Estaba agotado y conducía con lentitud a través de la noche oscura, escuchando la música de una de las estaciones de radio latinas.
Porque a ti te debo mis horas amargas.
Porque a ti te debo mis horas de hiel.
Porque en ti ha quedado toda mi esperanza,
y en ti te has llevado mi vida también.
Sonaba triste el acordeón de un corrido tex-mex. ¡Qué oportuno! Aquél era él.
¿Por qué le habría traicionado Karen? ¿O es que jamás lo amó y se acostaba con él para utilizarlo como Linda hizo con Douglas? De ser así, él era un perfecto estúpido. Y ella una puta.
Que lo sepa el mundo, que lo sepan todos,
todavía te quiero tanto como ayer.
Notó que una lágrima resbalaba por su mejilla derecha y que la visión de la carretera se nublaba. Y sintió una gran lástima por sí mismo. La amaba, había construido todo un mundo de ilusiones alrededor de ella y ahora ese mundo era sólo ruinas. La vida era monótona y aburrida hacía sólo unas semanas; hasta ayer una maravillosa aventura, y desde hacía unos minutos un estercolero. ¡Y él, que la creía en peligro, que hubiera dado su vida por ella! ¡Estúpido! Ojalá no la hubiera conocido jamás. Un sollozo salió de su pecho, sorprendiéndole; no lloraba desde niño. Rompió en llanto.
Se había desviado por la 55 y luego por la Newport Freeway en dirección al océano. Lo hizo sin pensar, automáticamente, como si fuera a coger su barca. Luego tomó la 1, la Pacific Coast Highway dirección sur. Cuando se sentía herido, su instinto lo llevaba hacia la casa de sus padres en Laguna Beach; su verdadero hogar.
En la carretera de la costa, los restaurantes estaban ya cerrados y casi nadie circulaba.
Sacudió la cabeza. ¡Ya basta de autocompasión! Intentó pensar fríamente y hacer un inventario de lo que ocurría. Pero ¿qué es lo que realmente quieren Dubois, Kevin y los suyos?
Kevin, el revolucionario y carismático profesor de universidad. El idealista. Había usado a Karen, su amante, para enamorarle a él y hacerle trabajar en su proyecto. Era obvio que Kevin no era un Buen Hombre ni ella una buena mujer. Karen, Kevin, la fallecida Linda y hasta quizá Dubois, junto con otros, formaban un grupo radical, una secta, dentro del grupo de creyentes de la Iglesia de los cátaros. «No usan la violencia física, pero sí luchan, y está claro que no siguen fielmente las enseñanzas de Cristo. Utilizan la seducción y el sexo como armas. Son una secta, distinta, pero una secta como los Guardianes del Templo». Quizá su finalidad última fuera también el control de la Corporación y con ese fin lo habían reclutado a él. Buscaban el poder como los otros y quizá no fueran mucho mejores. Ahora estaba todo claro. Kevin y Karen lo habían utilizado para sus fines. Y ella le había destrozado el corazón.
Jaime detuvo su coche en los jardines construidos sobre los acantilados a la entrada de Laguna Beach. Bajó y, guiado por el estruendo, anduvo en la fría noche hacia las rocas bajo las cuales rompían, encrespadas, las olas.
El viento, mensajero del frío y de la humedad del océano, llegaba a fuertes ráfagas mientras en el cielo las estrellas parpadeaban entre las rápidas nubes. Se sentó en unas piedras tratando de distinguir en la oscuridad el islote donde los leones marinos tornaban el sol durante el día. ¿Estarían allí con ese oleaje? No. No lo creía.
Las rocas y las olas. ¡Había visto tantas veces aquel paisaje! Le atraían. ¿Y si saltaba ahora? Seguro que no podría luchar contra su fuerza y dureza. No conseguiría salir y moriría. El suicidio. Sin Karen la vida no tenía sentido. Se sentía estúpido y engañado. Terminar con su vida le libraría de aquel dolor.
Pero ¿cómo podían haberle engañado así? Algo no estaba claro; los recuerdos de su vida pasada. ¿Eran falsos? En ese caso los cátaros debían de tener un sistema para implantar vivencias en la mente de las personas de forma que revivieran una experiencia prefabricada. ¿Era posible? ¿Existía tal tecnología? De haberla, el poder de su propietario sería inmenso. ¿A cuántos más les habían hecho creer que eran el rey Pedro y que Karen había sido su amante?
Cerró los ojos. Imaginaba a Karen seduciendo a otros con la misma historia. No lo podía soportar. Se sentía muy cansado. Miró al oscuro mar. Enorme masa negra en movimiento golpeando sin descanso las rocas. Desde la seguridad de la tierra firme sentía al océano como una fiera salvaje dispuesta a devorar a cualquiera que cayera en sus garras. Le llamaba y, con ese ruido de rugido constante, le seducía para que fuera con ella. Notaba, intensa, su atracción.
Algo no encajaba en todo el esquema. ¿Cuál era el papel de Dubois? Parecía un verdadero Buen Hombre comprometido con seguir las enseñanzas de Cristo y predicarlas. Pero debía de haber ayudado a los otros.
Además, allí estaban sus «recuerdos» del avión. Los vivió fuera de todo control de los cátaros. ¿Programados previamente? Difícil. Sin embargo eran continuación y totalmente coherentes con los anteriores.
La complejidad de Pedro, su lucha interna en búsqueda del verdadero Dios, era demasiado real. Hug de Mataplana y Ricardo. Estaba seguro de que eran el mismo.
¿Y si después de todo sus recuerdos fueran reales? Que Karen le hubiera engañado con Kevin no quería decir que le hubiera engañado en el resto.
Pero ¿qué sería lo cierto y qué la mentira?
