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LUNES

51

Entre música y anuncios, la radio informaba de los puntos negros de la extensa red de autovías del área de Los Angeles y rutas alternativas para evitarlos. El tráfico era infernal en la lluviosa mañana pero Jaime, atrapado en la Ventura Freeway, se sentía bien.

Karen no le había guardado rencor por las acusaciones que lanzó el sábado contra ella y su amiga Linda, y, ya los dos solos, dedicaron el resto del fin de semana a hablar mucho, al amor, a navegar y a comer bien. El tiempo empezó a estropearse la tarde del domingo, pero él no le dio importancia. El sol lucía en su interior.

Al fin lograba consolidar la avalancha de información y emociones del sábado. Todo iba muy rápido. Demasiado. Pero las charlas con Karen le ayudaron mucho y, aunque él no pudiera cambiar las cosas, entender lo que ocurría le daba seguridad.

El tráfico empezó a detenerse y en menos de medio minuto estaba parado. Habitualmente se irritaba con los estúpidos que causaban los problemas y con la radio por no haberle advertido a tiempo. Pero hoy no. Estaba enamorado de una mujer estupenda. Y ella le correspondía. Unas semanas antes, se lamentaba de su vida anodina, sin ningún sentido ni finalidad, sólo dirigida a ganar unos dólares más. Ahora estaba inmerso en una apasionante aventura que mezclaba un pasado épico con un presente lleno de interrogantes y suspense.

Y quizá por primera vez en su vida tendría la ocasión de luchar por aquella vieja utopía familiar: la libertad. Pero por encima de cualquier otra consideración, lo que realmente le hacía sentir tan feliz era ella: Karen; se sentía un hombre afortunado.

Los coches de policía adelantaban a toda velocidad por el arcén camino del problema, con sus fulgurantes luces destellando, siniestras, en la mañana gris.

Su mirada se cruzó con un hombre de tez cobriza y gorra de béisbol, al volante de una vieja pick-up detenida a su lado. Jaime le sonrió cordialmente, dirigiéndole un gesto de resignación. El otro lo miró extrañado, respondió con un leve saludo con la cabeza, regresando su mirada al frente. Jaime se dijo que, contra su costumbre, se estaba comportando con demasiada amabilidad. Este hombre habrá creído que soy gay, pensó, y le hubiera gustado gritarle que lo único que le ocurría era que se sentía muy feliz.

Unos doscientos metros más adelante un helicóptero descendía sobre la autopista de vehículos inmóviles. Era un accidente serio, habría heridos graves.

Sus pensamientos volvieron a Karen; a sus casi cuarenta años se había enamorado de ella como un tonto. Sólo esperaba que no tuviera que arrepentirse.

El amor es ciego, dice el refrán, pensó. Pero él no estaba tan ciego como para concluir, a esas alturas de la historia, que su primer encuentro con Karen, en la hamburguesería griega, había sido totalmente casual.

Él era una pieza, quizá importante, en la partida de ajedrez que los cátaros jugaban contra los Guardianes del Templo, pero ¿era aquel juego la única finalidad de Karen, o también lo amaba de verdad? ¿O sólo pretendía utilizarlo para sus fines, tal como Linda usó a Douglas?

Maldita sea, se dijo. Los pensamientos negativos vuelven como una nube de mosquitos. ¿Y si el único interés de Karen por mí es ganar su partida a los Guardianes? ¿Qué será de mí cuando el juego termine? Jaime sacudió la cabeza como para ahuyentar aquellas preguntas.

Bien, concluyó, la vida es corta, y la felicidad, un pájaro que vuela de árbol en árbol. Hoy está en mi jardín y en forma de una mujer estupenda, quizá la compañera que he buscando toda mi vida. Debo aprovechar esta felicidad al máximo. El juego podría ser muy largo, la partida de ajedrez quizá dure toda la vida y, mientras dure, la disfrutaré.

52

Jaime llegó a la oficina con casi una hora de retraso, pero continuaba de buen humor.

– Nos hemos dormido esta mañana, ¿verdad? -le dijo Laura al verlo llegar con paso presuroso por el pasillo.

– El tráfico, Laura, las malditas autovías.

– Yo apostaría a que se trata de tu disipada vida de divorciado. -Ella compuso un gesto severo.

– No es mi culpa, fue ella la que me dejó.

– No todo el mundo tiene el aguante de tu secretaria. ¿Quieres las noticias antes o después del café?

– Ya, suéltalo.

– El gran jefe White te ha llamado dos veces para ver si habías llegado. Quiere verte.

– ¡Maldita sea! ¿Es que no existe el tráfico para los jefes?

– Depende. Para el tuyo, no; para el mío, sí.

– Muy lista -murmuró Jaime entrando en su despacho.

Colgó la chaqueta y pulsó el botón de White en el teléfono interno.

– White. -La voz sonó casi de inmediato.

– Buenos días, Charly. Me ha dicho Laura que querías hablar conmigo.

– Buenos días. Estoy reunido y te necesito aquí. ¿Puedes subir, por favor? -La forma de hablar sonaba rara, pasaba algo.

– Desde luego, ahora subo. -Y presionó el botón de desconexión-. ¡Mierda! Bonita forma de iniciar la semana. Una reunión urgente sin tener ni siquiera tiempo de sentarme en el despacho.

Por la puerta apareció Laura con el tazón de café.

– Lo siento, Laura. Gracias, pero no puedo tomar el café ahora. White está reunido con alguien y me espera.

– ¿Y qué hago con el café?

– Pues tómatelo tú.

– Ya he tomado uno.

– Pues tómate otro. ¡Hasta luego!

