Литмир - Электронная Библиотека

Pero cuando desplegó las fichas sobre el catre, el Coronel sólo quería verificar si el orden no había sido cambiado. Leyó las notas que había escrito luego de marcar a Persona con una estrella detrás de la oreja: ¿Qué sucedió al morir el padre en 1926 ? Y descifró la última línea del informe: «Fue con la madre y los hermanos en ómnibus hasta Chivilcoy»". Todo estaba en su sitio. Repasó la ficha que preguntaba: Durante los primeros siete meses de 1943, la Difunta desapareció. No actuó en la radio ni en el teatro. Las revistas de espectáculos casi no la nombran. ¿Qué sucedió en ese lapso? ¿Estuvo enferma, prohibida, retirada en Junín ? Tradujo, con desgano, la última línea: «Mercedes Printer, que la acompañó en el Otamendi y Miroli, ha contado …»

Pasó el resto de la mañana tirado en el catre, pensando cómo haría para recuperar a Evita. Deseaba tenerla allí. En ese lugar remoto, a solas con él, iba a estar mejor que en ninguna parte. Alguien podría llevársela hasta el golfo San Jorge. Necesitaba, una vez más, un plan, un oficial confiable y algún dinero. Quizá podía vender a una revista la historia de la Difunta y desaparecer. Cifuentes le había metido la idea en la cabeza: «Piense, Coronel, piense. París Match, Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera… Pero si se desprendía de su secreto, ya no sería quien era. No valdría nada.

Un lento hilo de sol pasó por la banderola. Recorrió la austera construcción con la mirada, en busca de un escondite para los papeles. Eran paredes sólidas, inviolables. En el cemento no se veían otras fisuras que las del colado: grumos y cráteres iguales a los de la luna. Afuera seguía gimiendo el viento y chillaban las gaviotas inexplicables. A eso de las tres, el hambre le disipó el sopor. Estaba inmóvil en el catre cuando creyó ver que alguien entraba con sigilo en el cuarto a oscuras. Tanteó la Smith amp; Wesson bajo la almohada y calculó cuánto tardaría en saltar de la cama y disparar. No aflojó la tensión ni aun al darse cuenta de que el intruso era una mujer increíblemente menuda -le fue fácil decidir que se trataba de una mujer: la delataban unos pechos enormes-, peinada con un rodete y vestida con una falda corta. La vio acercarse a la mesa con un plato humeante, perfumado con aceitunas, nuez moscada y una salsa intensa, de la que se evaporaban ligeros espectros de vino. Cuando la mujer enrolló la cortina de mimbre que cubría la banderola, la misma luz gris de la mañana -ahora violenta, como si estuviera hecha de acero- se apoderé del cuarto y lo volvió, extrañamente, más oscuro.

– Creíamos que estaba enfermo -dijo la mujer-. Le traje pastel de papas. Es un regalo de bienvenida.

– ¿Usted abrió mi valija? -preguntó el Coronel.

Ahora podía verla. Era una miniatura de mujer: no más alta que si tuviera nueve o diez años, con hondas arrugas sobre los labios y aquellos pechos como planetas, que la obligaban a caminar inclinada hacia adelante.

– Hay que tener el cuarto en orden -dijo ella-. Hay que cumplir el reglamento.

– No quiero que toque nada. ¿Quién es usted? El coronel no me habló de ninguna mujer.

– Soy Ersilia -murmuró ella, sin soltar el plato-, la esposa. Ferruccio nunca me nombra, para darse corte. Yo soy la que hace todo acá. Sin mí, este lugar no existiría. ¿Ha oído el viento?

– Lo oiría aunque fuera sordo. No me imagino cómo pudieron edificar estas cabañas.

El Coronel deseaba que la mujer se fuera, pero la retenía no el pastel sino el aliento a vino del pastel.

– Trajeron los bloques de cemento en camiones y los fueron colocando con guinchos y grúas. Las primeras ventanas no resistieron ni un mes. Volaron los marcos, los vidrios. Una mañana encontraron las paredes de cemento desnudas. El viento se había tragado todo. Entonces cambiaron las ventanas por banderolas.

– Déjeme el pastel y váyase. Dígale al coronel… ¿cómo se llama?

– Ferruccio -contestó la enana.

– Dígale a Ferruccio que prohibo tocar mis cosas. Dígale que me voy a encargar yo mismo de que el cuarto esté en orden.

La enana dejó el pastel sobre la mesa y se detuvo a observar la valija cerrada. Se restregó las manos en el delantal que apenas le cubra las piernas y el vientre -una tela ínfima oculta bajo los globos inverosímiles del pecho-, y dijo, con una sonrisa que la hacía parecer casi hermosa:

– Algún día me va a dejar leer los cuadernos que tiene ahí, ¿eh? Un día de éstos. Yo aprendí a leer en unos cuadernos iguales. Cuando los vi, me entró nostalgia.

– No son míos -dijo el Coronel-. No se pueden leer. Son del ejército.

– Así que no se pueden leer -se sorprendió ella. Entornó la puerta. El viento descendía en ondas de humor cambiante, a veces suaves, a veces feroces: levantaba vahos de polvo y los esparcía por el horizonte. El oscuro oleaje del polvo entraba también en el cuarto y desteñía el rencor, los sentimientos, las palabras: desteñía todo lo que osara oponérsele.

