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– No te entiendo -él fruncía el ceño y cruzaba los brazos alzando su mole frente a mí como una pared-. No hay forma de lograr que encuentres una fecha adecuada para nuestra boda. Y ahora de repente me sales con que quieres ir sola a Barcelona, cuando lo hablado fue distinto. ¿Qué pasa contigo? ¿Aún me quieres?

– Claro que sí, amorcito. No seas tonto -le eché los brazos al cuello para besarle. Estaba tenso, no le había gustado la noticia-. ¿Quererte? ¡Si te adoro! Pero necesito hacer ese viaje yo sola… -le besé otra vez. Notaba que él empezaba a aflojar su rigidez-. ¡Te prometo que el mismo día de mi regreso decidimos la fecha! ¿Vale?

Gruñó enfurruñado y supe que, una vez más, me salía con la mía.

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