Литмир - Электронная Библиотека

Sube hasta su despacho, en el quinto piso, y enciende la luz del quinqué. La habitación, recuérdese, tiene un ventanal de vidrios blindados donde la noche se refleja, inmóvil, como en un cuadro. Sobre el escritorio, dos láminas predican las virtudes del heroísmo y de la exactitud. Falta mencionar las sillas altas, de cuero, en torno a la mesa oval, donde se reúnen los oficiales; el armario veneciano que guarda los biblioratos de la contabilidad y la legislación militar sobre el secreto; el combinado Grúndig de cedro, con dos parlantes anchos, de metro y medio; la biblioteca donde el jefe anterior ha dejado el diccionario de la Real Academia y algunos discos de pasta.

Cito ahora, casi al pie de la letra, el relato de Cifuentes, quien a su vez me repitió el relato que el Coronel le había hecho veinte años antes. Cito también algunas de las fichas que me mostró Cifuentes y sus apuntes en un cuaderno Rivadavia:

«Serian las cinco y cinco. A las seis, el coronel Moori Koenig debía reunirse con su estado mayor. Le faltaban, como usted sabe, algunos detalles del plan. Me dijo que había recorrido en auto la ciudad, varias veces. Me dijo que al pasar por el palacio de Obras Sanitarias, recordó que en la esquina sudoeste había dos cuartos vacíos y sellados, que originalmente se construyeron para los guardianes. Usted conoce el palacio. Es un adefesio de cerámica, en el que hay sólo galerías de agua. Moori Koenig había visto los planos en los archivos de la municipalidad y los retuvo en la memoria por hábito profesional. Al acordarse del dato, pensó -me dijo- en la difunta. Era el lugar perfecto para esconderla.

Moori Koenig era, en esa época, un hombre minucioso, maniático. Conocía a la perfección los puntos débiles de los ministros, de los jueces, de los comandantes de división. Hablar con él era una experiencia amarga: usted se quedaba con una pésima opinión de sus semejantes. Imagínese entonces cuántos escrúpulos ponía en elegir a sus asistentes. No pretendía que fueran inmaculados. Los prefería con algún defecto grave, para poder controlarlos: una hermana loca o deforme, un padre con antecedentes criminales.

Tengo las fichas en las que resumió la historia de los tres oficiales del Servicio. Me las dejó, junto con sus demás papeles. A lo mejor le interesa copiarlas:

“Mi segundo es Eduardo Arancibia, mayor de infantería, casado, 34 años. Esposa doce años menor. 1) Ojos ambarinos, cejas y pelo negro, sin canas, 1,78 de estatura, pies chicos: calza del 40. Oficial de Estado Mayor. Su apodo en la Escuela de Guerra: el Loco. Dos tíos, hermanos de la madre, son tartamudos, débiles mentales. Están en el hospicio El Carmen, de Mendoza. 2) Católico devoto. 3) Meningitis infantil, que dejó secuelas. Accesos esporádicos de asma. 4) Trabajó año y media en Control de Estado a las órdenes del tirano, en el sector de Represión Ideológica. Se pasó de bando cuando Perón se enemistó con la Iglesia. El presidente pone las manos en el fuego por él. 5) Incluyo parte de una carta que Arancibia envió a la futura esposa desde Tartagab "Lo único que nos entretiene acá son los fusilamientos. Ponemos seis o siete perros contra una pared de adobe, atados, y hacemos formar el pelotón. A la orden de fuego, hay que dispararles a la cabeza. Los soldados son unos brutos. Siempre yerran. Ayer me puse yo a disparar. De seis perros que había le acerté a cinco. El otro estuvo desangrándose un rato largo. Cuando me cansaron los aullidos, mandé que lo remataran." 6) Suboficial asignado: sargento ayudante Juan Carlos Armani”.

“Tercero en el mando, Milton Galarza, capitán antiguo, de artillería, casado, 34 años, hijo varón de 7. 1) Esposa con cálculos en la vesícula, nefritis latente, insuficiencia tiroidea: un catálogo de males. Alto, de casi dos metros. 2) Toca en secreto (mal) el clarinete. Será por eso que lo llaman Benny Goodman. No ha terminado la Escuela de Guerra. Ya es tarde para que la termine. 3) Es agnóstico, tal vez ateo. Lo disimula. 4) Fue oficial de apoyo en el fallido atentado de 1946 contra el dictador Trabajó como agente doble en 1951. Lo descubrieron. El general L le salvó la carrera. Hizo que lo destinaran a un distrito de la selva. 5) Párrafo confidencial y secreto del legajo: "Informe de la guarnición Clorinda a comandante de la Segunda División, 13/04/54: Verificado que en tres salidas de rutina en los vagones que van de Misión Tacaagle a Laguna Blanca, el capitán M. G. disparo a discreción contra familias de indios tobas y mocobíes. Hay confesión escrita de los soldados que conducían los vagones. M. G. usó la carabina Máuser de reglamento y tiene un faltante de 34 piezas de munición. M. G. fue amonestado verbalmente." 6) Suboficial asignado: sargento ayudante Livio Gandini”.

