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– El señorito Oriol no está en casa -respondió la doncella.

– ¿Sabe cuándo regresa? -inquirí nerviosa.

– No lo sé pero no será ni hoy ni mañana. Se ha ido de viaje sin decir cuándo vuelve.

Sentí el suelo moverse bajo mis pies y hubiera deseado que el maldito aeropuerto se hundiera conmigo dentro. ¡Qué decepción! Barcelona, tan llena antes de todo, era ahora un desierto, un completo vacío. Le faltaba lo único que ahora quería de ella. Me sentía desolada, abandonada, sin futuro.

¡Qué pronto se consolaba Oriol de mi ausencia! Un viaje. ¿Con una amiguita? ¿Quizá esa odalisca de la playa? Y yo que venía a sorprenderle, a ofrecerle mi vida, a dárselo todo, mi carrera profesional, mi amor… todo. ¡Qué estúpida! Sentía un nudo en la garganta, me había quedado muda al teléfono.

– Creo que dijo que se iba a Nueva York -añadió la mujer ante mi silencio.

Con un hilillo de voz le di las gracias y colgué.

«Nueva York», ¡Dios mío!, «Nueva York», me decía mientras buscaba un banco para sentarme. Otra vez notaba mis piernas débiles. ¡Él también quiere darlo todo por mí!

Miré unos momentos mis manos, ahora desanilladas, símbolo de una libertad que había decidido que valía mucho menos que el amor. Con un profundo suspiro, cerré los ojos y echando la cabeza hacia atrás en mi asiento, noté que mis labios se abrían en sonrisa feliz.

Vi la imagen de nuestra nave abandonando el puerto de Ítaca, velas blancas henchidas al viento, para correr juntos la aventura de la vida y soportar las pruebas y trabajos que los dioses nos impusieran. Los poemas de Kavafis y la música de Llach sonaban en mis oídos. Vi el mar azul de mediodía en la Costa Brava, y el de Tabarca; los bancos de salpas destellando al sol la plata y oro de sus escamas, entre la verde posidonia y la arena blanca, sentí la sal en mi boca y recordé mi primer beso, también la tormenta. Lo recordé a él, a mi primer amor. El último.

Pero una inoportuna voz en mi interior añadió:

– Quizá…

[1] «Quimet del bar Pastis a ti ya no te veremos más…»

[2] «Pero hay un hecho incomprensible: cada vez viene más gente.»

[3] Adiós, Emilio, voy a morir. Es duro morir en primavera, ¿sabes?

[4] Quiero que se ría. Quiero que se baile. Cuando me vayan a meter en el hoyo.

[5] Es duro morir en primavera, ¿sabes? Pero me voy hacia las flores con paz en el alma.






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