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– La culpa la tuvo Evita -repitió la viuda-. Toda la gente que anduvo con el cadáver acabó mal.

– No creo en esas cosas -me oí decir.

La viuda se puso de pie y yo sentí que era hora de irme.

– ¿No cree? -Su tono había dejado de ser amistoso. -Que Dios lo ampare, entonces. Si va a contar esa historia, debería tener cuidado. Apenas empiece a contarla, usted tampoco tendrá salvación.

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