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Capítulo 26 La bolsa ola vida

El comisario Torrecilla y la inspectora Menéndez estaban como dos pasmarotes, sentados frente a frente con el teléfono en medio. La voz de mujer que informó del secuestro había anunciado una segunda llamada:

■■Hola, policía. No pienso dar mi nombre ni mi número porque esto es un secuestro de verdad. Silvia Martín, la ci-devant Princesa María Virtudes de las Angustias Martell, está en nuestro poder. Repito, sí, ¡está capturada! Corre muchísimo peligro como no sigan nuestras instrucciones al pie de la letra. Me pondré de nuevo en contacto mañana a las doce cuarenta y dos pe eme. Preguntaré por la señora.»

– Cojo yo -recordó el comisario cuando sonó el teléfono.

En el otro extremo de la sala se encendieron los pilotos intermitentes en la consola de los técnicos de intervención telefónica y Fernando Armero mostró el puño con el pulgar extendido hacia arriba.

– Listos, jefe. Allá vamos.

Torrecilla asintió y descolgó.

– ¿Está la señora? -preguntó una voz de hombre.

– ¿De parte de quién, por favor? -retrucó el comisario, con el objetivo de ganar tiempo.

– ¿Usted es idiota?

– No, soy Torrecilla. Comisario Pedro Torrecilla. Hablo en nombre de la policía española. Es decir, soy la persona en quien el señor ministro ha depositado su confianza en tan dramáticas…

– Calle y escuche, Torrecilla -interrumpió la voz -.Sólo soltaremos a la Princesa si le conceden a Bobby Fischer la nacionalidad española en el Consejo de Ministros del viernes.

– ¿El tío del ajedrez?

– Exacto, para que pueda seguir jugando.

– No comprendo bien…, ¿él no es de suyo norteamericano?

– Por eso mismo, Torrecilla. España no mantiene ningún bloqueo contra la ex Venezolandia. Primera condición: Bobby ciudadano español. Segunda condición: si quieren volver a ver viva a la Princesa, preparen ocho millones en metálico, en billetes de cinco mil con números de serie no correlativos, ¿comprendido?

– ¿Millones de pesetas?

– Meta el dinero en una bolsa de deportes y espere instrucciones.

– ¿Una bolsa Adidas servirá?

Tras una breve pausa, la voz adquirió un tono diferente, en apariencia irónico.

– De ningún modo. Tiene que ser una bolsa de Montreal 76. Téngalo el viernes a las 5 p. m. Recuerde: o es Montreal 76 o no hay trato.

Torrecilla seguía concentrado en su objetivo de prolongar la conversación para que Armero pudiera localizar la llamada.

– ¡Han pasado casi veinte años! No sé si quedarán ya esas bolsas…, compréndalo…, necesitamos más tiempo.

– Arrégleselas. Recuerde. Primera condición: nacionalidad para Bobby por decreto. Segunda: la pasta en la bolsa correspondiente. SÍ no, el viernes a las cinco y un minuto en punto la Princesa será ejecutada.

– Necesitaría alguna prueba de que ahora está viva y en su poder.

– Descuide, comisario. ¿Qué prefiere? ¿Le envío una oreja o mejor un dedo, que tiene huellas dactilares?

Colgó.

Fernando Armero se arrancó los cascos de las orejas y golpeó la consola con el puño cerrado. Saltaron chispas.

– ¡Maldición! Han desviado el rastro por satélite, a través de la órbita geoestacionaria… Según el ordenador, se supone que llama desde una cabina pública en la Perspectiva Nevsky de Leningrado…, ¡jal

– ¡Qué malditos! – reconoció Torrecilla-. Esa cinta la quiero en el laboratorio -le ordenó a Armero-. Y tú, consigue la dichosa bolsa de Montreal. Ya sabes dónde las hay todavía -le tocó a la inspectora Menéndez.

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