"TU QUI LEGIS ORA PRO ME".
Luis y yo nos quedamos mudos de asombro.
– ¿Cuándo te diste cuenta? -preguntó Luis al rato.
– De inmediato -tenía una sonrisa pícara en la cara-. He venido a esta iglesia desde niño. Conozco todos los detalles.
No le dije nada. Me había desgañitado rezando y llorando por culpa de aquella nota y ahora resultaba ser sólo un eslabón más del juego. Y el guarro de Oriol había estado divirtiéndose con mis sentimientos. Después me dije que no estuvo mal rezar y pensé que Oriol también lo había hecho. Pero me debía una.
– ¿Y qué vamos a hacer ahora? -interrogó Luis.
– De momento salgamos al claustro. Si me pilla el mosén cuchicheando en su iglesia se va a enfadar como lo hacía cuando yo era niño.
Salimos a discutir el siguiente paso en una granja de la calle Santa Anna.
Luis y yo decidimos que había que levantar la lápida para ver qué había dentro. Un muerto, contestaba Oriol. Y qué, respondíamos los otros dos, hay que ver qué más hay. Oriol decía que aquello era profanar una tumba y que lo de abrir tumbas tenía su procedimiento ético, legal y religioso. Luis le respondía que ya que él ocupaba viviendas propiedad de otros, no debiera preocuparle entrar en semejante habitáculo; su propietario no presentaría denuncia. Y Oriol respondía que el propietario no, pero el cura sí.
– Pues lo hacemos por la noche, cuando él no esté -insistía Luis.
Y Oriol, que él no podía engañar al mosén, que era uno de los suyos. «Pues si es uno de los tuyos que nos ayude», le dijimos. Y en eso quedamos.
Cuando lo fuimos a ver, el cura puso el grito en el cielo:
– ¿Qué queréis, abrir la tumba del almirante? Ni pensarlo -le dijo a Oriol-. Eso quiso hacer tu padre y yo se lo impedí. Además debajo de la estatua no hay nada, estuvo expuesta temporalmente, por muchos años, en el Museo Marítimo.
– ¿Quiso mi padre abrir esa tumba? -inquirió Oriol.
– Eso he dicho; pretendía poner algo dentro. Yo no lo dejé.
– ¿Y qué hizo?
– Me lo dio a mí, para que os lo entregara cuando también vosotros la quisierais abrir.
En pocos minutos teníamos en nuestras manos un legajo del mismo estilo y con el mismo lacre que el de la librería Del Grial.
Nos miramos radiantes. ¡La pieza que faltaba!