“El último: Gustavo Adolfo Fesquet, teniente primero, 29 años, desviaciones sexuales altamente probables. Soltero. En el Colegio Militar le decían Plumett. 1) Florero en el escritorio, foto de la mamá, secante de nogal lustrado con incrustaciones de carey, frasco de perfume Atkinsons con pulverizador en el segundo cajón de la derecha, manual para aprender a redactar. Averiguar por qué no ha sido separado de la institución. 2) Católico de comunión dominical. 3) Destacado en criptografía. Prueba dudosa contra él en archivos del Servicio: una declaración espontánea del dragoneante Julio A. Merlini al jefe de guardia en el R19 de Tucumán, el 29/10/51. "El teniente Fesquet vino y se apareció en el baño de soldados, donde yo y el soldado Acuña estábamos orinando. Se puso a orinar al lado mío. El soldado Acuña se retiró y yo seguí. Cuando ya estaba sacudiendo para irme, me tocó el miembro con la punta de un dedo y me preguntó: ¿Sos feliz? Yo le dije: Disculpe, mi teniente, retirándome en el acto, sin más consecuencias." Declaración archivada por orden del jefe del R19. 4) Suboficial asignado: sargento primero Herminio Piquard.”

»Con esas fichas, el Coronel creía tener al fin un cuadro claro de las fuerzas con que contaba, pero no resultó así. Un hombre, como usted sabe, nunca es igual a sí mismo: se mezcla con los tiempos, con los espacios, con los humores del día, y esos azares lo dibujan de nuevo. Un hombre es lo que es, y también es lo que está por ser.

»Sé que en algún momento de aquella madrugada tomó el mapa del Gran Buenos Aires y desplegó sobre él una hoja de calcar en la que había dibujado el tridente de Paracelso. Quizás usted lo haya visto. Tiene tres puntas en forma de triángulos isósceles, unidas por una larga base sobre la que se apoya el mango, corto y cilíndrico. Paracelso creía en la armonía de los contrarios. De ahí que los dientes simbolicen virtudes enemigas como el amor, el terror y la acción.

»Buenos Aires tiene la forma de un pentágono y el tridente consta de tres triángulos. Concertar esas figuras que invocan tantos símbolos es una operación delicadísima y, en manos inexpertas, muy peligrosa. El tridente es Satanás, el ojo de Shiva, las tres cabezas de Cerbero, y también una réplica de la Trinidad. El pentágono es el signo pitagórico del conocimiento, pero Nicolás de Cusa creía que los pentágonos atraen o expulsan lluvias de fuego.

Moori Koenig estudiaba el mapa con la avidez de un alquimista pero también con temor.

Permítanme dejar por un momento la grabación de Cifuentes y decir que siempre me ha sorprendido la afición de los militares argentinos por las sectas, los criptogramas y las ciencias ocultas. En el ejercicio cartográfico del Coronel, las influencias ocultistas eran sin embargo menos visibles que las literarias. Le hice notar a Cifuentes que su plan tenía cierto aire de familia con el que Borges describe en «La muerte y la brújula ». No lo admitió. Aunque he leído poco a Borges, dijo (o más bien mintió), tengo algunos recuerdos de ese cuento. Sé que está influido por la Cábala y por las tradiciones jasídicas. Para el Coronel, la más mínima alusión a lo judío hubiera sido inaceptable. Su plan se inspiraba en Paracelso, que es la contrafigura de Lutero y, a la vez, el más ario de los alemanes. La otra diferencia, me dijo, es más notable. El ingenioso juego del detective Lonnrot en «La muerte y la brújula " es un juego mortal, pero sólo sucede dentro de un texto. Lo que el Coronel tramó debía suceder en cambio fuera de la literatura, en una ciudad real por la que se desplazaría un cuerpo abrumadoramente real.

Vuelvo a la grabación ahora. Hemos llegado al punto donde se acaba la cara A del primer cassette. Oigo la voz de Cifuentes:)

«Cuando Moori Koenig hizo coincidir el mango del tridente con el Dock Sur, las puntas sobresalieron del mapa y quedaron apuntando hacia los tambos y tierras para ganado que se perfilan más allá de San Vicente, Caouelas y Moreno. De nada le servían esos campos remotos. Desplazó entonces el mango sobre el mapa hasta situarlo en la esquina de Buenos Aires donde él estaba, de pie, bajo una lámpara. Miró la hora, me dijo, porque en el filo de la realidad a la cual se asomaba todo era vértigo. Eran las seis menos seis minutos. La distracción de su mirada duró menos de un segundo. Eso bastó para que el tridente se contrajera y sus flechas se clavaran en tres sitios increíblemente precisos: la iglesia de Olivos, a orillas de una estación ferroviaria llamada Borges; el Recinto de Personalidades en el cementerio de la Chacarita; el mausoleo blanco de Ramón Francisco Flores en el cementerio de Flores. Ésa era la brújula del azar que había espec…»

Fin de la cinta.

A la hora que el Coronel ha previsto, llaman a la puerta. Arancibia, el Loco, entra de perfil; de sus zapatos reglamentarios brota un empeine jorobado. Fesquet ha debido pasar una noche atroz. En su cara se dibujan los estragos. Galarza, el clarinetista, va dejando al moverse una estela de sonidos abdominales. Nadie se sienta. El Coronel enrolla la hoja de calcar con el tridente y exhibe el mapa, en el que destellan tres puntos rojos.

Le complace abrumar a los oficiales con las revelaciones que ha ido atesorando desde la mañana anterior. Les habla de la madre, del embalsamador. Les explica que no hay un solo cuerpo sino cuatro, y que esa multiplicación favorece los planes del Servicio: cuanto más pistas deban seguir los enemigos, más fácil será borrarlas.

– ¿Cómo? -pregunta Arancibia-. ¿Todavía no hemos empezado y ya aparecieron los enemigos?

28
{"b":"87651","o":1}