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VIERNES

82

Se levantó y fue a la cocina a por un vaso de agua. La noche anterior propuso a Karen vivir juntos hasta que pasara el peligro. Karen aceptó. Casi nadie sabía que él estaba con los cátaros, y consideraban su apartamento bastante seguro.

Jaime llamaría hoy a Laura, su secretaria, para explicar que un familiar cercano había tenido un accidente y él tuvo que regresar de improviso. Que le dijera a White que el familiar era residente de otro estado y no iría a la oficina hasta el lunes. No; no estaría localizable.

Confiaba en que para el lunes estarían preparados para denunciar a los Guardianes ante David Davis.

Al regresar a la habitación se quedó mirando a Karen. Dormía sobre su lado izquierdo y estaba medio cubierta por la sábana. Su pelo desparramado sobre la almohada y su blanca piel resaltaban sobre las sábanas de color azul. Estaba bellísima. Jaime pensó que había sido enteramente suya durante la noche. Aún era suya. Le costaba creer que poseía a aquella mujer. Y esa sensación de propiedad le llenaba de una satisfacción como nunca antes sintió. Había ganado y tenía a Karen. De momento. Pero ¿hasta cuándo? Esa pregunta le torturaba. ¿Cuánto tiempo podría retenerla? Estaba seguro de que Kevin no aceptaba su fracaso e intentaría conseguirla de nuevo. ¿Continuaría Karen amándolo cuando ya no fuera necesario para los planes de su secta?

Jaime se acostó abrazando a Karen por detrás, con su pecho contra la espalda de ella y las piernas siguiendo las de su compañera en posición paralela, quedando los cuerpos ajustados.

Olvidó sus pensamientos, concentrándose en el placer del abrazo. Notaba la respiración tranquila de la que en este momento era su mujer y se sintió lleno de paz.

Al rato se levantó, fue a preparar el desayuno y al volver al dormitorio la besó para despertarla. Primero en la mejilla, luego en el cuello y en la boca. Karen abrió los ojos y sonriendo los volvió a cerrar. Al insistir Jaime, ella empezó a desperezarse.

– Buenos días, cariño -dijo ella.

Karen se medio vistió con el jersey de pico y sus braguitas de la noche anterior y se sentaron a desayunar.

– ¿Qué tal has dormido?

– Muy bien. ¿Qué tal tú?

– Me he despertado pronto; he tenido un sueño inquieto.

– ¿Cómo es eso? ¿No estabas bien conmigo?

– Claro que estoy bien contigo. Demasiado. Te amo con desesperación y el pensamiento de perderte, de que vuelvas con Kevin, no me deja en paz.

– ¡Oh, Jaime! Gracias. ¡Qué halagador!

– No lo digo para halagarte. Simplemente es así.

– Bien. Estás intranquilo porque crees que mañana te puedo traicionar con Kevin u otro. ¿Es eso?

– Pues… sí.

– Tengo una solución para eso. Cásate conmigo. Ahora.

– ¿Cómo que ahora?

– Sí. Para los cátaros el matrimonio no es un sacramento y ningún sacerdote tiene nada que decir o hacer sobre lo que tú y yo libremente acordemos.

– ¿Así que podríamos casarnos aquí y ahora?

– Sí. Hagámoslo. Te propongo que sea por un límite de tiempo corto antes de comprometernos definitivamente. ¿Qué te parecen tres meses?

– ¿Cómo que tres meses? ¿Por qué tan poco?

– La convivencia no es fácil y el pasado no garantiza el futuro. Yo cumplo mis compromisos. Puedes estar totalmente seguro de que mientras sea tu esposa no voy ni siquiera a permitir que se acerque a mí otro hombre. ¿Qué me dices? ¿Aceptas y te quedas tranquilo durante tres meses?

– Que sean seis.

– Trato hecho. Ven.

Jaime se levantó, quedándose frente a Karen. Ella le cogió las manos y mirándole a los ojos le dijo:

– Yo, Karen, me comprometo a ser tu esposa durante seis meses, o quizá para siempre si lo decidimos más adelante. Te seré totalmente fiel y estaré junto a ti tanto en los ratos buenos como en los difíciles, seré tu mujer física y mentalmente. Soy igual a ti y tú eres igual a mí. Por lo tanto, mi compromiso será válido siempre y cuando tú te comprometas a lo mismo y cumplas con lo acordado. ¿Qué me dices?

– ¡Karen! ¡Faltan los anillos!

– Los anillos son un símbolo material que no tiene importancia alguna para los cátaros. -Karen hizo aquí una pausa. Luego sonrió-. Pero yo amo las joyas, y estaré encantada con un regalo. ¡Pero, bueno, me tienes esperando! ¿Te comprometes también?

– Sí. Y además quiero añadir un par de puntos al contrato.

– ¿Cuáles? -preguntó Karen sorprendida.

– Que te amo con locura. Y que siempre te amaré.

– Y yo también a ti.

Y se fundieron en un beso y un abrazo. Cuando ambos se separaron, Jaime la cogió de la mano y tirando de ella hacia el dormitorio le dijo:

– No vale si no se consuma.

– ¡Pero si ya lo hicimos esta madrugada! -protestó Karen riendo.

– Consumaciones por adelantado no cuentan.

Karen se resistía jugando, y él la cogió en brazos mientras ella pataleaba ligeramente. De repente algo cruzó por su mente y la depositó en el suelo.

– ¿Era eso a lo que te referías cuando me dijiste que estuviste casada con Kevin durante un año? Era así, ¿verdad?

– ¡Ya basta de celos, estúpido! -contestó Karen frunciendo el ceño pero aún de buen humor. Empujándolo lo hizo caer de espaldas en la cama y echándose encima de él empezó a besarlo. Jaime pensó que las cosas estaban yendo por buen camino y que sería mejor no estropearlo. No insistiría en el tema de momento.

Pero tendría que hacer un gran esfuerzo de voluntad para poder echar al maldito Kevin de la cama.

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