Sophy comenzaba a darse cuenta de que jamás hallaría paz sino hasta que Julián demostrase ser el amo absoluto en la privacidad de su cuarto. Tenía muy pocas posibilidades de construir esa relación armoniosa con la que tanto había soñado si Julián estaba obsesionado en seducirla.
Sophy dejó de caminar abruptamente cuando se le ocurrió que Julián tal vez se quedaría satisfecho con una noche de conquista. Después de todo, no estaba enamorado de ella. Por el momento, aparentemente, ella sólo constituía un desafío porque era su esposa y porque se negaba a darle los privilegios que le correspondían por derecho propio. Pero tal vez, si pensaba que finalmente había demostrado que era capaz de seducirla, la dejaría en paz por un tiempo.
Rápidamente, Sophy acudió a su maletín de medicinas, bellamente tallado. Lo abrió y estudió cada uno de los diminutos recintos y gavetas. Ardía de ira y miedo, así como de otra emoción igualmente intensa que no quiso examinar con demasiada exactitud. No tenía mucho tiempo. En pocos momentos Julián atravesaría la puerta que comunicaba el cuarto de Sophy con el vestidor de él. Y luego la tomaría entre sus brazos y la tocaría como tocaría indudablemente a su bailarina de ballet o actriz o lo que fuere.
Mary abrió la puerta y entró en la habitación, trayendo una bandeja de plata entre sus manos. Su té, señora, ¿desea otra cosa más?
– No, gracias, Mary. Puedes retirarte. -Sophy logró esgrimir una de las más naturales de sus sonrisas al despedir a la criada, pero el especial brillo en los ojos de Mary al retirarse le hizo advertir que no la había engañado. Sophy podía jurar que hasta oyó una risita desde el corredor.
«Aparentemente los sirvientes se enteran absolutamente de todo lo que sucede en un caserón como este», pensó Sophy, con cierto resentimiento. También era muy probable que Mary supiera perfectamente bien que Julián jamás había pasado la noche en la recámara de su esposa. En cierto modo, esa idea la mortificaba.
Por un instante se le pasó por la mente que, tal vez, gran parte de la irritación de Julián se debía a que todo el personal de la casa estaría preguntándose por qué no se acostaba con su flamante esposa.
Sophy endureció su corazón. No dejaría de lado sus objetivos sólo para salvaguardar el orgullo masculino de Julián. Ya como estaban las cosas hasta ese momento, Julián abusaba bastante de tal privilegio. Buscó en una de las gavetas del maletín y extrajo una pizca de manzanilla y de otra hierba un poco más fuerte. Bastante más fuerte. Con gran habilidad, las colocó dentro de la tetera hirviendo.
Luego se sentó a esperar. Tenia que sentarse. Temblaba tanto que no podía mantenerse de pie. No tuvo mucho tiempo para anticipar lo inevitable. De pronto se abrió la puerta comunicante y Sophy se sobresaltó. Sus ojos fueron directamente a la puerta, donde estaba Julián, con ropa de cama en seda negra, bordada con el símbolo de los Ravenwood. La miró con una sonrisa cómplice.
– Estás demasiado nerviosa, pequeñita -le dijo con ternura, mientras cerraba la puerca detrás de sí-. Esto pasa por posponer las cosas más de lo debido. Has conseguido que todo esto tomara proporciones desmedidas. Mañana a primera hora ya podrás ver todo desde otra perspectiva, como se debe.
– Me agradaría suplicarle por última vez, Julián, que no insista más. Tengo la sensación de que está violando el espíritu de nuestro trato, aunque no esté faltando a su palabra.
La sonrisa se le borró y la mirada se le tomó más severa. Metió las manos en los bolsillos de su camisón y empezó a caminar lentamente por el cuarto de Sophy.
– No volveremos a discutir el tema de mi honor. Puedo asegurarte que para mí es algo muy importante y jamás haría nada que pudiera empañarlo.
– ¿Quiere decir que tiene su propia definición de honor entonces?
La miró enojado.
– Sé definir el honor mucho mejor que tú, Sophy.
– ¿Yo carezco de la aptitud para definirlo de un modo correcto porque soy simplemente una mujer?
Julián se relajó y su sonrisa empezó a asomar nuevamente.
– No eres simplemente una mujer, mi amor. Eres una dama de lo más interesante, créeme. Cuando pedí tu mano en matrimonio, ni soñaba obtener una pócima tan fascinante contigo. ¿Sabías que tienes un poco de encaje colgando en el camisón?
Sophy bajó la vista, un tanto incómoda y vio que el encaje le quedaba suelto sobre el pecho. Hizo un par de intentos por reacomodarlo pero fueron en vano. Abandonó el esfuerzo. Cuando levantó la cabeza advirtió que miraba a Julián a través de un mechón que se le había escapado de las horquillas que sujetaban su peinado. Irritada, se lo acomodó detrás de la oreja y se irguió, orgullosa.
– ¿Le agradaría una taza de té, milord?
La sonrisa de Julián se ensanchó indulgentemente y sus ojos adoptaron un verde muy intenso.
– Gracias, Sophy. Después de todo el oporto que bebí cuando terminé de cenar, creo que una taza de té me vendrá muy bien. No me gustaría quedarme dormido en un momento tan crucial como éste. Estoy seguro de que te decepcionarías muchísimo.
«Qué arrogante», pensó ella mientras le servía la taza de té. Sabía que su esposo interpretaba la invitación como una señal de sumisión. Un momento después, cuando ella le entregó la taza de té, Julián la aceptó con el mismo gesto que un conquistador recibe la espada del derrotado.
