsesión por ella era indudablemente el resultado directo de negarse lo que por derecho le correspondía, decidió, mientras bajaba del carruaje y subía las escaleras. No obstante, estaba muy seguro de una cosa: la próxima vez que se llevara a Sophy a la cama, se aseguraría muy bien de que ambos lo recordaran con perfecta claridad.
– Buenas noches, Guppy -dijo Julián cuando el mayordomo abrió la puerta-. ¿Levantado tan tarde? Pensé que te había dicho que no me esperases.
– Buenas noches, milord. -Guppy carraspeó audiblemente y se hizo a un lado para dar paso a su amo-. Esta noche ha habido un poquito de revuelo. Todo el personal se quedó levantado.
Julián, que estaba a mitad de camino rumbo a la biblioteca, se detuvo y se volvió, con el entrecejo fruncido, en gesto interrogante. Guppy tenía cincuenta y cinco años y era muy eficiente en su trabajo, de modo que no tenía inclinaciones por dramatizar situaciones.
– ¿Un revuelo?
La expresión de Guppy se mantuvo inalterable, pero el brillo de sus ojos estaba cargado de excitación.
– -La condesa de Ravenwood ha llegado y ha ocupado la residencia, milord. Le ruego me disculpe, pero la verdad es que el personal le habría podido dar una bienvenida mucho más apropiada si se le hubiera avisado que lady Ravenwood llegaría. De hecho, me temo que nos ha tomado por sorpresa. Por supuesto, hemos afrontado correctamente la situación.
Julián se quedó helado. Por un instante ni siquiera pudo pensar. «Sophy está aquí." Era como si todas sus cavilaciones de esa noche, durante el trayecto de regreso a casa hubieran servido para hacer aparecer a Sophy.
– Por supuesto que afrontasteis la situación de forma correcta, Guppy -dijo mecánicamente-. No esperaría menos de ti ni del personal. ¿Dónde está lady Ravenwood en este momento?
– Se retiró a su cuarto hace un ratito, milord. Madam es, si me permite ser tan honesto, muy simpática con todo el personal. La señora Peabody la llevó al cuarto que linda con el suyo, naturalmente.
– Naturalmente. -Julián olvidó la intención que había tenido de beberse otra dosis de oporto. La idea de tener a Sophy arriba, en la cama, lo dejó en estado de shock. Caminó a pasos agigantados hacia la escalera-. Buenas noches, Guppy.
– Buenas noches, milord. -Guppy se permitió la más pequeña de las sonrisas mientras se volvía para echar el cerrojo a la puerta principal.
"Sophy está aquí.» Una gran excitación corrió por las venas de Julián. Pero la reprimió un minuto después, cuando recordó que la llegada de Sophy a Londres representaba un desafío de su esposa hacia él. Su dócil mujer campesina estaba tornándose cada vez más rebelde.
Caminó por el vestíbulo, dividido entre la ira y un extraño placer por ver a Sophy otra vez. Esa volátil combinación de emociones fue suficiente para marearlo. Abrió la puerta de su cuarto con una impactante vuelta al picaporte y encontró a su ayuda de cámara desparramado en uno de los sillones de terciopelo rojo, profundamente dormido.
– Hola, Knapton. ¿Recuperando el sueño perdido?
– Milord. -Knapton luchó por despabilarse. Parpadeó rápidamente al ver a su amo parado en la puerta, con expresión de preocupación-. Lo siento, milord. Sólo me senté unos minutos, para esperarlo. No sé qué me pasó. Debo de haberme quedado dormido.
– No tiene importancia. -Julián hizo un ademán en dirección a la puerta--. Esta noche puedo acostarme sin tu ayuda.
– Sí, milord. Si está completamente seguro de que no va a necesitarme, milord. -Knapton se precipitó hacia la puerta.
– Knapton.
– ¿Sí, milord? -El sirviente se detuvo en la puerta abierta.
– Tengo entendido que lady Ravenwood ha llegado esta noche.
La expresión tensa de Knapton se relajó con un gran placer.
– Hace pocas horas, milord. Armó una revolución en toda la casa durante un rato, pero todo volvió al orden ya. Lady Ravenwood tiene un gran arte para manejar al personal, milord.
– Lady Ravenwood tiene un gran arte para manejar a todo el mundo -masculló Julián por lo bajo, mientras Knapton salía al pasillo. Esperó a que la puerta estuviera bien cerrada y entonces se quitó las botas y el resto de su ropa para ponerse la bata de dormir. Se ciñó el cinturón de seda y luego se quedó de píe, pensando cuál sería el mejor modo de enfrentarse a su desafiante esposa. La ira y el deseo aún ardían en sus venas. Tenía una impetuosa necesidad de descargar esa ira con su esposa, pero también sentía e! mismo fervor por hacerle el amor. Quizá debía hacer ambas cosas, se dijo.
