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Miré la joya que brillaba mortecina, como dormida, a la luz del restaurante.

– ¿Crees que es éste? -me interrogó.

– Sí.

– Pues es muy importante para ellos.

– ¿Para ellos?

– Sí. Para esa secta de Nuevos Templarios, la de Oriol y Alicia; ese anillo representa el poder dentro de la orden. Según Arnau d'Estopinyá el sello proviene del propio maestre general de la orden, Guillermo de Beaugeu, que murió luchando en Arce y cuyo anillo, símbolo de la autoridad templaria, y semejante a otro que pertenecía al papa, fue recogido por uno de los caballeros templarios que malherido consiguió embarcar en la nave de Arnau y que a su vez terminó confiándolo al propio Arnau d'Estopinyá cuando los templarios aragoneses y catalanes fueron apresados por el rey.

Al oír esa historia, que encajaba perfectamente con los escritos de los legajos, me alarmé. Artur continuó su relato sin percibir mi turbación:

– A la muerte de éste, acaecida en Poblet, el anillo, la tabla y la leyenda del tesoro fueron pasando de fraile a fraile, de uno a otro, en curiosa sucesión de escogidos hasta llegar a hoy.

– Pero tu padre y Enric creyeron que era más que leyenda.

– En efecto, y ambos se lanzaron a la búsqueda de las tablas en la zona de los monasterios cisterciences de Poblet y Santes Creus. Pero tu padrino hizo la gran jugada.

– ¿Cuál?

– Siendo el maestre de la orden de los Nuevos Templarios, le costó poco convencer al fraile loco de que esa secta era la directa heredera de la orden del Temple. Así que acogió como miembro a Arnau y le concedió una pensión para el resto de su vida que pasó a pagar de su bolsillo. El fraile estuvo encantado, juró obediencia eterna a Enric entregándole el anillo que pensaba le correspondía a tu padrino como maestre de la orden. Parece que ese hombre nunca había considerado la sortija de su propiedad, él era sólo depositario.

– ¿Y qué hizo a la muerte de Enric?

– Mi padre y mi tío abandonaron la secta meses antes de que tu padrino los asesinara. La discusión con Enric por el asunto de las tablas y el desacuerdo con el creciente poder de Alicia lo aconsejaban. Al morir Enric, Alicia, contra toda tradición templaria con respecto a las mujeres y gracias a un grupo de bobos a los que tenía fascinados, tomó el cargo de maestre. Ella mantuvo la promesa de su marido pagándole puntualmente la pensión a Arnau, que, loco aunque lúcido, también le juró fidelidad. A regañadientes algunos, pero al final todos, aceptaron el liderazgo de esa mujer, a la que no conozco pero que parece tener un carisma especial y que ha sabido entroncar muy bien la tradición ocultista que envuelve el mito templario con sus propios manejos para hacerse respetar y admirar por el resto de hermanos de la orden.

– Explícame lo del ocultismo y los templarios.

– Ha habido todo tipo de cuentos, el final trágico de la orden, las acusaciones de herejía, sus grandes riquezas, todo esto ha excitado la imaginación de miles de personas. Si le sumas la historia del emplazamiento frente al tribunal de Dios que Jacques de Molay, el último de los grandes maestres de la orden, hizo al rey de Francia y al papa, cuando le quemaban en la hoguera, y la muerte de ambos antes de terminar el año, tienes un cuadro misterioso e inquietante. Otros dicen que guardaban el Santo Grial, las Tablas de la Ley que Dios entregó a Moisés, que eran propietarios de veracruces , cruces relicario con astillas de la verdadera cruz de Cristo, que producían milagros increíbles…

– ¿Y qué hay de verdad en todo eso?

– ¿Quieres mi opinión sincera?

– Claro.

– ¡Nada! Es todo cuento.

– Pero sí que crees en el tesoro.

– Eso es distinto. Está escrito en cartas al rey Jaime II, que aún se conservan, que cuando los templarios rindieron Miravet, su última fortaleza en Cataluña, y cuartel general de los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca, los agentes reales no hallaron la fortuna que esperaban. Sólo los libros encontrados, en aquel tiempo artículo de lujo, complacieron al monarca. Pero la fabulosa fortuna que se suponía atesoraba el castillo se había esfumado. Y nunca, que se sepa, apareció.

Esa intriga quedó en el aire y como si el tema estuviera agotado Artur empezó a interesarse por mi vida en Nueva York y a contarme anécdotas vividas en la gran manzana. Al rato reíamos.

Artur es un tipo sutil y pienso que sólo quería poner una semilla en ese encuentro; sembrar la duda en mí sobre mis anfitriones los Bonaplata. Y ciertamente tenía sus razones: eran gentes misteriosas. ¿Qué más me estarían ocultando?

Y me dije que, fueran sus historias ciertas o no, Artur lograba subirme unos ánimos que andaban por los suelos por culpa de Oriol. Me miraba sonriente y no se cortaba al elogiar tanto mi mente como mi físico. Normalmente no le hubiera hecho mucho caso a ese adulador, pero mi autoestima necesitaba precisamente eso. Parecía como si quisiera cortejarme y al despedirse me besó la mano.

– No seas cursi -le censuré secretamente complacida. Y le estampé un beso en cada mejilla.

Más tarde telefoneé a mamá.

– Sí, es cierto -me confirmó-. Tanto tu abuelo como el padre de Enric pertenecían a una especie de club religioso. Recuerdo que se autodenominaban templarios y lo normal es que Oriol, siendo hijo varón primogénito, siguiera la tradición.

Aquella noche di otra vez vueltas en la cama. Artur podía tener razón y su sonrisa se me aparecía en la oscuridad. ¡Qué lío!

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