– ¡Qué aroma tan interesante! ¿Es tu propia receta, Sophy?-Julián bebió un sorbo y siguió caminando por el cuarto.
– Sí. -Esa palabra tan cortita pareció atragantársele. Miró con enfermiza fascinación cómo tomaba un segundo sorbo-. Manzanilla y… otras flores. Tienen un efecto tranquilizante cuando uno se ha puesto más nervioso de la cuenta.
Julián asintió, ausente.
– Excelente. -Se detuvo un instante frente al escritorio de palisandro de Sophy, para estudiar los libros que ella había acomodado sobre éste-. Ah, el lamentable material de lectura de mi marisabidilla esposa. Veamos cuan patéticos son tus gustos en realidad.
Extrajo primero uno y luego otro de los volúmenes de tapas de cuero que estaban sobre el estante. Bebió otro sorbo de té, mientras leía los títulos de las tapas.
– Hmm, Virgilio y Aristóteles en traducción. Decididamente, excede un poco al lector común, pero tampoco es para espantarse. Yo también leía estas cosas.
– Me alegro que lo apruebe, milord -dijo Sophy, tensa.
Él la miró, divertido.
– ¿Te parezco condescendiente, Sophy?
– Mucho.
– No es mi intención serlo, sabes. Simplemente, siento curiosidad por tí. -Volvió a guardar los clásicos y sacó otro volumen-. ¿Qué más tenemos por aquí? ¿ La Medicina Primitiva , de Wssiey? Un poco antiguo. ¿No?
– Pero sigue siendo una excelente guía de herboristería, milord. En él se detalla muy bien cada una de las especies. Mi abuelo me lo regaló.
– Ah, sí, las hierbas. -Dejó ese libro y tomó otro. Sonrió con indulgencia-. Bueno, veo que las pavadas románticas de lord Byron también llegaron al campo. ¿Te gustó Childe Harold, Sophy?
– Me resultó muy entretenido. ¿Y a usted?
Él sonrió sin inhibición alguna ante el abierto desafío.
– Debo admitir que lo he leído y que ese autor tiene un modo muy especial de escribir melodramas, pero viene de una larga generación de tontos melodramáticos. Me temo que vendrán más héroes melodramáticos de lord Byron.
– Por lo menos no es un escritor aburrido. Tengo entendido que ha causado furor en Londres -dijo Sophy tanteándolo, preguntándose si tal vez, accidentalmente, no habría encontrado un punto de interés intelectual en común con él.
– Si con eso te refieres a que las mujeres caen rendidas a sus pies, sí es verdad. Un hombre podría quedar todo pisoteado, bajo un montón de hermosos piececitos si comete la estupidez de asistir a la misma tumultuosa recepción a la que lord Byron es invitado. -Julián no parecía tenerle ni la más mínima envidia.
Era evidente que el fenómeno Byron le resultaba divertido y nada más-. ¿Qué más tenemos aquí? ¿Quizás algún texto avanzado sobre matemática?
Sophy casi se atragantó al ver el libro que su marido tenía en la mano.
– No precisamente, milord.
La expresión indulgente de Julián desapareció de su rostro cuando leyó el título en voz alta.
– La reivindicación de los derechos de la mujer, por Wollstonecralt.
– Me temo que eso es, milord.
Julián levantó la vista del título del libro. Tenía tos ojos muy brillantes.
– ¿Ésta es la clase de textos que has estado estudiando? ¿Una ridícula estupidez expuesta por una mujer que no es otra cosa más que una aventurera?
– La señorita Wollstonecraft no era ninguna aventurera-exclamó Sophy, indignada-. Era una pensadora libre, una mujer intelectual de gran habilidad.
– Era una ramera. Vivió abiertamente con más de un hombre sin estar casada.
– Ella sentía que el matrimonio no era más que una jaula para las mujeres. Una vez que la mujer se casa, queda a merced de su esposo- Carece de todo derecho propio. La señorita Wollstonecraft conocía profundamente la situación de la mujer y sentía que algo debía hacerse al respecto. Sucede que estoy de acuerdo con ella. Usted dice que siente curiosidad por mí. Bueno, lea un poco este libro y aprenderá así algo acerca de mis intereses.
– No es mí intención leer semejante idiotez. -Julián arrojó el libro a un costado, sin el menor cuidado-. Es más, querida. No voy a permitir que te sigas envenenando el cerebro con la obra de una mujer a quien debieron haber encerrado en Bedlam o quien debió haberse instalado en Trevor Square como prostituta profesional.
Sophy apenas pudo contener su impulso de arrojarle a la cara la taza de té que ella estaba bebiendo.
– Teníamos un trato respecto de mis hábitos de lectura, milord. ¿También va a violar ése?
Julián se tragó el último sorbo de té, apoyó la taza sobre el platito y los apartó. Avanzó hacia ella deliberadamente, con la expresión fría y furiosa.
– Insinúa una sola acusación más acerca de que no tengo honor y no respondo por las consecuencias. Ya estoy harto de esta farsa a la que llamas luna de miel. No se logra nada positivo. Ha llegado el momento de poner los puntos sobre las íes. Ya te he perdonado lo suficiente, Sophy. De ahora en adelante serás una esposa como corresponde, tanto en la cama como fuera de ella. Aceptarás mis opiniones en todas las áreas y eso incluye tus hábitos de lectura.