– El señor Berenguer, vicepresidente de Auditoría. -White lo Presentó con expresión muy seria-. Jaime, éstos son el inspector Ramsey y el agente especial Beck, del FBI.

Estrechó la mano a un afroamericano de unos cincuenta años y a un hombre de cara angulosa y ojos azules.

– El inspector Ramsey es el encargado de la investigación del asesinato de Kurth, y el agente Beck colabora con él. Siéntate por favor.

– Señor Berenguer, Linda Americo trabaja en su departamento, ¿verdad? -preguntó sin más preámbulos Ramsey.

– Sí, es jefe de auditoría -contestó Jaime extrañado-, pero no trabaja conmigo, sino con Daniel Douglas, y desde que él dejó la compañía está a las órdenes del señor White. ¿Qué ocurre?

– Señor Berenguer -Ramsey volvió a tomar la palabra-. Ha sucedido algo trágico que pudiera estar relacionado con el asesinato del presidente de los estudios Eagle. Le agradeceríamos toda la información que nos pudiera facilitar.

– ¿Qué ha pasado?

– Linda Americo fue asesinada en su hotel de Miami el viernes por la noche.

– ¿Qué? -Jaime sintió como si le hubieran propinado un puñetazo en la boca del estómago.

– Queremos que recuerde todo lo que se relacione con ella, que usted sepa o que haya observado y que nos pudiera dar pistas sobre posibles móviles o enemigos que ella tuviera -continuó Ramsey-. ¿Algo fuera de lo normal? ¿Algún comentario en la oficina sobre su vida personal?

– Pero ¿cómo ha ocurrido? ¿Cómo la han asesinado? -Jaime empezaba a reaccionar. De repente la maravillosa mañana de lunes se trocó en gris y siniestra. Y la conversación del sábado dejaba de ser un bonito cuento de caballeros, princesas y hadas. Ahora surgía como una amenaza real.

– La forma en que ocurrió está siendo aún investigada y no le podemos dar más detalles -respondió Beck, escueto-. ¿Recuerda algún dato relevante sobre la señorita Americo?

– No. Nada fuera de que lo que es conocido públicamente y que ya sabrán. Hace pocas semanas Linda desató un escándalo al acusar a su jefe, Daniel Douglas, de acoso sexual y él fue despedido.

– ¿Cree que puede tener relación con el asesinato? -inquirió Ramsey.

– No lo sé -dijo Jaime con prudencia.

– Señor Berenguer -intervino el agente del FBI-, parece que la señorita Americo pertenecía a una secta o grupo religioso muy particular. ¿Qué sabe usted?

– Mi relación con Linda era poca, estrictamente profesional y, aparte de lo técnico, sólo intercambiamos comentarios intrascendentes. Jamás abordamos ningún tema religioso o político. ¿Tiene algo que ver la religión con su muerte?

– Podría -contestó Beck-. Estamos investigando este aspecto junto con otros. ¿Le oyó comentar a ella, o a alguna otra persona, algo que indicara que la señorita Americo tenía una creencia o actitud religiosa inusual?

– Ya le he dicho que nuestra relación era escasa y superficial. No recuerdo nada de eso. -Jaime intentó mentir con naturalidad.

– ¿Sabe usted de alguien con quien la señorita Americo tuviera alguna relación extraprofesional? -Beck continuaba interrogando-. ¿Alguien de la oficina o de fuera que la llamara o viniera a buscarla al trabajo?

– No. No sé nada sobre su vida personal.

Por unos segundos se hizo el silencio. Parecía que Beck había terminado de preguntar y dirigió una mirada a Ramsey.

– Bien, gracias por su ayuda, señor Berenguer. Si puede recordar algo más, le agradeceré que contacte con alguno de nosotros.

Ramsey le ofreció a Jaime una tarjeta de visita, y Beck hizo lo mismo. Jaime les dio la suya.

– Gracias, Jaime -le dijo White-. Los inspectores Ramsey y Beck empezarán a media mañana a preguntar en tu oficina sobre la pobre Linda. Estoy seguro de que tú les ayudarás en lo posible y animarás a todo el departamento a que colabore en la investigación. Al final de la mañana se publicará una nota oficial sobre lo ocurrido; mientras tanto, por favor, no lo comentes con nadie.

– Desde luego -Jaime se levantó y se despidió de los pólizas-. Si les puedo ayudar en algo más, ya saben dónde estoy.

Gracias -repuso Ramsey-. Estoy seguro de que le pediremos más ayuda.

Al llegar a su despacho Jaime se encontró el tazón de café encima de su mesa de cristal, frío, imbebible. Cogió el tazón y regó los arbolitos que decoraban el fondo de la habitación. Hacía frío.

Se acercó a los ventanales. Diluviaba. No se veían las montañas del fondo y las palmeras inclinaban sus grandes hojas con el peso del agua que caía sin viento, vertical.

Tienen que ser los Guardianes del Templo, se dijo. La relación causa-efecto es demasiado inmediata para ser un crimen no relacionado. Pensó en White, su jefe; debía de estar implicado. Le costaba aún identificarlo con aquella secta oculta, pero los cátaros afirmaban que era uno de los Guardianes. Si ése era el caso, aquel miserable acababa de actuar muy bien ante la policía. Claro que él también había tenido que mentirles.

Sentía el peligro allí mismo, en su propio despacho; ronroneaba como si se tratara de un gran gato invisible al que, tendiendo la mano, se le pudiera acariciar el lomo. Pero no le intimidaba; le excitaba. Quería contraatacar de alguna forma y de inmediato. ¿Un atavismo de su pasado de noble de caballo y espada? De pronto le invadió un temor; no por él. Por Karen. La amenaza de un nuevo crimen era real, y podía ocurrir muy pronto.

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