(El vocablo va disolviéndose naturalmente hasta transformarse en un insistente:) Eee viii ta …
Perón permanece gris, los labios apretados, empequeñecido. ¿Sería cruel exhibir ahora su contrariedad recortándola sobre el fondo de la multitud embriagada? Dejo la idea a criterio del director. Al general le incomoda ser un actor secundario en la concentración más caudalosa de la historia peronista. Decide llamar la atención de los descamisados. Alza los brazos, lleva las manos hacia el corazón. Ellos saltan, responden a su saludo con ademanes delirantes. Pero no corean su nombre. Llaman a:
CORO: Eee viii taa /Eee viii
Se apagan lentamente las luces de la tarde. Perón recupera el ceño, la hosquedad del principio. Secándose la invisible humedad de los bigotes, Espejo trata de asumir el control de la situación, pero la empeora:
ESPEJO:
Mi general…
(El tono es de súplica. La voz es sepultada por los estribillos de la muchedumbre.) Mi general… Acá notamos una ausencia, la de vuestra esposa, la de Eva Perón, la sin par en el mundo… (Ovación)
Imágenes de la multitud.
CORO: ¡Que venga Evita! ¿Dónde está Evita?
ESPEJO: Compañeros… Tal vez su modestia, que es su más grande galardón, le impida… (Se esfuma lo que sigue.) Permitidme, mi general, que vayamos a buscarla, para que esté aquí presente.
Otra vez el delirio. La cámara sigue a Espejo yéndose. Luego, husmea en un bosque de pantalones grises con la raya muy marcada, hasta detenerse en un zapato impaciente que sube y baja. Es Perón. La cámara trepa por su cuerpo, se detiene en sus ojos malévolos, se posa sobre la pista de patinaje de su pelo engominado. (Ojo: la toma existe. Si el director la quiere, puede buscarla en una de las dos ediciones del noticiero español «NoDo», agosto 22, 1951.) Sobre la cabeza del General cae la noche. Son las seis y media de la tarde.
(Exterior. Noche. El mismo lugar, en Buenos Aires.)
Se ve llegar a Evita seguida por Espejo y una corte de funcionarios.
– Son los que fueron a buscarla al edificio de Obras Públicas dijo el peluquero-. Yo caminaba detrás. Le hice doble rodete, le puse un toquecito leve de maquillaje. Estaba preciosa.
Plano general de la muchedumbre en éxtasis. Corte a mujeres cayendo de rodillas en la vereda del Club Español. Corte a familias de trabajadores llorando al pie del Obelisco. Corte a la propia Evita, que lanza besos desde el palco. Tampoco Ella puede contener el llanto. Plano cercano de lágrimas (hay una maravillosa toma en «NoDo»). Espejo se abre paso.
ESPEJO: Y pido que proclamemos al general Juan Perón candidato para presidente de la república y a la señora Eva Perón para la vicepresidencia.
Evita busca refugio en los brazos de su marido. Luego, se asoma a la baranda del palco con aire inseguro.«Yo…», mueve los labios. «Yo…» Nada se oye. Al fin, inicia su larga arenga. [Es de veras larga. Hay versiones completas en «NODO» y «Sucesos Argentinos». Sugiero al director reproducir sólo un párrafo, el penúltimo:
– ¿Para qué? -interrumpió el peluquero-. Ella no sabía qué decir, estaba muerta de miedo, sentía la mirada censora de Perón y eso aumentaba su torpeza. Compare ese discurso con los de meses antes. En los otros, Evita maneja la voz como se le da la gana. Su voz ocupa toda la escena. Aquí no. Estaba fuera de quicio. Si usted la muestra en ese estado lamentable, arruina el efecto majestuoso de lo que viene.
– Es nada más que un párrafo -insistí-. El penúltimo:
EVITA: Yo no he hecho nada. Todo es Perón. Perón es la patria, Perón es todo, y los demás estamos a distancia sideral del líder de la nacionalidad. Yo, mi general, con la plenipotencia espiritual que me dan los descamisados de la patria, os proclamo, antes de que el pueblo os vote, presidente de los argentinos (Ovación).
Perón la abraza. Planos tumultuosos del palco [buenas tomas en «Sucesos Argentinos»]. Un dirigente sindical no identificado, de espaldas, encara a Evita [la escena está en una de las dos ediciones de NoDo»].
DIRIGENTE: No nos ha dicho todavía si acepta o no la candidatura, señora… (Volviéndose hacia el micrófono) ¡Señora! El pueblo está esperando… ¿Qué le va a responder?
Bajo el palco, una bandada de mujeres agita pañuelos blancos.
CORO (en off):¡Que acepte / Evita! / ¡Que acepte / Evita!
ESPEJO (en off): Compañeros, oigamos la palabra del general Perón.
Plano de Perón triunfal, acercándose. La imagen, de pronto, pareciera congelarse, pero no es así. Es Perón el que está inmovilizado por el pasmo. Acaba de oír un grito desafiante y, luego, el coro en estampida de la multitud.
