Yo lo andaba buscando. Oriol siempre me había gustado, sin embargo en las últimas semanas enloquecía por él.
Pero el chico no tomaba la iniciativa. Quizá porque era tímido; acaso me consideraba muy joven para él, o tal vez yo no le gustara… O, simplemente, porque no era suficientemente maduro y semejante idea aún no había cruzado por su mente.
– Tengo frío -murmuré acurrucándome contra él.
Abrió los brazos para acogerme y noté cómo temblaba. A través de los bañadores, de nuestras pieles mojadas, apreciábamos el calor del otro cuerpo y de haberse hundido el mundo a nuestro alrededor, entre tormenta y oleaje, yo no hubiera tenido más sentidos que para notarle a él. Me giré para ver sus ojos, tan azules a pesar de la luz gris, y entonces ocurrió. Su boca, el beso, el abrazo. El sabor de su saliva y de la sal. Rugía el mar, el cielo se partía a truenos, repicaba la lluvia… aún me estremezco al pensarlo.
Recuerdo mi último verano en España, la tormenta y el beso.
Recuerdo el mar embravecido, la arena, las rocas, la lluvia, el viento y mi primer beso de amor.
No he olvidado nada, le recuerdo a él.