Una cosa era segura. No podía ignorar la presencia de ella allí esa noche y saludarla a la mañana siguiente en el desayuno, como si nada hubiera pasado, como si todo hubiera sido perfecta rutina.
Tampoco se permitiría quedarse allí ni un solo minuto más, titubeando, como un oficial inexperto en su primera batalla. Ésa era su casa y él impondría la autoridad en ella. Julián inhaló profundamente, soltó algunos improperios y caminó con pasos gigantescos hacia el vestidor que comunicaba su cuarto con la recámara de su esposa. Tomó una vela y levantó la manó para golpear. Pero al segundo cambió de idea. No era momento de cortesías.
Tomó el picaporte, esperando encontrar la puerta cerrada por dentro. Para su sorpresa, no fue así. La puerta a la oscura habitación de Sophy se abrió sin resistencia. Por un instante, no pudo encontrarla entre tas sombras del elegante interior. Luego localizó la curvatura de su diminuto cuerpo en el centro de la cama maciza. La parte inferior de su cuerpo se erigió dolorosamente. «Esta es mi esposa y por fin está aquí, en la habitación a la que pertenece.»
Sophy se movió, inquieta, en medio de un sueño que la perturbó. Despertó lentamente, tratando de orientarse en la extraña habitación. Abrió los ojos mirando fijamente la luz de una vela que se movía en silencio hacia ella, entre tas sombras. El pánico la terminó de despertar, hasta que, con gran alivio, reconoció la figura que sostenía la vela. Se sentó erguida en la cama, apretando la sábana contra su garganta.
– Julián. Me asustó, milord. Se mueve como un fantasma.
– Buenas noches, madam. -El saludo fue frío y no denotó emoción alguna. Lo pronunció con esa voz tan suave y peligrosa que la ponía tan nerviosa-. Espero me disculpes por no haber estado aquí para recibirte cuando llegaste. Pero como sabrás, no te esperaba.
– Por favor, ni lo mencione. Ya sé perfectamente que mi llegada fue sorpresiva, -Sophy hizo todo lo posible por ignorar el terror que la agobiaba. Sabía que tendría que enfrentarse a él desde el momento en que tomó la decisión de marcharse de Eslington Park. Se había pasado todo el viaje pensando qué diría cuando llegase el momento de defenderse de la ira de Julián.
– ¿Sorpresiva? Eso es para calificarla diplomáticamente.
– No hay necesidad de ser sarcástico, milord. Sé que probablemente esté un poco enojado conmigo.
– Qué perceptiva.
Sophy tragó saliva. Todo eso sería mucho más difícil de lo que había imaginado. Su actitud hacia ella no se había ablandado en esa semana.
– Quizá sea mejor que discutamos esto mañana.
– Lo discutiremos ahora. Mañana no tendrás tiempo para hablar porque tendrás mucho trabajo empacando nuevamente tus cosas para volver a Eslington Park.
– No. Debe entender, Julián. No puedo permitirle que me eche. -Apretó la sábana con más fuerza. Se había prometido no reñir con él, ser tranquila y razonable. Después de todo, él era un hombre razonable. La mayoría de las veces-. Estoy tratando de arreglar las cosas entre nosotros. He cometido un terrible error en el trato con usted. Me equivoqué. Ahora lo sé. He venido a Londres porque he decidido ser una esposa como Dios manda.
– ¿Una esposa como Dios manda? Sophy, sé que esto te sorprenderá, pero el hecho es que una esposa como Dios manda obedece a su esposo. No trata de engañarlo haciéndole creer que se ha comportado como un monstruo. No le niega sus derechos en la cama. No se le aparece inesperadamente en su casa de la ciudad cuando ha recibido órdenes expresas de permanecer en el campo.
– Sí, bueno. Sé perfectamente bien que no he sido exactamente el modelo de esposa que usted quiere. Pero en honor a la justicia, Julián, debo decirle que lo que usted quiere es demasiado estricto.
– ¿Estricto? Madam, lo que pretendo de ti es tan sólo un poco de…
– Julián, por favor. No quiero pelear con usted. Sólo trato de corregir errores. Empezamos mal este matrimonio y admito que fue mayormente por culpa mía. Me parece que lo menos que usted puede hacer es darme la oportunidad de demostrarle que estoy dispuesta a ser mejor esposa.
Hubo un largo silencio por parte de Julián. Se quedó quieto, examinando arrogantemente el rostro ansioso de Sophy. La expresión de sus ojos representaba al mismo diablo. Sophy pensó que nunca se había visto más demoníaco que bajo aquella luz de la vela.
– Permíteme estar completamente seguro de que te entiendo, Sophy. ¿Dices que quieres que este matrimonio sea tan normal como los demás?
– Sí, Julian.
– ¿Debo asumir que estás dispuesta a concederme mis derechos en tu cama?