– Va a llover -dijo Ersilia, yéndose-. Ferruccio tiene un radiograma para usted. Llegó temprano, esta mañana.

Se quedó un largo rato inmóvil, contemplando la lenta declinación de la luz, que persistió en un pálido tono de naranja desde las cuatro hasta las seis y que viró sin apuro hacia el violeta hasta más allá de las siete: un crepúsculo majestuoso, desolador, que nadie podía ver de frente y que quizá no estaba hecho para los seres humanos. Poco después de las siete cayó una lluvia fina y helada que apagó la insolencia del polvo. De todos modos el viento seguía allí, más vehemente que nunca. Se afeitó, se bañó y se vistió con su inútil uniforme. Después deshizo los nudos de los paquetes para reforzarlos con un diseño nuevo y, sin proponérselo casi, abrió uno de los cuadernos. No le sorprendió la letra desaliñada, de glandes trazos, que parecía hacer acrobacias sobre los alambres de las rayas horizontales, sino las frases que leyó:

no hagas ruido al tomar la sopa no te inclines demasiado sobre el plato no muerdas el pan para comer un votado más bien rompelo con los dedos no pongas pan en la sopa no te yeves el cuchillo a la boca

¿Era un cuaderno de modales? Todas las hojas encabezadas por el titulo Ensayos repetían no debes no hagas no tomes no uses . Sólo al final, Evita había copiado algo que parecía un pensamiento o la letra de un tango:

La otra noche mientras iba
del teatro a la pensión
sentí el filo de una pena
que del lado de la surda
se empeñaba traicionera
en tajearme el corazón.

Intrigado, el Coronel hojeó los Gastos de ospital . En la primera página, subrayada con lápiz rojo, Persona -la que en aquellos tiempos adolescentes y maltratados de los cuadernos era el borrador de Persona- había definido una enfermedad. “Pleureda de Chicha: comiensa con fiebre alta y fuertes dolores de pecho más bien puntadas de costado" . Las páginas siguientes contenían un diario de viaje escrito casi como una lista de almacén:

Ida y vuelta a Junín $3,50

Caja de genioles $0,25

Bolsa de agua caliente $1, 10

Ampoyas de codeína $0,80

Ya cuando yego la encuentro bastante mejorada pobre Chicha de lo más ojerosa así que en un par de días estoy por ahí de vuelta vos no te aflijás Pascual, que a Rosa había que probarla en mi papel tarde o temprano y si lo está haciendo mal rajala sin asco y pone a la Pampin total cuando yo vuelva me salgo de la pensión que es una mugre como vos sabes yena de cucarachas y porquerías.

Cerró los cuadernos y la oscuridad o la vergüenza lo mordieron por dentro: no ya el viento, que quizás había sido ahuyentado por la lluvia, sino la vergüenza de haber puesto el pie en un pasado que no valía la pena: era un pasado que se disolvía apenas el Coronel lo rozaba con los ojos. ¿Qué hacia Persona en esos años? podía leerlo en sus propias fichas:

Enero 1939: A las semanas de romper con el director Rafael Firtuoso (un romance de dos meses), ED se enamoró del dueño de la revista «Sintonía». Se mudó de una pensión en la calle Sarmiento a un departamento en el pasaje Seaver. Mayo: Apareció en la tapa de la revista «Antena» pero cuando fue a darle las gracias al editor, él no la quiso recibir. Interpretó cuatro radionovelas de Héctor Pedro Blomberg. Julio: Su hermano Juan, que era corredor de jabones, la presentó al dueño de Jabón Radical. Poso como maniquí en dos avisos de Linter Publicidad. Noviembre: Se enamoró del dueño de Jabón Radical pero se siguió viendo en secreto con el dueño de la revista «Sintonía». Enero 1940: Pampa Films la contrató como actriz de reparto para «La carga de los valientes», cuyos protagonistas eran Santiago Arrieta y Anita Jordán. En el set de filmación, cerca de Mar del Plata, conoció al peluquero Julio Alcaraz. Estaba por cumplir veintitrés años. Era de una palidez enfermiza, de una belleza trivial, no inspiraba pasión sino compasión. Y sin embargo quería llevarse el mundo por delante.

Amarró los paquetes con nudos delicados y complejos, y salió a la luz indecisa de la noche. El frío era implacable. Avanzó a través de la llovizna y del viento, y una vez más sintió que estaba avanzando a través de la nada. En la cantina ardía una chimenea de leños refractarios. Ferruccio estaba de espaldas. El hombre bajo con nariz de boxeador se afanaba detrás del mostrador. El Coronel chocó los tacos de las botas con inútil marcialidad y tomó asiento en la mesa de Ferruccio.

Qué bien -dijo Ferruccio-. Lo estábamos esperando. Mi mujer ha cocinado para usted. Llénese bien que ésta va a ser su última comida gratis.

Vislumbró en la cocina la silueta de Ersilia, la enana, que se movía velozmente, como un mosquito.

– Ordénele a ese hombre -dijo el Coronel, señalando hacia el mostrador con la quijada- que me traiga una ginebra. Dentro de tres horas va a ser viernes.

– Parientini -dijo el boxeador-. Me llamo Caín Parientini.

– Da lo mismo -dijo el Coronel-. Tráigame ginebra.

– No se puede -intervino Ferruccio-. Es una lástima.

En este lugar el reglamento es muy estricto. Si nos pescan, vamos todos en cana.

55
{"b":"87651","o":1}