UNA VOZ (en off): ¡Que hable la compañera Evita!
CORO (en off): ¡Que hable / Evita! / ¡Que acepte / Evita!
PERON: (tratando de recobrarse) Compañeros… (El clamoreo no cesa.) Compañeros… Sólo los pueblos fuertes y virtuosos son dueños de sus destinos…
Mientras la cámara se eleva lentamente y abarca el oleaje compacto de la muchedumbre, la palpitación de las banderas en los balcones y los oasis de unas pocas fogatas, la voz del general va desapareciendo. En lo alto, las imágenes se funden con el mismo escenario, ya de noche. Los coletazos de un reflector agitan la espuma del millón de cabezas. Brotan ríos de antorchas, no se sabe de dónde. De pronto estalla el negro, la tiniebla absoluta. Los labios cálidos de un micrófono se adelantan hacia el espectador. [¿Recuerda el director la última imagen de «The Magnificent Ambersons», esa obra maestra de Orson Welles ensombrecida por «Citizen Kane»?]
Búsquela, plágiela. De esa nada religiosa fluye la voz que todos esperan:
CORO: Que acepte / Evita… / Que acepte / Evita…
EVITA (en off): Mis queridos descamisados, queridos míos…
Al retroceder, la cámara descubre el perfil de águila de Evita, y allí se queda, fija, hipnotizada por el junco de sus brazos y el temblor de sus labios.
EVITA: Yo les pido a las mujeres, a los niños, a los trabajadores aquí congregados, que no me hagan hacer lo que nunca quise hacer. Por el cariño que nos une, les pido que, antes de tomar una decisión tan trascendental en la vida de esta humilde mujer, me den por lo menos cuatro días para pensarlo.
CORO: (en off, pero clarísimo, ritmico)¡No, no! ¡Evita! ¡Hoy!
– Tendría que mostrar usted ahora la expresión de los demás -dijo el peluquero-. Espejo estaba demudado, no sabía qué hacer. Empezaba, demasiado tarde, a darse cuenta de que el Cabildo Abierto era uno de esos malentendidos históricos que le podían costar la cabeza. A Perón no le gustaba nada lo que estaba pasando. Se lo notaba incómodo, impaciente. Lo que nadie entendió nunca es por qué las cosas habían llegado tan lejos. ¡Un millón de personas se había desplazado por las inmensidades de la Argentina, y todo para nada! ¿Le vio la cara a Evita? Cuando llegó al acto estaba convencida de que Perón en persona iba a proclamar su candidatura. De lo contrario, ¿para qué la llamaba? Todo era un aspaviento. Para no contrariar a su marido, tendría que mentir. Pero Ella no quería mentir. No podía hacerles eso a los descamisados. La multitud y Ella se enredaron de pronto en un diálogo a tientas, un salto mortal sin red. Evita no estaba preparada para decir ninguna de las palabras que dice a partir de ahora. Le salieron del alma, de los instintos. ¿Por qué no reproduce en su película el diálogo completo? Es emocionante.
EVITA: Compañeros. Entiendanmé. Yo no renuncio a mi puesto de lucha. Renuncio a los honores.
La multitud levanta las antorchas, enarbola pañuelos. Evita trata de apaciguarla con ademanes desesperados.
CORO: ¡Con-tes-ta-ción! ¡Diga-que-sí!
EVITA: Compañeros… Yo había pensado otra cosa, pero al final haré lo que el pueblo diga. (Ovación) ¿Ustedes creen que si el puesto de vicepresidenta fuera una carga y yo hubiera sido una solución, no habría contestado ya que sí? Mañana, cuando…
CORO: ¡Hoy, hoy! ¡Ahora!
Eva se vuelve hacia Perón. Él le habla al oído.
– ¿Sabe lo que le dijo el general? -apuntó el peluquero-. Le dijo: ¡Que se vayan! Pediles que se vayan.
EVITA: Compañeros… Por el cariño que nos une…(Un sollozo la nubla. Se lleva las manos a la garganta. Por los ademanes, parece que quisiera
desprender el sollozo y no sabe cómo. Suspira. Se rehace.) Les pido por favor que no me hagan hacer lo que no quiero hacer. Yo les ruego a ustedes como amiga, como compañera, que se desconcentren…
CORO:¡No! ¡No! (Las voces se enredan, se confunden.) ¡Vamos al paro general! ¡Al paro general!
EVITA:
El pueblo es soberano. Yo acepto…
Imágenes de la multitud que salta, baila, juega con las antorchas, enciende volcanes de pirotecnia. De los balcones cae papel picado, el haz del reflector desaparece tras una selva de banderas. La palabra “acepto” va y viene como un salmo.
CORO: ¡Dijo que acepta! ¡Dijo que acepta!
Desde el palco, Evita niega con la cabeza, baja los brazos.
EVITA:
¡No, compañeros! Se equivocan. Quise decir: Yo acepto lo que me está diciendo el compañero Espejo… Mañana, a las doce del día…