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«Esa voz», pensé.

– Lo mismo digo -repuso él y añadió-: Te presento a Cristina, una amiga de la infancia que nos visita desde Nueva York.

– Mucho gusto -dijo ella y sin soltar el brazo de Oriol me lanzó dos de esos besos que ni rozan la mejilla, haciendo sonar los labios como si los diera. Yo, aún percibiendo algo extraño, hice lo propio. Usaba un perfume fuerte, dulzón.

– Encantada -dije. Y no lo estaba. Me sorprendía que él tuviera esa confianza con semejante chica. Era barriobajera.

– ¿Es amiga, muy amiga? -inquirió Susi dirigiéndose a Oriol. La muchacha tenía abundante pecho.

– Es una amiga a la que quiero mucho -afirmó él mientras una sonrisa traviesa aparecía en su faz.

– ¡Ah! -exclamó ella. Sus labios gruesos sensuales se abrieron en una risita de dientes amarillos de tabaco y me miró-. Entonces podemos hacer un trío.

Me quedé aturdida por unos segundos y al fin, conmocionada, empecé a comprender lo incomprensible. Susi era una prostituta y se lanzó a vender su mercancía, contando lo bien que lo íbamos a pasar los tres, pormenorizando escenas, dándonos todo tipo de detalles escabrosos sin pudor alguno. Miré a Oriol. Me observaba sonriente, parecía esperar mi decisión. Me sentí mal al notar que me ruborizaba, hacía años que no me azoraba de esa forma, yo, que presumo de seguridad en mí misma y de saberme manejar bien en cualquier situación. Pero debo confesar que la brillante abogada, de respuesta rápida e inteligente, no estaba preparada para aquello; la situación me superaba. ¿Imagináis la escena?

Pero lo peor estaba por llegar cuando, al superar la sorpresa, pude entender alguna de las imágenes que Susi describía. Entonces se me hizo la luz.

– ¡Tú no eres una mujer! -la exclamación me salió de dentro, sin poder evitarlo-. ¡Eres un hombre!

– En lo primero tienes un poco de razón, cariño -repuso Susi sin perder la sonrisa. Ahora notaba la prominente nuez de Adán de su garganta-. Aún no lo soy del todo. Pero te equivocas en lo otro, tampoco soy hombre. ¿Con estas tetas? -y se las levantó con las manos. Como ya me había percatado, eran voluminosas.

– Venga, Oriol, vamos los tres -insistió mirándole a él-. Sólo cincuenta euros, veinticinco cada uno. Y yo pongo la cama.

No podía creer lo que presenciaba, era como si le ocurriera a otra, como si pasara en otro lugar. Aquello era irreal, y entonces, al hablar Oriol, sentí derrumbarse mi mundo.

– ¿Qué te parece el programa, Cristina? -los ojos azules rasgados que tanto amé me miraban, y una amplia sonrisa dejaba ver sus dientes-. ¿Vamos?

– ¡Sí, vamos! -exclamó Susi tomándonos a ambos por la cintura-. Vamos, señorita; yo sé dar placer tanto a hombres como a mujeres… Seguro que nunca más podrás disfrutar de una experiencia así; con un chico y conmigo a la vez.

Sólo por un momento me imaginé entre los dos, sólo por un breve instante sentí esa excitación mórbida; después vino el horror…

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