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VIERNES

15

Pasaban siete minutos de las ocho cuando Jaime detuvo su coche frente a la barrera de acceso al complejo de apartamentos. Había dado un par de vueltas para llegar tarde y esperaba que Karen estuviera algo molesta, pero no lo suficiente para estropear la noche.

Desde la garita un enorme guarda con aspecto de pocos amigos le interrogaba en silencio.

– Karen Jansen.

El guarda no contestó y, tomando el teléfono, marcó un número sin perder a Jaime de vista.

Las ocho y nueve minutos, no era su intención llegar tan tarde, pero estaba seguro de que ella también planeaba hacerlo esperar.

El guarda soltó una carcajada, iluminando su rostro oscuro y serio con una gran sonrisa de dientes blanquísimos. Colgando el auricular se dirigió a Jaime. ¿El señor Berenguer?

– Sí.

– En el primer cruce gire a la derecha, por favor. -El hombre continuaba sonriente-. A cien metros encontrará a su izquierda una zona de aparcamiento ajardinada. Puede dejar el coche allí. La señorita Jansen vive en el edificio D, piso tercero B.

– Gracias -contestó Jaime, sorprendido e intrigado por la repentina amabilidad del hombre. Éste le respondió con un gesto amistoso.

La zona contenía edificios de media altura de estilo colonial sureño, con clase. El espacioso césped y los crecidos árboles de los jardines estaban ya iluminados para la noche.

Se preguntó cuál sería el edificio D, pero no tuvo tiempo de averiguarlo; ella avanzaba a través del jardín, y Jaime se dijo que habría salido de su apartamento justo al colgar el teléfono tras hablar con el guarda. Sintió un toque de remordimiento por su retraso intencionado.

Abrigo negro, bolso y zapatos de tacón a juego. Los ojos azules y los labios más rojos que de costumbre le sonreían en una cálida bienvenida. Estaba muy, muy hermosa.

Bajó del coche y quedaron a treinta centímetros uno de otro.

– Hola, Jim.

– Hola, Karen. -A pesar del riesgo de herir el feminismo de la chica, lanzó el piropo-. Estás muy guapa.

– Gracias -respondió ella como encantada por el cumplido-. Y tú, muy atractivo.

A Jaime le sorprendía la actitud relajada y feliz de Karen, que no mostraba el menor rastro de agresividad. No era lo que él anticipaba. Después de un instante de vacilación se apresuró a abrirle la puerta del coche.

– Gracias -repitió ella sentándose y, cuando el abrigo se abrió, dejando ver unas hermosas y largas piernas bajo una falda escueta, no se dio ninguna prisa en cubrirlas.

Jaime tragó saliva, cerró con cuidado la puerta y dio la vuelta al coche pensando que era la primera vez que le veía tanta pierna. Hasta el momento, para él las piernas habían sido una parte de la anatomía de Karen inexistente. Y de repente habían pasado a ser una acuciante realidad.

Arrancó el coche dominando la tentación de echar otro vistazo a su fascinante descubrimiento.

Karen correspondió al saludo entusiasta del guarda.

– Hasta luego, Was.

El hombre, aún sonriente, mostraba su revólver.

Jaime no entendía aquello.

– Karen -preguntó finalmente-, ¿qué le dijiste al guarda por teléfono cuando llegué?

– Le dije que no se llega tarde a la primera cita -respondió ella con tranquilidad-, y que te pegara un tiro en la cabeza si te entretenías un segundo más.

– Pues el sujeto tenía aspecto de no importarle el hacerlo. -Jaime encajó la broma-. Pero hubiera sido un castigo excesivo.

– Naturalmente que lo habría hecho y, además, encantado de la vida. -Luego el tono de Karen se hizo severo-. ¿Así tratáis los latinos a las señoritas en vuestra primera cita?

– No siempre. Sólo cuando son exitosas ejecutivas -respondió él con sorna.

– ¡Ah, no! -protestó ella con un divertido acaloramiento-. Los fines de semana no trabajo y exijo mis derechos femeninos; ni se te ocurra discriminarme, sería anticonstitucional.

– Vaya, ya sale la abogado.

La miró a los ojos. Ambos sonreían. No pudo evitar, visitar con su mirada aquellas piernas; le atraían como un imán. Sabía que ella lo había notado y se maldijo por su incontinencia.

Pero luego pensó que Karen le había pedido que no discriminara.

¡Habría que cumplir la Constitución del país!

The Red Gull era un romántico restaurante de estilo marinero con música suave, poca luz ambiente y velas rojas en la mesa.

La conversación progresó rápidamente de la intrascendencia de los hobbies a áreas más profundas. Ambos exploraban con avidez las zonas desconocidas del otro, descubriendo las propias.

– Mi abuelo paterno murió en una vieja guerra, en Europa, luchando por la libertad -contaba Jaime-. Y mi padre abandonó su primera patria, emigró a Cuba, donde después apoyó a los castristas para luego tener que huir de la isla y venir aquí, también en busca de la libertad.

– Pues ya la ha encontrado -concluyó Karen-. Será un hombre feliz.

– No creo que él esté muy seguro de haberla encontrado.

– ¿Por qué?

– Porque libertad es un concepto cambiante, una utopía que evoluciona. ¿Es la idea de libertad que tú y yo tenemos la que buscaban los padres de la Constitución de Estados Unidos? ¿O es la de la Revolución Francesa?

– Bueno, no llevar cadenas, poder ir a donde te plazca y votar a tus gobernantes ayuda a ser libre, ¿no crees? -argumentó Karen-. Pero a veces todos tenemos que hacer cosas que no deseamos. Para poseer una libertad total deberías tener el poder total.

– Demasiada filosofía. Temo que voy a aburrirte y no aceptarás otra cita.

– Te equivocas. -Sus ojos brillaban a la luz de las velas-. El tema me interesa. Me hablaste en la hamburguesería sobre el vacío de ideologías de nuestro tiempo, ¿verdad?

– Sí. Creo que los idealismos han muerto. La búsqueda de la libertad ha terminado.

– Ésa es la razón por la que no acepté salir contigo el sábado.

– Que ése es el motivo por el que te dije que no podía salir contigo mañana sábado. La libertad.

– ¿Y qué tiene que ver con que tú y yo salgamos? -Jaime estaba sorprendido-. ¿En qué limita tu libertad salir conmigo el sábado? ¿Tengo aspecto de esclavista?

Karen rió alegremente, disfrutando de la confusión de Jaime.

– No podía salir mañana contigo porque quedé con unos amigos para ir a una conferencia en la UCLA sobre la libertad y el poder en nuestro tiempo. Como ves, la libertad es la razón final de mi negativa.

– Muy lista.

– Cierto, pero ahora soy yo la que te invita a salir mañana. Siempre que vengas a la conferencia, claro. -Y luego añadió divertida-: Creo que puedes alcanzar el nivel intelectual requerido.

– Gracias por el aprobado, doctora, pero te recuerdo que fuiste tú quien me propuso salir hoy.

– Lo niego categóricamente -exclamó ella ampliando su sonrisa-. Jamás he pedido a un hombre que salga conmigo. Son ellos los que me lo piden a mí.

La mano de Karen estaba sobre la mesa, y Jaime sólo tenía que tender la suya para tocarla. Lo deseaba intensamente, pero pensó que quizá fuera prematuro y que podría estropear la velada. No quería cometer errores.

– Eres una simpática desvergonzada.

– Quizá -respondió ella con una picara mirada.

Jaime se preguntaba si lo estaría provocando premeditadamente.

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