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»No me había comprometido aún contigo, pero estaba tomando mi decisión, y esa decisión debía incluir terminar definitivamente con Kevin. Ambos me estabais pretendiendo. Y no sé qué pasó exactamente. Quizá decidí revisar cuáles eran mis sentimientos respecto a Kevin antes de contestarte. Ahora ya sé lo que siento por ambos.

– ¿Quiere decir eso que me garantizas la exclusiva?

– Sí. Si aún la quieres.

– Un margarita para la señorita. -Ricardo interrumpió sir viendo él personalmente las bebidas. Sin preguntarle le traía un nuevo brandy a Jaime-. Espero que se diviertan. Por cierto, una tal Marta, que dice ser antigua amiga tuya, ha estado preguntando por ti, Jaime.

Oportuno Ricardo. Le recordaba la noche pasada con Marta insinuando que Karen y él estaban en paz. Maldito entrometido pensó.

– ¡Ah! ¿Quién es Marta? -preguntó ahora Karen, frunciendo el ceño pero con una sonrisa aliviada por el cambio de rumbo de la conversación.

– Pues es una morena muy guapa que pregunta a veces por este caballero -contestó Ricardo con una gran sonrisa. El hijoputa se estaba divirtiendo, pensó Jaime-. Bueno, los dejo, parece que tienen de qué hablar. -Vio la expresión adusta de su amigo y le guiñó un ojo. Cogió la bandeja y se fue.

– ¿Quién es Marta?

– Una chica que conocí hace tiempo -mintió él-. Pero dime, Karen, toda esa historia de nuestro amor eterno, de nuestro amor de hace casi ochocientos años, ¿cómo te atreves a jugar con ello? ¿Cómo me dices que no sabes lo que pasó con Kevin? Me dices que te cortejaba y que tú le diste lo que te pedía. Así, tan fácil. ¡Por favor, Karen! ¿Cómo puedes ser tan superficial? Creía que considerabas lo nuestro único, casi sagrado. Que me descubriste en tus sueños del pasado, que me buscaste para continuar aquel gran amor hasta encontrarme. ¡Tu antiguo gran amor! ¿Cómo es posible? Lo encuentras y de inmediato le pones los cuernos.

– Te equivocas, Jaime -Karen contestó con firmeza-. No te puse los cuernos porque no tenía ningún compromiso contigo. Era una mujer libre y con dos ofertas. El asunto era muy importante. Lo pensé y luego tomé una decisión. No te he engañado en ningún momento. Si me quieres, tómame. Si no, dímelo y lo dejamos. Pero si me tomas ha de ser sin reproches y sin cuentas pendientes.

– Pero lo nuestro se supone que era distinto. Único. Exclusivo. Yo te he visto en mis recuerdos. Y te amaba con locura. Y ese amor se ha mantenido, ha crecido en el tiempo. ¿Cómo puedes comparar lo nuestro con tu asunto con Kevin?

– Tienes razón en lo extraordinario de lo que nos está ocurriendo, Jim, pero te equivocas en lo de único y exclusivo.

– ¿A qué te refieres?

– A que sí te puedo comparar con Kevin.

– ¿Cómo?

– Porque a él también lo amé antes.

– ¿Qué?

– No te puedo contar más, Jim. Debes terminar tu ciclo de recuerdos de aquella vida. Solamente créeme. No ha sido una decisión inmediata para mí. Tampoco tan fácil. Tenía que rechazar parte de mi vida antigua y tomar otra.

Jaime se quedó silencioso. Intentaba asimilar todo aquello. No sabía qué decir.

– Lo ocurrido con Kevin fue un tipo de despedida -continuó Karen-. Tú pareces tomarlo como una gran ofensa personal. Y te equivocas. No tienes derecho a censurarme. Se lo debía a Kevin.

Karen calló. Jaime se dio cuenta por unos momentos del entorno que lo rodeaba y de que durante la conversación el resto del mundo había desaparecido de su conciencia. La música sonaba ahora a ritmo caribeño, y el local se había llenado con mucha más gente. Y Karen estaba allí, delante de él. Hermosa como nunca y provocativa con su jersey de pico, que no escatimaba la vista de la parte superior de sus pechos. Y sus piernas largas y bellas se mostraban generosas hasta donde su corta falda había retrocedido al sentarse. Él amaba a aquella mujer. Y tenía mil motivos. Su personalidad, su sonrisa, la forma en que se expresaba, cómo se movía…

¿Qué podía reprocharle? Quizá algo o quizá nada. Lo que era seguro es que los reproches no le llevarían a nada positivo. Debía olvidar lo de Kevin lo antes posible y alegrarse de que fuera él el que ganaba y Kevin el que perdía.

Karen continuaba callada y lo observaba con ese brillo especial en sus ojos. Ante el silencio de Jaime, ella empezó a hablar de nuevo.

– Se lo debía al pobre Kevin. Y tú estropeaste la noche, Jim. Lo siento. Eso quiere decir que me va a quedar una deuda pendiente de pago con él.

– ¿Qué?

Karen estalló en una carcajada y continuó riéndose al verle la cara.

– Es broma. ¡Tonto! -le dijo a Jaime entre risas.

Jaime sintió un repentino alivio; pero no pudo reírse. Ni siquiera sonreír.

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