Jaime echó una nueva mirada al océano, que continuaba rugiendo, batiéndose contra las rocas. Todavía oía su llamada.
– Hasta luego -le dijo. Definitivamente él no era un suicida, Tenía demasiadas preguntas que necesitaban respuesta.
– Cuéntamelo todo -le dijo Ricardo sentándose a una mesa lejana a la música que permitía el diálogo.
Ricardo le escuchó con atención, rascándose la cabeza de cuando en cuando, mientras Jaime le resumía la historia, incluyendo los recuerdos del pasado y la participación del propio Ricardo en la trama. Al llegar a ese punto, soltó una exclamación.
– ¡Chin, mano!
– Y así llegamos a la parte que tú conoces. Le envío mi declaración de amor, y antes de que ella responda, se cruza un mensaje en que me dice que está en peligro y que tiene miedo. Yo lo dejo todo y corro a su lado angustiado, sin importarme el riesgo, para defenderla; porque la amo como un loco. ¿Y qué me encuentro? Que está pasando un buen rato con otro. Que me ha engañado. Que he sido utilizado como un estúpido para los intereses de esa secta cátara. ¿Tú me entiendes? Me utiliza porque les puedo ayudar a ganar su batalla contra los Guardianes. Una pequeña pieza dentro del juego de Karen. Me siento muy mal, Ricardo. He sido un idiota y como un idiota he sido tratado.
– ¡Qué mala onda! Pero, bueno, todos somos idiotas a veces, Jaime. No siempre se puede ser el más listo. Ahora dime con toda sinceridad, ¿la quieres todavía?
Jaime temía que Ricardo le hiciera esa pregunta. Exploró su interior y respondió:
– Sí.
– Pues ve por ella. No dejes que ese tipo se la quede.
– ¿Cómo me dices eso, Ricardo? ¿Después de lo que me ha hecho?
– ¿Qué te ha hecho? ¿Acostarse con aquel tipo? Muy bien. Cuéntame, pues, qué hiciste tú con Marta. No hace falta que me expliques los detalles. Sólo dame una idea general.
– Sí, nos acostamos. Pero era distinto.
– ¿Cómo que era distinto? Cuéntame por qué. ¿O es que lo hicieron de pie en lugar de acostados?
– Yo no tenía ningún compromiso con Karen cuando me acosté con Marta.
– ¿Ah no? Yo creía que ya llevaban tiempo Karen y tú saliendo juntos.
– Sí, pero yo no me sentía comprometido.
– ¡Ah! No te sentías comprometido. ¿Le preguntaste a ella si se sentía comprometida?
– No. No sabía cómo consideraba ella lo nuestro.
– Bueno, entonces le contaste que te fuiste con Marta, ¿verdad?
– No. No se lo conté -respondió irritado-. Dime adónde diablos quieres ir a parar.
– Muy sencillo. Que lo que ha ocurrido con Karen y ese tipo es lo mismo que ocurrió con Marta y contigo. Están a mano.
– No; no es lo mismo.
– ¿Por qué no? ¿Porque tú sabes lo de ella y ella no sabe lo tuyo? Igual Karen pensaba contarte su aventura.
– No creo que me la contara.
– Igual es más honrada que tú. Pero no importa. Imagínate que no hubiéramos aparecido esta noche a través del pasadizo secreto como dos fantasmas a joderles la movida. -Ricardo soltó una carcajada-. Porque esos dos, después del susto, no habrán podido terminar. -Ricardo empezó a reírse con buen humor-. ¿Te imaginas que estás tú así, tan a gustito, y aparece un cabrón corriéndote a tiros? -Ricardo rompió a carcajadas.
Jaime no pudo menos que sonreír al imaginarlo tal como Ricardo lo contaba. Su amigo estaba convirtiendo la tragedia en comedia, tal como él había temido.
– Eres un cabronazo, Ricardo. Cómo se nota que esto me ocurre a mí, no a ti. Ríete comemierda, que este mundo da muchas vueltas.
– No, Jaime. A mí ya me han pasado cosas semejantes. Algunas la sabes y otras te las cuento luego y nos reímos. Pero a lo que iba. Imagínate que llegas hoy y no sabes nada de lo que pasó en la noche. ¿Continuarías loco por ella?
– Claro.
– Pues no seas tonto. Lo malo será si ella se quiere quedar con ese Kevin. Pero si la puedes recuperar, consíguela. No dejes que ese hijo de la chingada se la quede. Por eso se sonreía el tipo ese; Porque se creía que te la quitaba.
– Pero yo le dije que la amaba, Ricardo. Y me ha traicionado.
– No te ha traicionado, si nada te prometió. Nada es tuyo hasta que lo consigues. Pelea por ella, Jaime; pelea por ella si la quieres.
El sol entraba, a ratos, a través del ventanal con las cortinas a medio correr. Nubes y claros. Ya era la tarde cuando Jaime despertó. Miró el reloj. ¡Las cinco! Tenía hambre y fue al frigorífico. ¡Prácticamente vacío! Preparó tostadas, huevos, un zumo de naranja helado y un reconfortante café. ¿Qué había pasado? ¿No sería todo una pesadilla? ¿Una más de las que le habían asediado en la noche? ¡Ojalá lo fuese! Puso el contestador automático.
Un mensaje de Delores, su ex mujer, para que la llamara y acordar el fin de semana con su hija. Otro de su madre para saber cómo estaba. Lo cierto es que debía cuidar un poco más a la familia. Aquello lo estaba desquiciando. Varios recados de Laura. ¿Dónde estaba? Le buscaban en la oficina. Un mensaje de Ricardo; le decía que había recuperado el coche y que lo esperaba en el club para continuar su charla. Y finalmente uno de Dubois.